Informe sobre una biblioteca abandonada

in #spanish4 years ago (edited)

De lunes a viernes, a las ocho de la mañana, la Sra. Anneri Guillén comienza su jornada laboral apartando un pesado banco de madera que bloquea la entrada de la biblioteca. El ritual es llevado a cabo con parsimonia, hasta dejar expuestas dos tablas ancladas bajo el umbral, sobre las cuales, el paso del tiempo y el de los choros, han hecho de las suyas. Habituada al penoso panorama que brindan la gruesa cadena lánguida y el candado inútil —doblado meses atrás por los amantes de lo ajeno— que cuelgan del ala izquierda, se abre paso hacia la biblioteca por el ala opuesta, que aún conserva el pomo inservible y luce, además, un enorme agujero encima de este que antes atravesaba la cadena, desde el cual puede verse el recinto, como si de una mirilla amplia y escueta se tratase.

Foto tomada tiempo después, cuando usuarios de la biblioteca reparaban la puerta, antes de que acabara el 2019, para evitar que fuera ultrajada durante la época decembrina.

Minutos más tarde, acude al lugar su compañera de trabajo, la Sra. Silvia Álvarez, quien se jubilará el próximo año, luego de veinticinco años de servicio. Después de una agradable charla matutina y el desayuno, ambas bibliotecarias atienden las tareas pendientes.

Una de ellas consiste en revisar las recientes donaciones realizadas por usuarios asiduos que forman parte de la comunidad, los cuales, según el testimonio dado por la Sra. Guillén, a veces creen que la biblioteca es como un hospital de libros, ideal para los que sufren una enfermedad terminal: con portadas rasgadas o sin ellas, las tapas carcomidas por el uso, las hojas amarillas, arrancadas, o pegadas unas a otras por humedad; libros que no se pueden intercalar en las estanterías, reducidos a meros pisapapeles.

No obstante, entre las cajas empolvadas que rara vez cruzan las puertas de la biblioteca, existen también joyas literarias y educativas en buen estado; pero para poder colocarlos en el rincón correspondiente, es necesaria la creación de la ficha bibliográfica del libro. Anteriormente, la institución contaba con un ordenador para realizar dicha actividad, facilitando el proceso. En la actualidad, las bibliotecarias se ven obligadas a hacerlo manualmente, escribiendo sobre cartulinas toda la información pertinente porque el equipo fue robado hacía años, insertándolas luego en un fichero situado a un extremo de una de las salas. A cada una de estas fichas, la Sra. Guillén las llama: «La partida de nacimiento del libro»; al fin y al cabo, algo de hospital tiene el lugar.

Foto de pacientes a la espera de ser revisados y calificados por las bibliotecarias.

Mientras las horas transcurren sosegadamente, asisten al recinto entre siete y doce personas por día. Los más viejos husmean en grandes tomos de historia y geografía, y a veces, en la sección de literatura y sus respectivas divisiones; tiempo atrás podía vérseles de cabeza en el periódico que la Sra. Guillén compraba camino al trabajo. Los jóvenes, en cambio, asoman por las puertas ocasionalmente, en busca de lecturas que los conduzcan a mundos más interesantes. Aun así, es habitual que deambulen por las salas algún uniforme azul o beige, cerca de secciones con contenido educativo. Sin embargo, el problema se presenta cuando es un niño quien se acerca preguntando por cuentos, o libros ilustrados que le permitan digerir mejor la información a investigar, ya que la sala infantil mantiene sus puertas cerradas al público.

Si se le pregunta a la Sra. Guillén por el deje de abandono que transpira la biblioteca, esta relata con aire de nostalgia que antes se recibían alrededor de cien y ciento veinte personas a diario. Asistían también personajes ilustres de la zona, como el cronista del municipio Naguanagua, Armando Alcántara, quien regala sus libros a la biblioteca siempre que publica uno nuevo; pintores como Freddy Armas y Tonya Bottaro; y escultores como Norman Corrales, entre otros.

Había cinco funcionarios encargados de atender las instalaciones. La sala infantil operaba con normalidad, y en ella se realizaban talleres de lectura, manualidades y otras actividades recreativas, organizadas por varias escuelas aledañas y el coordinador; se atendía a los alumnos de primaria, quienes retornaban para sus casas con una sonrisa de oreja a oreja tras disfrutar de una hora compartiendo dentro del círculo de lectores, o después de ver una película; pero lo más hermoso de todo, era cuando los niños que cursaban sexto grado aprobaban el curso y comenzaban primero de bachillerato, pues para ellos esto significaba un boleto de entrada a la sala general, como saltar de la pecera al océano teniendo ahora por salvavidas a un Don Quijote, un Descartes o algún Cuento Grotesco de Pocaterra.

No obstante, comenta que gracias a la poca rentabilidad del salario mínimo y la diáspora venezolana, en la actualidad solo hay tres funcionarios a cargo: ella, la Sra. Álvarez y la Coord. Lic. Mary Flores; motivo por el cual la sala infantil carece de personal que la atienda.

