Bitácora nostálgica (5): Emma

Sólo puede pensar en ella a través de los recuerdos. Eclipsada tras una imagen. Bajo el cristal de las hojas enchumbadas de rocío en la madrugada. En el sonido hueco, vacío, que produce el entrechocar del hielo en las fiestas aburridas. En las cafeterías solitarias donde detrás del mostrador, en la trastienda, suenan canciones de amor. Solo puede pensarla suspendida en la constelación de memorias que dejó. Soñarla de frente. Cuando lo hace, es ver al sol directo, quemarse, encenderse, consumirse. Solo puede recuperarla en los raptos orgásmicos, allí, mientras dura el trance, puede verla sonreír y sentirse consolado, hasta despertar dentro de otra desconocida. Hasta despertar teniendo treinta y tres años. Viviendo en el ala oeste de la ciudad. Siendo profesor de Lengua en una universidad prestigiosa venida a menos. Y levantarse, vestirse en silencio viendo aquellas sombras dormir, observando la ciudad bostezar cansada, y salir a la avenida amanecida y regresar a casa. Pensando mientras ve a los obreros enchaquetados por el frío, a las dependientas barriendo la entrada de sus locales, lo rápido que pasa el tiempo. Lo terriblemente inmediato que te destroza. Él puede evocar la misma avenida en otras madrugadas tensas. Una huida en secreto. La madre de Emma nunca hubiera permitido los encuentros que se prolongaban hasta tarde en la alcoba. En el éxtasis de dos adolescentes que reían frente a sus cuerpos desnudos.La travesura de dos niños, él con dieciséis y ella con catorce, atravesando el umbral del secreto adulto. Esa habitación rodeada de cortinas rojas en el segundo piso de la casa no estaba sujeta por el tiempo. Se salía de sus garras. Esperar bajo la ventana a que Emma sacara su mano blanca, escalar las reja vecina y alzarse hasta allí, valía la pena. Era un mundo bajo el agua.

No necesita confesarlo para saber que cuando la fiesta decae y todos bailan agitados por el viento, busca mujeres parecidas a Emma. Con su sonrisa juguetona, con los senos pequeños y suaves y sus caderas y sus bragas rosadas. Virginia siempre le dice que su ligue esta en su actitud romántica y triste. En ocasiones se pregunta por qué no le paga a Virginia un restaurante caro, con manteles blancos, platos selectos y vino de cosecha. Virginia despechada y llorosa, como se pone después de beber le pregunta a veces agresiva otras desesperada; que qué le pasa, que reaccione, que así es el tiempo panita, destruye las cosas, acostúmbrate, ahómbrate. Destruye las casas, destruye tu mejor canción. Lo destroza. Se lo lleva el viento y no vale la pena llorar. No te lo permite. A él le gustaría explicar qué significa Emma. Ella era la personificación de la magia, de una vida no tan difícil. Quizás Virginia, con su escritorio pulcro, sus fotos de familiares y su puesto en el área de Ciencias, no lo entiende. Nunca ha tenido un gran amor. En ocasiones cuando la luz de neón recuerda a la luna sobre el mar, le gustaría preguntarle cómo es que ella ha vivido hasta ahora, cómo es que ha sobrevivido durante tantos años sin tener un amor de esos que le revientan a uno el alma.