Cuentos grotescos: La casa al final de los campos.

in #spanish6 years ago

La casa era hermosa. Quedaba en el extremo del camino de tierra, en las inmediaciones de los campos de cultivo. En todo el trayecto solo había construcciones vaciadas por la sequía de aquel verano. La fachada del frente lucía un jardín muy cuidado. Con flores exóticas, siempre húmedas de rocío. En medio, destruyendo la limpieza del césped, había una fuente de una mujer con un brazo alzado. Luego, siguiendo el sendero, se llegaba a la casa. Era de madera vieja pulida, pintada de blanco virgen. En medio de la puerta de madero robusto, rezaba: Señora Ana. Bienvenido.

Parado en la cancela, me dio una impresión de ensueño. Todo alrededor era de un verde tierno, exuberante. Sin embargo, de la vitalidad que como un sahumerio caía sobre la imagen, había un elemento raro. Algo que distorsionaba el paisaje. Quizás era solo lo que me habían dicho los parroquianos al preguntar dónde podía encontrar agua. Llevaba dos meses viviendo con mi abuela por las vacaciones de la escuela, y todas las mañanas, de manera religiosa, buscaba en el pueblo el líquido en una fuente común. Pero hoy amaneció el sol haciendo brillar las piedras del fondo. Alguien aventuró que quizás en los olvidados campos de cultivo, alguno de los patronos que se iban a pasar este mal trago en sus casas con aire acondicionado de la costa este, hubieran dejado una llave abierta.

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Sostuve el balde por el asa. Con todo y eso, las ventanas con sus cortinas blancas meciéndose no daban idea de abandono. Arrojé un saludo a media voz que no perturbó la calma de los campos. Solo se oía el viento. Miré en derredor y solo vi a la creación desnuda, en un llamado de compasión. Verde.

Inseguro comencé a andar el camino empedrado. La casa cada vez me parecía mucho más amenazadora. Sentía que la brisa fresca que parecía solo existir allí,era la premonición de una tormenta. Llame dos veces más frente a la puerta. La casa reflejaba el tedio de las tardes de calor. Una guacamaya sobrevoló el campo y graznó, repercutiendo en la soledad de las flores. Nadie salió. “Claro que está vacía” me anime.

Empujé la puerta y entré. Llamé una vez para convencerme en la sala y salí al patio. Allí estaba la manguera despanzurrada. Puse el tobo al lado y entré de nuevo. El salón era amplio, de piso encerado y muy limpio, con varias mesas, tres muebles grandes y repleto de portarretratos. Llamé otra vez. Nada. Estaba nervioso .A la izquierda se veía una escalera alfombrada que desaparecía en la penumbra del segundo rellano. Pensé en irme. La sala era silenciosa y sentía la mirada de los cuadros, cientos y cientos, mirándome como moscas. Pululando en mi espalda, saboreando la pausa del tiempo con sus patas diminutas.

Me iría. Salí a recoger el tobo y regresar. El patio era gigantesco, se unía con la maleza de las fincas vecinas formando un pequeño bosque. Tomé el tobo y el viento me trajo lo que en ese instante me pareció los lamentos de una manada de perros que hicieron de ese lugar su refugio. Estaba oyendo aquel eco tristón cuando una voz me llamó.

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—Epale chamo ¿Qué se le ofrece?. Me volví rápido. Estaba al filo de mi entereza.

—Vengo a buscar agua señora Ana. Supuse que sería ella.
La señora Ana salió debajo del marco de la puerta, recogió mi tobo, lo observó y se volvió. Era vieja, demasiado. Un atajo de huesos envueltos en papel amarillento. Lo único vivo era su mirada, tan intensa como el color de las flores en su jardín. Y no podría decir que esto fuera bueno.

—Tenia rato llamando, nadie salía. Perdone la falta de respeto. Tampoco la oí salir.
Su mirada era vulgar y repulsiva. Asintió.
—Estaba arriba cociendo. Sonaba hueca. Fingida.

—¿Puedo llenarlo aquí?—dije señalando el tobo que yacía acostado panza arriba.
Ana me sonrió y entre sus encías sin dientes vi resplandecer la saliva al sol del mediodía. Una gota le cayó por la barbilla.
—Claro, claro. Llénalo tranquilo hijo. ¿Quieres tomar café?
—Será solo un momento. Añadió ante mi titubeo.

Pasamos al salón donde las caras como ranas nos miraban impávidas.
—Familia—dijo antes de pasar a la cocina. La iba a seguir cuando se devolvió y asomo su cara arrugada por entre la cortina que le servía de puerta y dijo.
—Espérate ahí, entrepito.

