El sello y el abismo

in #spanish7 years ago (edited)

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   El funcionario colocó el sello final en la planilla. Otros sellos, que al igual que el último y una firma, no logré llegar a verlos en ese momento. Introdujo los legajos en una carpeta amarilla y la puso en mis manos. “Debe venir dentro de tres meses”, dijo, con una expresión decididamente burocrática e impersonal. Salí de la oficina con la carpeta bajo el brazo y ya en la calle comienzo a caminar por la acera con pasos tan lentos, cansados, que me sorprendieron en un principio. “Debe ser por el largo tiempo que estuve sentado en la sala de espera”, me dije, con una justificación que al mismo tiempo me pareció poco convincente. 

Sigo avanzando con la cabeza baja, mirando las irregularidades de las aceras desvencijadas, tratando de no pisarlas. Casi llegando a la esquina de la iglesia del Santo Cristo de la Gracia, por los lados de El Manteco, intento no pisar una grieta en el cemento.   En el momento de dar el pequeño salto doy un traspié en el instante cuando la grieta se ensanchó de repente, como si un terremoto se hubiera instalado justo ahí, en mis extremidades inferiores. Se abrió como fauces de oscuros precipicios, que cual Leviatán esperaba a los incautos para adentrarse en las profundidades del averno. Y caí.   No me di cuenta cuando llegué al fondo del abismo. Curiosamente no sufrí heridas ni daños de ningún tipo. Allí estuve por no sé cuánto tiempo. La luz de la salida estaba muy arriba de mí y apenas se percibía como un leve resplandor y la posibilidad de salir de allí me pareció imposible. Así que, resignadamente, me coloqué en cuclillas en el piso oscurísimo y pedregoso del fondo, sin esperanza alguna de ayuda. 

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Todavía tenía la carpeta amarilla bajo el brazo y de pronto recordé los pasos finales que había dado antes de caer en el abismo. ¿Por qué caí en este pozo del olvido?, me pregunté. Rememoré entonces el sello final que había puesto el funcionario de la oficina pública adonde había ido con el documento que luego me entregó. Recordé así que todo lo que me sucedió desde ese momento fue a partir de ese hecho. Ahí estaba, pensé, la clave. El sello. 

  De repente me vi de nuevo en la calle, caminando. ¿Qué mano salvadora me sacó del ese hoyo? ¿Quién o qué me liberó de este encierro? Me di cuenta que mi caminar ya no era lento, sino que conservaba la misma energía e ímpetu de costumbre. Anduve por las viejas calles de un sector de la ciudad que ya no era mía y que tenía años que no transitaba. Ya había atravesado tarantines de licopodios, frailejones encapsulados, nopales antialmorránicos, medicinas de baratería, rostros de compungidos santos, violentos arcángeles y gigantescos nabos, atendidos por personajes faunescos de oscuras rabadillas y apesadumbrados talantes.  A cada lado de las calles había locales comerciales que vendían cosas que parecían provenir de departamentos de objetos olvidados o perdidos: molinillos de maíz, anafres de carbón, aguamaniles, tinajeros, hornillos de latón, cámaras de cajón, lámparas de carburo y mil corotos más provenientes del desuso y del desposeimiento.

  ¿Cómo salí del abismo? ¿Por qué caí al abismo? ¿Era real ese abismo? Cuando llegué a la avenida, la cual está en la parte moderna de la ciudad actual, con centros comerciales, negocios que expenden objetos de tecnología flamante y digital, tascas y bares de descocadas strippers y uno que otro buhonero callejero, me detuve para abrir la carpeta y develar el misterio del sello. Al fin lo sabría.   Esa tarde, luego de una interminable fila de personas encogidas en penumbroso silencio había asistido a una oficina pública de seguridad social. Era el número cuatro de la hilera y llevaba tres horas y media de espera observando ansiedades, preinfartados, dislocados de la mente y el cuerpo, que, creo yo, fueron el detonante para hacer estallar lo acontecido luego del último sello. Abrí la carpeta con recelo, con la casi seguridad de encontrar la respuesta de lo acontecido. Busqué el sello que en un principio no había visto. Allí estaba, estampado en tinta negra, indeleble, de insolentes letras grandes y definitivas. Ese sello que decretaba la vía al desecho, al saco del olvido. Decía: VEJEZ. Ayer cumplí sesenta años.  

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Me sumergí en la historia y me sentí en el personaje. Excelente @omargarmendia.

¡Felicidades @omargarmendia! Has sido reconocido por tu buen post por el Comité de Arbitraje del Proyecto Conocimiento @proconocimiento.

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Gracias, estimados amigos. Su interés y valoración por mis humildes letras, es un estímulo para continuar produciendo y escribiendo en esta buena iniciativa que es el sistema Steemit y en especial para el proyecto @proconocimiento.

Hola!!! MUY BUEN POST , Te invito a seguirme y veas mis post , Up Vote Para tii espero me lo devuelvas! Un abrazo

Excelente post @omargarmendia
Felicitaciones y nuestro reconocimiento a su pluma!

Gracias @rmoreno73, tu reconocimiento es el premio más valioso.

Que curioso y particular..me encanto...buena narracion...salud y buenas vibras

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