La subjetividad y los espacios.

in #spanish7 years ago

Queriendo hablar de la subjetividad y los espacios ¿Qué sitio le daríamos a esos espacios virtuales o no-espacios?
En el lenguaje cinematográfico, por ejemplo, la intimidad ya no es relacionada con el hogar, ni siquiera con el dormitorio o la habitación. Ni el espacio público ni el hogar son ya lugares seguros para el humano postmoderno. Así que la intimidad requiere de otros significantes.

El otro día vi un vídeo muy interesante respecto a ese tema (

). En él se explicaba que esos nuevos sitios o espacios tenían fieles representaciones en el diario de Laura Palmer (Twin Peaks), el sótano de Norman Bates (Bates Motel) o la caravana de Walter y Jesse (Breaking Bad).

Irremediablemente me tuve que preguntar cuáles serían esos espacios en la cotidianidad de todos nosotros que nos encontramos del otro lado de la pantalla. Estoy seguro que en muchísimos casos son nuestras computadoras y celulares. Lo preocupante del actual linchamiento público, es que se rompa la intimidad con la pantalla. Como el repetido ejemplo de las fotos intimas filtradas y viralizadas.

Queda claro a partir de esto, que no me refiero al hecho de que alguien quiera hacer su vida parte del dominio público, como en las redes sociales o en un canal de Youtube, sino al rompimiento de la intimidad que se tiene con la maquina. Me refiero precisamente al hackeo, a la filtración, al robo de datos o de identidad.

Si todo el lenguaje cinematográfico actual muestra cómo el hogar ya no es un lugar seguro para el individuo, series como Black Mirror van un paso adelante de esto. Muestran el siguiente paso en la agenda de la destrucción de los espacios habitables: el momento en el que el espacio virtual queda rebasado por el orden público.

¿No es esta la paranoia actual y un nuevo ejemplo de teoría de la conspiración? El repetido discurso de la venta de nuestra información a los gobiernos y las corporaciones por parte de Facebook, el control de los algoritmos, etc. Ya no importa si a la realidad – esa de calles, plazas, parques, etc. – se le retira su aspecto privado. Ya no hay un escándalo por la vigilancia del gran hermano para con los espacios públicos, por la colocación de millones de cámaras. Lo terrorífico del asunto ahora tiene la forma de Mark Zuckerberg tapando la cámara de su laptop con una cinta.

Si en el orden público encontramos la intimidad y el secreto de los callejones, o en el hogar encontramos la intimidad de un diario y un sótano, podemos ir aun más lejos y encontraremos una pantalla, con cientos de aplicaciones y unos audífonos. Tenemos también el muro o el perfil y por otra parte encontraremos el mensaje privado. En toda red social hay varias configuraciones y grados de privacidad. La locura colectiva llega en el momento en que sabemos que esa intimidad es violada a gusto por Facebook o los infinitos historiales mundiales que en las oficinas de Google revisan minuto con minuto. Pero al final podemos vivir con ello. Pues ahora los corporativos cumplen el papel panóptico de Dios padre en una sociedad moderna y secularizada. Lo importante es que no se filtre al espacio público. Es decir, Dios siempre te ve masturbándote, pero tú no quieres que te vean tus padres o el vecino tras su ventana.

Así que se tiene que despejar la confusión habitual de relacionar lo público con la autoridad y la intimidad con la falta de esa autoridad. El sueño liberal de que el orden privado es en donde yace la libertad del individuo.
Yo nunca estuve del todo de acuerdo con el típico reclamo de la violación a la privacidad. No niego que quiero que mis manías diarias se queden en los secretos de mi habitación. Pero en términos simples, puedo tan sólo apelar al famoso refrán: El que nada debe nada teme. Siempre he sido escéptico a la idea de lo privado.

Lo preocupante es cuando esa información de orden privado se destina a fines consumistas. Que por medio de algoritmos basados en tus preferencias y likes te dejen sumergido en una burbuja narcisista y consumista. Con las redes sociales, con las transmisiones en vivo, con los vídeos de Snapchat, la idea de Reality Show toma una acepción aun más interesante.
Mostrar tu realidad y tu persona “real” como un espectáculo, como un producto. Nadie puede olvidar el episodio de Caída en picada de Black Mirror. Así el consumidor es un doble simulacro. El mostrador o la vitrina son transparentes, como aparenta ser el montaje hecho en pantalla, o como aparenta ser el perfil de una red social (Pero si golpeas fuerte el cristal de una pantalla la imagen se distorsiona y puedes darte cuenta de lo endeble que es esa “realidad”. En este punto vale la pena recordar las palabras que Baudrillard le dedica al cuento de Borges. Realmente no sabemos cuál es el mapa y nosotros no sabemos cuál es la pantalla. Si rompemos el espejo pasaría exactamente lo mismo con nuestra idea del yo. Con esto, el título Black Mirror retoma toda su significación). Lo paradójico del sujeto en la actual sociedad del consumo es que es, al mismo tiempo, el producto en la vitrina y el espectador, un infinito digno de Las Meninas de Velázquez. No es solamente que él ve la vida expuesta de sus amigos y familiares en las redes y a su vez él expone la suya. Más complejo aun, quiere decir que se objetiviza a él mismo como un producto, como maniquí colgando marcas. Desde Debord hasta el hiperconsumo de Lipovetsky esto se viene dibujando. De manera inmediata como víctimas de una enajenación, pero más profundo aun, como el hecho de que la conformación misma del sujeto no es más que un espejo de la sociedad del consumo, es decir, el sujeto mismo es un producto. Es el output de los procesos de la industria.

La columna vertebral de la sociedad de consumo, es decir, la publicidad, no sólo juega con los deseos. En cada pieza de publicidad hay un reflejo, un fractal de ideología. Ideología que se puede resumir a la idea de que tenemos derecho a la propiedad privada. La nueva acepción de Reality Show, tratada en el párrafo anterior, nos muestra que para que podamos tener propiedad privada, la intimidad debe tener como vigilante al mercado. En otras palabras, que nuestra intimidad ya no le pertenece a Dios o al Estado, le pertenece a las corporaciones que son cliente de los mass media. La intimidad es tan sólo una especie de ilusión del producto que somos. Somos una serie de datos ante los analistas de las empresas y la intimidad es nuestro intento de agrupar todo eso. Es aun más problemática la idea de la intimidad estrechamente ligada con la libertad, puesto que el individuo ya tiene interiorizado el deber y la autoridad. La autoridad externa, en el orden público, pudo tener uno de sus rostros más temibles con la inquisición. A su vez, la ley interna era mucho más temida por el grado de realidad que tenía Dios, pero desde el punto de vista escéptico, esa intimidad era paradójicamente, más autentica. Ahora Dios tiene rostros humanos. Menos temidos pero más reales. La omnipresencia y la omnisapiencia, ilusorias, ahora se materializan con ojos humanos al servicio de esa cosa abstracta que los nuevos religiosos llaman mercado. Ahora todo acto queda guardado en la red. Aunque ahora no se castiga el incumplimiento de la ley, con la culpa por faltar a Dios, ahora uno es castigado y siente culpa por no seguir el mandato del goce liberal. Antes el sujeto era la creatura de Dios, ahora es el producto del mercado.

Después de todo, la imposibilidad de habitar en los espacios se sigue extendiendo. El espacio virtual no es una excepción a esta regla. Todo esto por la simple razón de que la total intimidad es un horizonte, nunca un fin, nunca un acto.

Coin Marketplace

STEEM 0.14
TRX 0.12
JST 0.026
BTC 54691.22
ETH 2323.26
USDT 1.00
SBD 2.12