Aunado a ello, todo el equipo de medios audiovisuales ha sido ultrajado, no se organizan talleres como antaño, las escuelas carecen de transporte para tales incursiones, y los padres no dejan a sus hijos trasladarse en autobuses públicos bajo la tutela de uno o dos maestros que deben estar pendiente de veinte niños más, debido a la inseguridad que reina en el país.

En cuanto a la escasez de visitantes asegura, tras trece años prestando servicio, que desde la llegada de Internet las salas han quedado desoladas, pero que este último jamás podrá desplazar a los libros.

Aspecto habitual de las salas.

Ante la pregunta de cuántos robos ha habido hasta la fecha, la Sra. Guillén recuerda alrededor de catorce, y relata que una noche se llevaron varios libros, completamente nuevos. De este suceso se supo al día siguiente que las víctimas fueron dejadas a la intemperie, en las afueras de la Casa de la Cultura de Naguanagua, como si los choros hubiesen reflexionado a última hora sobre lo que llevaban en brazos, concluyendo que no valía la pena saltar cercas con tanto peso muerto. La más contenta con el desenlace fue ella, quien dio gracias al cielo porque ese día no llovió y se recuperaron los libros en buen estado.

Hoy en día, las auxiliares de la biblioteca no cuentan siquiera con un microondas para calentar el almuerzo; el último que tenían, los ladrones debieron venderlo a buen precio o cambiado por sustancias tan psicoactivas como las novelas.

Por otro lado, el mantenimiento del espacio resulta engorroso, puesto que la aspiradora comprada por los empleados hacía años, también fue robada. El agua embotellada se las proporciona la Clínica del Riñón, situada a pocos metros de la Casa de la Cultura, ya que el camión dejó de prestarles el servicio de la noche a la mañana. El aire acondicionado continúa inoperativo, sin poder climatizar el lugar, contribuyendo al deterioro de los libros. Los bombillos desaparecen como por arte de magia. Y el Instituto del Patrimonio Cultural, creado por la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural (Gaceta Oficial Nº 4.623 del 3 de septiembre de 1993), brilla por su ausencia.

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La mañana pasa volando y el sol puntea en lo alto, anunciando el mediodía. No hay más tareas pendientes. En el libro de registro de usuarios que asisten a la biblioteca, bajo la fecha del 22 de noviembre de 2019, figuran cinco nombres. Uno de los cuales pertenecía a un usuario que llegó buscando cierta información y no la encontró en ningún libro. Ante esta situación, y en otras circunstancias, el usuario hubiera accedido a la red desde alguna computadora de la institución; pero la realidad no es complaciente. El otro, era este servidor, quien realizó una entrevista a la Sra. Guillén y recabó lo narrado en estas páginas. Al finalizar dicha entrevista, a pesar de todo, ella añadió sonriente:

—El mundo de la biblioteca es bello, maravilloso. Para todos los que quieran visitarla, bienvenidos sean.

Dos horas después, las puertas vuelven a cerrarse y el banco de madera es colocado en su sitio. Mientras tanto, en las estanterías, permanecen los libros sin poder conciliar el sueño, sobresaltándose hasta con el arrastrar de patas de las cucarachas, como todo venezolano a quien se le han metido para la casa mientras dormía, o ha sido secuestrado alguna vez.

Junior Gómez, 28 de noviembre de 2019.



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Las fotos son de mi autoría, tomadas con el teléfono Yezz 4E.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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Sort:  

La atmósfera y los hechos que relatas son los que imperan en muchos lugares de nuestro país... a veces hasta en las almas que uno mira por ahí caminando. Pienso que esa desolación llega cuando no hay un sentimiento de pertenencia en las comunidades, ladrones que saquean bibliotecas, escuelas, hogares. ¿Sería eso posible en comunidades unidas, organizadas? Pero como me dice mi madre: ¿qué puedes pedirles a unas criaturas que han sido tan maltratadas (por el sistema, por el gobierno, la situación actual, y pare de contar)?
Cuando leo esto, me veo yo misma y veo como se repite esto en nuestro entorno. Pero hay algo que no debemos perder y es las ganas de luchar porque esto sea diferente, seguir ayudando, apoyando en lo que se pueda. Te aseguro que la bibliotecaria se alegro mucho por la visita, por eso su sonrisa, y ni siquiera pensaría en perder la fe en los libros... Más personas como ella y como tú hacen falta.
Gracias por compartir mi estimado…
Un abrazo

Eso es cierto, no hay que rendirse en esta lucha por un mejor mañana. Gracias por complementar de tal manera.

Por otro lado, si hay alguien a quien deba darse crédito, es a la Sra. Guillén, quien contó sin pelos en la lengua lo que otros callarían por temor, o por tan solo ver hacia otra parte.

Me alegra tenerte de visita. Saludos.

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