Volvió al cielo de sus ojos

Hoy recibí su último mensaje, grabado en una nota de voz de cinco minutos. Ahora vive en Colombia, y es feliz, cómodamente feliz, según los parámetros oficiales. Está casada, aun no tiene hijos, y no me lo dijo; pero sé que le agradaría. Lo sé, porque entre los tumbos de su voz, pude ver perfectamente el frasco medio vacío de valeriana sobre la repisa.

Su voz me trajo a colación un sin fin de cosas que representan la nostalgia: La tarde de los domingos, el viento quedo en los árboles llenos de calor y por supuesto, las fotografías: esa panela de tiempo congelado que te hace el recordatorio permanente de que vas envejeciendo.

Como me gustaría atrapar tu voz hace dos años atrás. Retenerla en una red. Y de vez en cuando, sobre todo cuando es de noche y son las dos aeme, liberarla, para complacerme en el tono de felicidad que traías.
Ahora tiene los dos simples acordes de un adiós.

En la noche me asalta un sueño angustiante. Imagino la vida como una representación en un gran teatro vacío, en el que detrás del telón no hay nada. Una oscuridad permanente. Quizás ser feliz es olvidarse de esa sonrisa negra.
Si esto es así, la que eras antes; la que vivía en esta ciudad de fábula y no en aquel país, podía lograrlo con tan solo sonreír. Fuimos una generación perdida.

Mientras camino, sueño que estos fragmentos pudieron ser algo más. Mientras veo los carteles de la revolución perdida; una revolución sin líderes, aunada por la misma gente imagino que…

Despierto sin aliento. La imagino en la oscuridad, con la exigua luz haciéndola brillar; sus senos menudos, su sonrisa blanca, su abdomen y su sexo húmedo iluminándolo todo. Hágase la luz en la tierra y sonrío por sus ojos café.
La imagino poseyéndola como tantas veces, en una espiral cadenciosa de locura, con sus gemidos adentrándose en él, un sonido de paz. Sus dedos dentro de ella, perforándola y excavando la luz de su ser, una utopía húmeda, caliente y suave, desbordando el sueño en un río dulce de calor... Pero el viento frío de la mañana lo volvió en sí.
Afuera el humo transformaba el cielo en un desvalido gris y unos perros hurgan la basura entre gruñidos. Su cuerpo se deshacía en él. Entre sus manos, mientras ella se retorcía gimiendo y sonriendo y... ya no había un mundo afuera, la sustancia del mundo le caía líquida y llena entre sus dedos, luego paz, frío y silencio.
Y volvió a pensar en guerras, en niños con cascos muy grandes y muertos de hambre muriendo, corriendo tristes y vacíos a quién sabe dónde. Y volvió a pensar en casas polvorientas y pobres rogando pan. Recordó tantas noches tristes añorando sus ojos cálidos. Y volvió a pensar que el cielo estaba en sus ojos.