06 de marzo de 2037. 7:48 a.m

Él entró al vagón del metro y en seguida arrancó. Mauricio tomó asiento al lado de un anciano, quien lo vio y levantó las comisuras de su boca. ¿Qué fue eso?, Mauricio no supo cómo responderle, ya que para él era un fenómeno nunca antes visto, y mucho menos experimentado. Había escuchado que en otros países se llamaba sonrisa, pero en el suyo, Venezuela, no existía.

Miró a su alrededor a ver si alguien había notado eso, pero todos estaban inmersos en las noticias que sonaban por el parlante. El Presidente Supremo Todopoderoso Pajarito que Habla estaba emitiendo la respectiva cadena matutina.

Mauricio creyó reconocer a la persona que estaba detrás de él, pero siempre era lo mismo: todos en Venezuela se parecían, con sus rostros indiferentes e imperturbables. Nada los conmovía ni los emocionaba, de hecho, no conocían esos sentimientos.

De pronto, el tren se detuvo, las luces se apagaron y se escuchó: —Se les informa a los señores usuarios que debido a fallas eléctricas el tren se ha detenido, los invitamos a que tengan un poco de paciencia. Por supuesto, todo esto es un ataque de la derecha en este país, golpistas, fascistas, opositores, quienes intentan derrocar a nuestro Invicto e Inigualable Presidente, no lo lograrán. En breves momentos iniciaremos movimiento.

Las personas ni se inmutaron, el Altísimo Pajarito producía en ellos un efecto hipnotizante y mantenía sosegada aquello que Castilla Del Pino llamaría aspiraciones latentes. No tenían voluntad para si quiera quejarse, ni podían analizar lo sucedido. Eran como simples máquinas, que daban por sentado todo lo comunicado.

Canon EOS 750D/T6i
Caracas, Venezuela.

—Usted me parece diferente, joven —se dirigió a Mauricio aquel viejito, llamado Luis, quien seguía sonriendo.

Mauricio se estaba asustando, no sabía que decir y sentía que lo correcto era sonreír, trató de imitar eso que estaba haciendo con la cara y falló inevitablemente. Le dolían las mejillas de intentarlo.

En la puerta más cercana surgió una discusión entre dos personas, porque supuestamente una de ellas había empujado a la otra.

—¿Sabía que estas cosas no sucedían antes? —siguió Luis, susurrando.

—¿Cuáles cosas?

—Todas estas, las que vemos a diario. La gente no era así, apagada e infeliz, conocían la alegría, la solidaridad, el respeto y la tolerancia. Me imagino que no sabes lo que significa —Mauricio negó con la cabeza, pero siguió interesado en escuchar lo que decía el viejito. Su voz era apacible y aunque no era como la del Soberano Pajarito, resultaba fascinante—. Es complicado de explicar, pero son todas aquellas cosas que mueven a un país, que hacen que avance y que se sienta… vivo.

Maurició analizó lo que el viejito le estaba diciendo, lo que él le comentaba realmente era ideal. Sintió un leve jalón en su cabeza, pero pensando en todo, estiró sus mejillas y pudo sonreír. Luis sonrió también.

—¿Por qué ya no somos así?

—Esto es un secreto, y aunque lo que más deseo es gritarlo para que todos sepan. Lamentablemente, no podrían comprenderlo —Luis bajó la voz—. Sólo puedo decirte que todos aquí están configurados para pensar y sentir como el Presidente Pájaro quiere que hagan, es decir, a su favor. Desde hace casi 39 años el gobierno usa el siguiente método: antes de comenzar cada cadena, emite el mismo canto, de esta manera consigue atrapar los sentidos de todos los venezolanos e inhibe sus capacidades innatas, como poder crear una opinión propia, así sea distinta a la de él.

Mauricio estaba sorprendido, era inconcebible para los habitantes de Venezuela tener una opinión distinta a la del Inigualable e Incomparable Presidente.

—Es así como desde hace años la mentalidad de todos ha cambiado, nos han quitado el raciocinio. Nos han quitado la capacidad de poder sentir cosas buenas y hermosas, solo nos han implantado odio, temor y amargura. Callaron todas las voces que podían estar en su contra —continuó Luis—. Y la única manera de escapar, es pensando y dándote cuenta que la vida más que esto, la vida real es amor, es abrazos, es sonrisas. Y definitivamente, es nuestra culpa que ya no sea así.