Relato: El día de San Andrés. Primera parte (1/3). (Ilustraciones propias)

in #spanish7 years ago (edited)

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El taxi entró hasta donde el terreno permitía, un poco más abajo del socavón que las lluvias habían abierto entre el camino de la era y el del cementerio. La mujer pagó al taxista y comprobó el número de teléfono que él le había dado; ella le llamaría de nuevo cuando terminara.

Con paso firme, aunque lento y algo cansado, rodeó la zanja y comenzó a subir las escaleras del cementerio alto, el que estaba junto a la ermita de San Damián. Hacía mucho tiempo que no se enterraba a nadie allí, desde que construyeron el cementerio nuevo más cerca del pueblo; pero las antiguas sepulturas habían sido respetadas por deseo expreso de los familiares —decían que preferían enterrarse lejos de sus padres y de sus abuelos antes que profanar el descanso de sus muertos—. El emplazamiento de la ermita y del cementerio viejo, asomados a un gran escarpe desde donde se dominaba toda la llanura, era realmente incomparable, a pesar de que ahora, otoño tardío, el paisaje estaba pintado solamente en ocre y gris. En esta época se podía ver el Puente Chiquito, el que cruzaba el arroyo claro en que las mujeres lavaban antes de que ahogaran las tierras del valle con aguas embalsadas. Más allá del pueblo, la vista se perdía en los sotos de olmos que crecían detrás de las viñas, y hacia el oeste podía verse el sol formando un semicírculo perfecto al hundirse en la tierra, tan llano era el horizonte.

Después de tantos años le habría gustado colocar un ramo de lilas en la tumba de su padre, pero habría sido imposible, casi entrado el invierno. Las lilas ocupaban un lugar especial en su memoria: había olido su aroma por primera vez cuando su padre les mostró, a ella y a su hermano, los jardines umbríos y legendarios que se escondían en la cara norte de la ciudad fortificada; allí, a los pies de la muralla, crecían en primavera, ayudando a ocultar el Portillo de la Traición. No pudo llevar lilas, de modo que pensó si seguiría vivo el viejo pino que crecía al lado del cementerio. Ahí estaba, tan majestuoso como lo recordaba. En una ocasión, mucho tiempo atrás, su hermano le había enviado una carta que ella aún conservaba:

No suelo visitar a nadie cuando voy al pueblo. De hecho, han estado criticándonos porque dicen que tenemos a papá muy solo. Pero Tío Juan oyó el otro día una de estas conversaciones y explicó que él a menudo veía una rama fresca de pino sobre la tumba, y que eso sólo podía ser de su hijo. Efectivamente, las ramas eran mías y Tío Juan lo sabía.
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Cortó dos ramas, pues su hermano ya no podría volver a visitar a su padre, y entró en el camposanto.
El tiempo allí parecía detenido: las mismas cruces, las flores artificiales atadas a ellas, un pequeño poema escrito para un hijo muerto en uno de los panteones... Cuando llegó a la tumba de su padre se sentó sobre ella, colocó las ramas de pino y se recostó ligeramente sobre la cruz de la cabecera.

—Si me viera alguien del pueblo diría que soy una irrespetuosa—pensó; pero esto no pareció preocuparle demasiado.

Ella sabía que su padre ya no estaba allí, que su espíritu, existiese o no un más allá, no podría estar atrapado bajo una losa de mármol. Aun así, sus restos eran para ella punto de encuentro, pues, además de ser lo único tangible que de él le quedaba, reposaban en pleno epicentro de su infancia. Sin moverse del lugar en que se hallaba podía ver la josa, el merendero, el camino de la era, la viña del barranco, el palomar... Se sintió abrumada por tantos recuerdos. Las lágrimas se le agolparon y la emoción le impidió por unos momentos respirar con normalidad. Cuando se sobrepuso, pudo pronunciar las primeras palabras:

—Padre, he elegido el día de tu santo para venir a hablar contigo. Creo que deberíamos haberlo hecho hace mucho tiempo, pero quizá ninguno de los dos tuvo el valor suficiente o, tal vez, no se presentó la ocasión. No sé si es demasiado tarde; espero que tú me lo digas.


Me gusta ilustrar los relatos y los poemas que escribo. Estos dibujos están hechos con pluma.

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Sabes escribir, y también sabes dibujar... Da gusto, seguiré leyendo.

Muchas gracias, @gregario, espero no decepcionarte. Yo también te leo.

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