En un lugar lejano, cuatro hijas de La Matemática, convivían sin saber cómo… disfuncionales al fin y al cabo. Una constante lucha entre hermanas ocurría a cualquier hora del día, siempre y cuando, surgiera algún problema. Y la vida por aquel entonces estaba lleno de ellos, por lo que era necesario a todo momento sustraerlos y sumar soluciones, para hacerla más llevadera. Y en ocasiones, dividirlos en proporciones muy pequeñas, para afrontarlos y multiplicar las probabilidades de salir airosos en cualquier situación.

Sin embargo, ninguna de las cuatro integrantes de la familia pensaba de igual manera. La Multiplicación presumía de su capacidad para triplicar, cuadruplicar e incluso centuplicar lo que le apeteciera. Era vanidosa, codiciosa y con aires de grandeza. Anhelaba sobreponerse ante todos los signos matemáticos existentes. Ser el más venerado y adorado. El único y omnipotente.

Pero La Suma no sentía lo mismo, a pesar de asemejarse a su hermana. Ella deseaba ser quien aportará cada vez más; ser quien da y no recibe. Soñaba con un mundo donde el restar no existiese, y esto, la hacía ser peor que la multiplicación. Un sentimiento, tan negativo, debido al cual los demás dudaban de su afamado positivismo.

No obstante, La Resta se sentía con frecuencia amenazada dentro de un núcleo familiar tan complejo. Víctima de acusaciones por ser quien deja a los números en rojo, osaba a pensar que a lo mejor era un error, un desliz de quien creo semejante mundo sistemático. A pesar de todo, cuando observaba los resultados, ella estaba segura de que sus acciones no eran tan dañinas. Sabía que era parte de un engranaje el cual pocos podían visualizar. Una vez intentó compartir esta información con sus hermanas, pero fue tomada por loca, y creyó estar más sola que antes.

La División era la más tóxica y perjudicial, ante los ojos de las otras tres. Muchos rehuían de ella por su hábito de separar, desunir, fragmentar y transformar en partes lo que antes era un todo. Era diferente, atrevida y sin temor a nada. Por ende, no tenía miedo al rechazo y esto le permitía hacerse de amigos, a los cuales, sin intención alguna, dejaba en un estado sumamente diminuto mientras su relación avanzaba, hasta terminar al lado de sólo una parte, un recuerdo fugaz de lo que antes era algo.

Así pues, lo cotidiano se volvió insoportable para La Matemática, quien requería que sus hijas pudieran vivir en armonía para seguir siendo lo que ella era, una ciencia exacta. Pensó en soluciones y surgieron miles, pero partió de la más simple y básica para hacer comprender a toda su progenie lo perfectas que eran, sin importan que función cumplieran.

Inventó un juego llamado «Operaciones Combinadas» y enseñó a sus hijas de lo que eran capaces al estar unidas. Gracias a ello, las cuatro lograron comprenderse, a pesar de lo complicado que podía llegar a ser este hecho. Y con el pasar del tiempo, en la casa de aquellos signos, ya no se escuchaban gritos ni insultos.

Y La Resta sonrió como nunca antes lo había hecho al poder compartir una vista tan hermosa con sus hermanas, otorgada por los paisajes que solemos llamar resultados. Y fue aceptada por La Suma como un integrante más a quien debía respetar y valorar. Y La Multiplicación bajo de la nube en la que andaba para aprender a triplicar e incluso, centuplicar su humildad. Y todos se acercaron a La División y se disculparon con ella, aceptándola tal cual como era, un signo matemático más, eso y nada más. Fin.