DE SOBADORES Y SOBADAS

in #spanish5 years ago (edited)


Fuente

La experiencia es la madre de la ciencia (Anónimo)

El oficio de “sobador” es antiquísimo en la cultura tradicional venezolana, en el lenguaje coloquial fueron llamados indistintamente “yerberos” o simplemente “componedores de cuerdas huídas”. Contaron con la confianza y el respeto de toda una generación de villacuranos. No debe liarse con la “brujería”. Hasta hace tiempo la costumbre avanzó en conjunto con la civilización. Podían ser de sexo masculino pero también lo ejercían las mujeres. La mayoría nacieron, se levantaron y aprendieron a ser útil en este pueblo de Villa de Cura.

El solar de la casa que habitaban era parecido a un jardín botánico de donde salía cada una de las plantas que aprovechaba para componer una lesión muscular. No faltaba en el patio de esos hogares un espacio cercado de matas medicinales. Mejorana, yerba mora, fregosa, sauco, sábila y laurel. Este ramaje mantenía el ambiente lleno de aromas.

Uno que otro guardaba dentro de frasco grande una culebra morrona en aguardiente, bueno para la artritis y dolores musculares; lo mismo que otra botellita donde depositaba el agua bendita.

No cobraban honorarios, solo un aporte que se dejaba en un plato de peltre para reponer los insumos, era el pago por su bondad; recuerdo que de requisito había que llevar una vela normal que se adquiría en una locha. Aún no estaban de moda los grandes y gruesos velones.

En el patio había siempre una capillita cubierta de concreto, algunos mantenían dentro de una de las habitaciones de la casa un altar con una vela o una lamparita encendida noche y día. El “sobador” profesaba la religión católica, creyente en la fe y la palabra de Dios y en la Santísima Madre María. El Santoral podía variar según la naturaleza de la lesión y la creencia espiritual del interesado.

La vivienda de un “sobador” era como el corazón del Señor donde cabía todo el mundo; cualquiera persona, mujer, niño, hombre, rico y pobre, buscaba la ayuda necesaria de estos servidores sociales, como el primer recurso para solucionar algún problema que tuviera relación con una falseadura muscular.

La sabiduría de estas personas era recomendada por las abuelitas para corregir los dolores de espalda, muy común en las mujeres de primer embarazo o que estaban a punto de parir. Fue un recurso necesario en aquella época cuando escaseaban en el pueblo los médicos profesionales; a la gente no le quedaba otra que acudir a sus servicios. En los pueblos interioranos las palabras fisiatría y fisioterapia eran casi desconocidas. Difícilmente estas dolencias se trataban en un consultorio médico particular o en un hospital público.

Puedo decir con propiedad que para llevar un músculo torcido a su lugar, bastaba una, dos, o más sesiones de sobada. El “médico” o la “médica” dejaba deslizar ambos pulgares frotando fuertemente sobre la parte afectada, lo cual producía un dolor tan intenso que daban ganas de llorar; lo remataba con una cataplasma de hierbas y el resto era santiguar el esguince; muchas veces aplicaban un ungüento a base de alcanfor y una velita milagrosa la cual se veía en gajos colgando del techo en cualquier pulpería, conocida como “vela de cebo”. Tenían un valor de dos centavos o diez céntimos. En nuestra bella Alameda (calle del Comercio) las vendía hasta hace poco en su bodega don Régulo Ortega.

Confieso con franca sencillez que mis sobadas, dolores, quejidos y làgrimas en mi adolescencia, producto de lesiones jugando pelota beisbol, los dejé en casa de Don Antioquìa Gómez, y en Las Mercedes en la morada de la señorita Carmen Colmenares. Los que practicaban algún deporte y los colegiales eran muy frágiles a una luxación.

Abundaron “sobadores” en Villa de Cura a mitad del siglo XX, de los cuales podríamos enumerar algunos; don Antioquía Gómez que tuvo su recinto por los lados del barrio La Represa. En este sector al sur de la calle doctor Urdaneta tuvo su asiento don Inés Bolívar, quien además era barbero; se decía que al cabo de cada sesión entregaba caramelitos a sus pacientes para atenuar los dolores. También en La Represa don Simón Saldeño. Cabe mencionar en la parroquia Las Mercedes, en el callejón cinco, en su casa solariega a la niña Carmen Colmenares. Muy cerca en el callejón tres, Nicolás Natera, agricultor de morral y escardilla, muy afamado en esa sonada Parroquia. En el barrio Las Tablitas prolongación de la calle Páez fueron populares la señora Juana Méndez y su hermana Encarnación Méndez; Marcelino Terán, Fabián Flores, Manuel Flores, los cuales corrigieron muchos de estos trastornos. El Barrio “La Coromoto” dio su aporte en Patricio Linares, Valentín Paredes y Benito Pérez. Y en el centro de La Villa se hicieron famosos y muy queridos Mercedes de Socco y Augusto Paredes “companei”. Hay todavía más anotados en la libreta, me perdonan que no los mencione a todos.

Este método empírico ejercido por el hombre por la gracia de Dios, conjuntamente con los recursos que nos brinda la madre naturaleza ya fueron superados y cambiados en función de la tecnología y la ciencia médica moderna. No sabemos si aún queda por allí alguno. Si volvieran ahora en estos calamitosos momentos, así como vemos que está regresando la alpargata de suela-capellada, seguramente contarían con nuestro respaldo y simpatía.

La Villa de San Luis, marzo 2019

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