Me senté y me quedé viendo las fotografías. Tapizaban el salón. La sensación era la de muchos ojos parpadeando y viéndote al mismo tiempo. En la penumbra esos retratos de vidas espiadas en sus distintos tonos, lo llenaban a uno de nostalgia. Nostalgia porque nunca los conocería y verlos allí a todos sonriendo animados, era triste. Gente muy bien vestida, y otros no tanto. Mujeres, hombres y niños, no había distinción. Como un holocausto, pensé. Hacía poco tiempo que yo había leído un relato de la muerte. La muerte en su condominio observaba al mundo así como yo lo veía, en relojes de arena. Pensé que la señora Ana, con su casa alejada podía ser la muerte. Al final de los campos de olivo. Y entonces los personajes congelados comenzaron a moverse. No me sorprendió, creo que ya lo esperaba. Se movía cada uno en su pedazo de vida y uno abrazaba a los suyos, este sonreía frente a la inauguración de un puente, aquel otro era un niño alzado al aire. Era como mirar al tiempo. Como un holocausto. Estaba extasiado cuando algo me mordió la pernera del pantalón.

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Voltee reprimiendo un gemido y vi un gran San Bernardo en el umbral del patio.
—¿Qué pasó? preguntó Ana. El perro dirigió una mirada asustada a la cocina. Yo sentí a mi vez miedo. La voz tenía un deje extraño, frío. La muerte.
—Nada señora. Estoy viendo las fotos. Silencio. Las sombras de la cocina parecían agua de una pecera.
Intente apartarlo. No se alejaba. Pensé que quizás venía de la olvidada zona trasera. En el suelo, a sus pies, había un diminuto botín de bebé. El perro lo miraba consternado. Se lo iba a acercar cuando levanta la mirada, se acercó y me miraba fijo. Sus ojos eran grises. Apuntaba el morro hacia una pared con empapelado, llena de retratos antiguos. Solo me miraba, ansioso. Pero yo capto en su mirada un pesar. Una tristeza hondísima. Una compasión. No sé lo que quiere y de vez en cuando echó miradas nerviosas a la cocina. En todo este tiempo no había ladrado y solo se oye el sisear de los árboles. Antes no estaba. Es un canto bajo, de iglesia, que parece recorrer el recinto.

Entonces lo noto. Lo veo claro. El hombre vestido con camisa blanca que sonríe retratado con una niña en brazos y el perro son lo mismo. Un mismo ser. Tienen los ojos grises sellados en lejanía. Miro al San Bernardo y siento pena. Es un can achacoso acostumbrado a los malos tratos. Se nota en su pata herida y su oreja rota.
El perro, que en la foto se llama Reynaldo, asiente.

El café chilla en la hoguera y los árboles tienen una canción triste entre sus ramas.
La cocina solo me muestra sombras. Los árboles están entregados a un canto, a una letanía enloquecida. El perro me señala la salida. “Corre”, parece decir en el silencio.
— Ya casi está listo. Ya casi está listo. Susurra una voz. Es un sonido húmedo, viscoso.
Oigo una lengua enorme chasquear.

Entonces mientras corro por el jardín de la entrada me llega el canto que parece abrirse en dos, dejar filtrar la voces de millones de perros ladrando, aullando, a la lejanía de los campos de olivo. A la soledad. A la muerte.

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Sort:  

Y algo me decía que debía pasarme por este post. Lo he visto desde anoche y desde entonces me aparece por cada lado que voy. No fue una pérdida de tiempo, brutal historia para abrir la mañana. Un abrazo

Que bien que te hayas animado y darle una oportunidad. Me siento muy feliz que te haya gustado mi trabajo. Gracias amiga. Te mando un abrazo

Tremendo post... Y las fotos, excelentísimas 👍

Gracias hermano. Me alegro que te haya gustado.


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Muchas gracias por tomar mi post en su curación. Me alegro de la creación de este tipo de proyectos. Un abrazo y que sigan los éxitos.

Además de bien escrito, la elección de las fotos influyó muchísimo en la percepción de la historia. La última foto me hizo sobresaltarme jajajaja. ¡Saludos!

Saludos jaja. Gracias por leer amigo, me alegro que te haya gustado

Fantástico.

Que buen post, de verdad que tienes un talento nato para escribir! Mucho éxito, nos leemos.

Gracias amiga. Me alegro que te haya gustado. Éxitos igualmente. Nos vemos en tú blog.

me gusto mucho leerte. yo ando en una de escribir cositas originales ... y en medio de mi busqueda de contenido di contigo. desde ya seguido para leerte mas a menudo.

Acabo de descubrir una joya en Steemit, como cuando descubres un buen libro en la libreria.

¡Te felicito!

Tu comentario me alegró muchísimo. Gracias amiga, me alegro que le haya gustado.

Muchas gracias por estás iniciativas y me alegró que haya votado el post. Un abrazo. Éxitos.

tu post me inspira a escribir buenas historias, tu calidad y dedicación de verdad se ven reflejados en el, espero poder seguir leyendo más historias como estas! éxitos!

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