LOS BEBEDORES, EL FINAL DE UNA VIEJA ESTAMPA VENEZOLANA

in #spanish6 years ago


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Madrugadores los bebedores, siempre era fácil precisarlos, hombres de veinte años y también de avanzada edad y eventualmente algunas mujeres, irrumpían por cualquier parte los tomadores de caña, algunos de ellos consuetudinarios se paraban de mañanita de su aposento a esperar la hora cuando las botillerías abrieran sus puertas para rastrear su garrafita. Eso sí, no molestaban a nadie. Serios y discretos. Antes de oscurecer ya estaban recogidos en sus viviendas o en un tinglado donde pasaban la noche.



En las diversas regiones de Venezuela la bebida recibe nombres distintos, por ejemplo en los estados centrales se llama “guarapita”. En las viejas pulperías de Villa de Cura en los años 50 recuerdo que lo llamaban “El néctar de los Dioses”; una bebida preparada a base de frutas y cepas de plantas, que almacenaban en grandes frascos bocones y era servida en vasos de casquillo en las antiguas pulperías.



En la Caracas vieja de casas de tejas rojizas, a mediados de la década del 50, existió por los lados de Catia un personaje muy afamado, especializado en la composición de estas bebidas artesanales llamado “El Médico Asesino”. No había en toda la capital un sitio como este. Claro que atraía la presencia del mencionado galeno, allí llegaba la crema de viejos lobos capitalinos y el interior. Le decían así por la potencia de las bebidas que preparaba. Este negocio lo frecuentaban gente de distintas capas de la sociedad caraqueña a consumir el espirituoso y añorado néctar. Se conservó por años, alabado por comunicadores sociales, poetas y juglares.



El “triquilin” para quienes no lo conocen, en el lenguaje coloquial de los larenses es una bebida popular fabricada con la combinación de raíces de plantas y caña clara, es tan conocido que fue puesto en popularidad en un tema grabado por el famoso compositor barquisimetano Juan Ramón Barrios. En el estado Portuguesa y en la región de los Andes lo denominan “Miche” y también “Gorro de tusa”.



En el Barquisimeto que yo conocí pululaban estos cañeros por los lados del terminal de pasajeros y eran asiduos clientes de un bar cuyo nombre no recuerdo, de los más antiguos botiquines de la tradición barquisimetana, era allí donde solían surtirse por su precio accesible y lo corto de la travesía por los fanáticos del famoso “triquilin”.



El hecho definitivo es que hoy día las ciudades, pueblos y comunidades de Venezuela, por razón seguramente de la crisis económica, se han visto redimidas de la presencia de estos grupitos de ciudadanos; ahora no rondan en ningún lugar libando en plena calle, o frente a las licorerías, ya prácticamente el siglo XXI los vio desaparecer, a estas alturas en esta economía una media jarra está costando 10 millones de bolívares. Los negocios cierran a tempranas horas. Solo van quedando algunos vestigios de sedientos cerveceros para prevenir una insolación, y uno que otro consumidor de un licor amargo envasado en las mismas tabernas que según sus promotores es “extraído” de la corteza del Cocuy.



La Villa de San Luis, 04 de octubre de 2018



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