Pasajes de una guerra.

in #spanish6 years ago

Siempre la veía en el café Mallorca, en el cruce con la avenida Santa Mónica. Una zona prestigiosa de la ciudad con muchas residencias guarecidas bajo la penumbra de los árboles. La veía detrás de la barra limpiar, servir los café con leche y sonreír a una música que provenía de un lugar mejor. Mover sus pequeños dedos blancos con los terrones de azúcar. Eran momentos fugaces en el que su rostro convulsionaba una alegría inmensa, sus mejillas se coloreaban y sus ojos se tornaban más vivos. Ese instante era el único atractivo que me llevaba al Mallorca, por lo demás, se veía tan disminuido frente a su rival, un gran restaurante italiano, de la acera de enfrente.

Llevaba dos meses que había vuelto de un infructuoso viaje a Europa. Aún mantenía recuerdos atroces de la guerra, eran imágenes como jirones que parecían volar alrededor. Me fui en condición de cronista y corresponsal, y volvía con un testimonio triste. Los honorarios pagados del periódico donde escribía me bastaron para refugiarme en la calle próxima a Santa Mónica, un sitio acogedor. Vagué un tiempo por la ciudad y no puedo decir que fueran paseos alegres. En todos lados, la Furia parecía agrietada, perdida. Supe de inmediato que me veía de nuevo en otra guerra, esta quizás un poco peor.
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Nunca supe cómo se llamó la chica del Mallorca, yo le puse Helena porque sus cabellos amarillos me recordaban un cantar épico. La verdad es que el local nunca tuvo mucha clientela, y si la tuvo, solo se debía a Helena. Ya que ella parecía acoger, en un abrazo maternal, a los desamparados, a los desesperados que titubeaban al fin decididos entrar al café con ventanales oscuros y no se dejaban tentar por la lustrosa fachada del restaurante italiano. Éramos pocas personas las que nos reunimos bajo las bombillas sucias, los carteles húmedos de cigarrillos y personajes con un fugaz estrellato en la televisión. No recuerdo que hubiera otras meseras, a veces me pregunto qué hacía Helena allí. La imaginaba como una esposa muy joven al que su marido le prometió una vida de lujos y solo obtuvo el Mallorca. En mi sueño el novio —una sombra— era guapo y Helena lo amaba con locura. Lo cierto es que su hechizo nos mantenía a todos atados. Bebíamos nuestros cafés en silencio, intentando levantar la cabeza pero sometidos al designio de aquellas pestañas y ojos dioses. Cuando la veía moverse silenciosa, con el pecho levantándose imperceptiblemente en su uniforme blanco, creía oír su voz. Una voz clara, blanca como sus dedos, que me contaba su vida, mirándome con sus profundos ojos; me contaba su infancia, en el patio, bajo un árbol, de cómo había venido a la ciudad, y me contaba el secreto de su magia. Hasta podía oír su risa tierna y lechosa decirme que cuando cerraba, ella corría las escaleras al segundo piso donde vivía y se ponía a escribir en su pequeña libreta de historias, una libreta verde de cuero. Eclipsado bajo sus ojos, me decía que sus historias cobraban vida: de repente, ella escribía que existía un viejo local en la calle con Santa Mónica y al día siguiente, de la Furia carcomida, parecía nacer un lugar semejante.

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Hoy he visto desde el balcón del piso alquilado a la gente moverse. Iban y venían por la Plaza, sin detenerse, absortos de todo. He pensado adónde nos estaremos dirigiendo. Cuando pienso en Helena y es tarde, cuando en la calle solo se oye la noche, imagino un hermoso ojo que nos observa, que nos acoge y nos dice la verdad. Quizás el mismo ojo dorado de Helena. También imagino que si hay otra vida después del final, debe ser un poco triste que aquel ser te muestre tu ir y venir. Sin saber adónde vas pensando que conoces el mundo, juzgando, encasillando. Pensar en Helena me hace bien. Me hace recordar que somos unos niños que no se conocen en un planeta ajeno, lleno de misterios y verdades a puñados. Unos perdidos soportando la tempestad en un desierto inmenso.

Ya casi no voy al Mallorca. Me da miedo que al llegar no me reciba la voz de la magia, así que mejor no ir. Ojos que no ven corazón que no siente. Pero eso no es del todo cierto. En mis sueños entro al establecimiento y ella me espera en una mesa con un mantel blanco; hay unas velas que se mueven como humo. No sé si es de noche o de día. El cielo tiene una capa lechosa y rosada tras los ventanales.¿Qué te pasa? Entra, siéntate conmigo dice. Yo la veo tan bella sonreír, siendo humo ella también, y le digo que estoy escribiendo sobre la guerra. ¿Qué guerra?.Pues, la guerra, Helena. La guerra que estamos sumidos. Ella se levanta y comienza a bailar a un ritmo lento, como agua. Yo veo cómo ese cielo, que no es claro ni oscuro, la mece; la consuela; le llena la figura esbelta y hermosa. De sus ojos y de su boca salen unas mariposas con ojos dorados en las alas. Llenan el lugar y se alejan.

Sort:  

Muy buen relato, hacía tiempo que no te leía.

Gracias amigo. Si, he tenido algunos problemas personales que me han tenido alejado. Pronto volveré

Hermoso! Que bella es Helena.

Gracias amiga. Un placer que te haya gustado

Muy profesional de tu parte brindar este post, gracias por tu aporte.

Me atrapó ese relato, la manera de escribir está espectacular.

Muchas gracias, me alegro que lo consideres así-.

Gusto leerte de nuevo se te extraña por @decomoescribir , espero vuelvas pronto.Muy a tono con el ejercicio sugerido por Daniel de Borges.

Muchas gracias amiga. Si, algunos problemas personales me han tenido alejado. Pero no tardare en volver. Gracias por tu apoyo, se valora muchísimo.

Me alegra mucho por ti, @poesiaempirica

Qué bonito tu cuento, vale, me encanta tu estilo. Me recuerda al realismo mágico, con un poco de tendencia hacia la locura del protagonista, o quizás metáforas llevadas un poco al extremo.

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