LA ULTIMA MORADA
Las casas tienen vida propia, respiran; sino solo escúchales durante las silenciosas noches. Sus paredes oyen y guardan oscuros secretos, mientras en otras ocasiones los gritan a los cuatro vientos; se pueden sentir en el ambiente los pálpitos de su corazón o el crujir de sus hambrientas entrañas; su aliento marea y sus susurros macabros pueden enloquecerte. Su sueño es ligero…
Embrujan, enamoran, hipnotizan; te abrazan, arrullan, consuelan y lloran contigo. A veces te atrapan, y pasado algún tiempo ya no importa; pues no querrás ni podrás zafarte de ellas. En otras oportunidades te expulsan o desechan si te consideran de ellas indignos. Tienen su propia aura, su propia luz…
Sus ventanas se transforman en ojos mágicos que te conectan con el mundo, un mundo que ya no es más el tuyo o el mío. Se adueñan de tus sueños, te hacen protagonista de las más horribles pesadillas; dependiendo de su humor y de la relación que con ellas entables. Como enamorados que inician su cortejo, puedes llegar a conocer sus debilidades, sus gustos y valerte de ellos para mantenerlas contentas, pero si fracasas en el intento, pobre de ti. También saben ser inclementes…
Ella ha guardado para sí lo mejor y lo peor de cada uno de sus moradores; alimentándose de su energía vital, dejándolos secos y convirtiéndolos en habitantes de las sombras: cuerpos sin alma, almas sin cuerpos, cansados, asustados y resignados a pernoctar en ella eternamente; moradores antiguos que sin darse cuenta o haciéndolo como yo, muy tarde; han quedado confinados a sus espacios, sin encontrar la llave que abra sus puertas y los libere.
Y así me encuentro varado en esta casa donde los relojes ya no funcionan, donde no hay calendario: no se cuentan los días, meses, años u horas. Esta casa es perpetua, no envejece, vive a costa de sus inquilinos…
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