El taxista como servidor público, es testigo de historias inverosímiles, que contándolas parecen sacadas de un guion de novela venezolana. A diario nos encontramos con personas muy amables, muy amargadas, muy habladores, muy calladas, muy pesimistas o muy optimistas. Total, para que el mundo sea mundo tiene que ser así. Como taxistas debemos escuchar, charlar o callar, todo depende del estado de ánimo del cliente.

Hola amigos stemianos, hoy les quiero contar una breve anécdota que viví un día cualquiera, trabajando en mi carro como taxista. No a lo Ricardo Arjona, sino a lo criollo venezolano.

Cierto día llegando a la entrada de mi ciudad, San Fernando de Apure. Justo en la alcabala que antecede al puente, estaban dos caballeros con fuertes intenciones de detener un taxi. Sus ropas no eran las más acordes como para andar en la calle y en el primer intento no quise detenerme, pero el reductor de velocidad puesto en la alcabala, me obligó a parar. ¡Bendito reductor de velocidad! Los dos señores enseguida se aproximaron a la puerta del vehículo, y mi segundo intento de huida también fracasó por la repentina parada del carro que me antecedía. ¡Bendito carro!

Uno de los caballeros me pide por favor hacerle un servicio urgente, me dice para trasladar una mujer embarazada que está a punto de parir. Si mis amigos, estaba que paría. Le digo al hombre que no hay problema, que busquemos a la dama, y nos fuimos cual ambulancia en emergencia.

La dama sube al carro con la dificultad que amerita el caso, mostrando tener los dolores más dolorosos, que solo los dolores de parto pueden dar. A estas, ninguno de los caballeros intenta acompañar a la dama e invitan a una chica a subir al carro como acompañante de la parturienta. La futura madre se mostraba incomodísima y no creo que fuera por mi conducción. Se agarraba entre las piernas algo que quería salir antes de lo previsto, mientras la acompañante le increpaba fuertemente que no hiciera ese espectáculo, que ¿qué iba a decir el señor del taxi?

Como la ley de Murphy no falla, la avenida que lleva al hospital estaba colapsada de carros y el viaje era dificultosamente lento.

Faltando poco para llegar al hospital, la dama soltó una cantidad de líquido que bañó el asiento, la alfombra del piso y sus alrededores. Ahí, si me asusté y apresuré el paso vehicular. La “acompañante” seguía regañando a la futura mamá por su conducta y desdén físico. De verdad, yo no sabía si ella tenía mucha pena o su inexperiencia en esos casos la colocaba en esa posición. Lo cierto es que la dama comenzó trabajo de parto en el asiento trasero del carro. Fueron como 5 minutos de gritos parteros y regaños nerviosos, hasta llegar a la emergencia del hospital. Al llegar, la reprochadora acompañante bajó a la dama del carro, no esperó camilla o silla de ruedas para mover a su amiga. La puso a caminar hasta la entrada de la emergencia, hasta que un señor camillero prácticamente, la obligó a dejar sentar a la dama en la silla. Me quedé parado y no las vi más. Subí al carro, di media vuelta y me fui hasta la casa a lavar el carro y a contarle esta historia a mi familia. Relato que ahora comparto con todos ustedes, mis steeamigos.

Luego estando en mí casa y viendo en retrospectiva esta vivencia, sentí disgusto por el comportamiento de la chica acompañante que más que ayudar, dificultó el paseo con la futura madre. Pero fue algo muy pequeño e insignificante con la parte positiva vivida. Sentí alegría, un agrado muy sugestivo, al pensar que pude ayudar a una personita a llegar a este mundo y ver lo maravillosa que es la vida. Y para nada me incomodó lavar el asiento, la alfombra y sus alrededores.