“MAMAJÚA”, PERSONAJE DE LAS GEMELAS ACARIGUA-ARAURE (VENEZUELA)

Para quien no lo recuerda o no lo sabe todavía, “MAMAJÙA” es la inocente traducción de MAMÀ JULIA, pronunciada por su único hijo para nombrarla, cuyo pequeño historial les vengo a contar. Entre las cosas que recuerdo se llamaba JOSÉ VELOZ.

JULIA VELOZ era el nombre de su madre; lo era para este hombre medio bobo de lengua enredada que las dos ciudades conocía por el apodo de “MAMAJÙA”, cuando en las décadas finales del siglo XX recorría con su interminable pobreza las calles principales de la ciudad de Acarigua, desde que se despertaba el sol hasta la presencia del ocaso.
Alto como una jirafa y de gruesa contextura, setentón, sufría de una dolencia crónica denominada por la ciencia médica “elefantiasis”; de nada le valía las cataplasmas que la madre que sufría de demencia senil le colocaba en las canillas para aliviar la inflación, por esa razón eran perezosos sus pasos al caminar; para sostener su gruesa estructura usaba una señora garrocha del tamaño de su cuerpo para apoyarse. La camisa por dentro de unos pantalones recortados más arriba de las rodillas sujetada por una trencilla.
Entre sus andanzas y los momentos que yo le pude observar, apartaba con sus dos manotas las pesadas puertas de vidrio de las entidades bancarias de la ciudad donde veía que había más afluencia de personas, estiraba su mano piadosa para rogar que le entregaran una pequeña limosna para apaciguar su pobreza. La mayoría de las personas presentes le satisfacía su pedido. Andaba de Banco en Banco.
Al mismo tiempo con los primeros claros del día se dedicaba a vender leña, limpiar solares y recolectar basura en un carretón de madera en las casas, por cuya inmediación no pasaba el camión del Aseo Urbano domiciliario. Algunos vivarachos le demoraban el pago de su trabajo y para ajustar cuenta regresaba y volvía a echar la basura en el mismo sitio donde la había recogido.

Contàbase que su madre JULIA VELOZ cuando murió le dejó un par de casas de bahareque y zinc en un barrio, parecidas a una cueva pequeña, una de las cuales alquilaba por una módica renta de veinte bolívares mensual. Cuando el inquilino retrasaba un tiempo prudencial lo del arriendo, enseguida mandaba a desocupar, y si este no lo hacía con prontitud, iba sin pronunciar una palabra y despojaba el rancho de la techumbre.

Cuando los muchachos realengos se metían con el viejo, empuñaba duro la vara que llevaba, se ponía a la defensiva y con celo guardaba los reales dentro de su ropa sucia y zurcida por el uso.

“MAMAJÙA” fue uno de los tantos personajes populares que yo recuerdo de aquellas dos bellas ciudades grandes del estado Portuguesa, en donde yo un largo tiempo pude compartir las cosas elementales de su vida cotidiana.

La Villa de San Luis, 16 de julio 2019

NOTA: La foto la copié del facebook del Sr. Luis Terán Ascanio