EL CUERPO DE LA MELANCOLIA
Un día me topé con el siguiente enunciado “LA ANATOMÍA DE LA MELANCOLÍA” (resultó ser el titulo de un libro antiguo) y más allá de lo llamativo, rimado y sonoro del título, este generó en mí fuertes ruidos; haciéndome replantear el concepto acerca de lo que yo pensaba (hasta entonces) era la melancolía.
¿Era palpable?
¿Tenía vida propia?
Como fuera; lo que sí puedo asegurar es que la maldita melancolía afecta, duele y mucho; que sino tiene un cuerpo propio se adueña del nuestro alterándolo, descompone nuestras hormonas, haciendo que las mismas dejen de segregar o produzcan en exceso, cambiando horriblemente nuestro humor; con mucha razón se le conoció por mucho tiempo como la “bilis negra”.
Se instala y juega a quedarse aunque no sea bienvenida, causando graves estragos si dejamos que esa “huésped” inoportuna se quede por mucho tiempo. Quienes defienden la teoría de que tiene forma, discuten acerca de si se aloja en el cerebro o el corazón, como un tumor, quiste o glándula; si es causa o efecto, enfermedad o síntoma...
Lo que sí es cierto, y lo sé por propia experiencia, es que se siente como una herida tajante y profunda, un derrame interno que te va desangrando y debilitando de a poco.
Somos nosotros quienes le damos fuerza, vida, cuerpo, forma y estructura; es creación nuestra. La melancolía de vez en cuando también es bipolar; puedes sentir agrado al recordar el pasado y al mismo tiempo sufrir por lo perdido. Nos hace voltear la mirada atrás buscando luz, porque el presente se nos muestra oscuro; hacernos sentir descontentos, desdichados, tristes, débiles; pero también se oculta tras una apariencia de alegría, elocuencia o cordura.
Así que no dejen que los engañe, no siempre se muestra famélica, con mirada triste o tez pálida; en ocasiones tiene buen semblante y es hasta graciosa, con buen humor (aunque negro), inteligente y creativa.
Quien se iba a imaginar que un simple enunciado leído al descuido iba a generar tanta ansiedad; peor aún que lo que me había empeñado en esconder bajo el manto de la indiferencia o la rebeldía no era más que una melancolía infinita que despertó con fuerza al activarse la memoria y recordar detalles de mi puta existencia; esos que habían quedado guardados en el pasado y se habían perdido llenos de moho y polvo en la conciencia... Los había lanzado al mar del olvido pensando que ahogándolos causarían menos dolor, desparecerían; cuando en realidad todo mi YO, todo mi cuerpo, gritaba y daba señales de su presencia.
Ahora puedo asegurar que sí existe una anatomía de la melancolía, que la melancolía tiene un cuerpo: El mío...
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