Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 5
Día 05 - Quinto año de la vida de Jesús
La oración que puede rezarse con utilidad todos los días antes y después de la meditación se presenta ahora en este otro link.
Tormentos del Corazón de Jesús y penas interiores suyas
1. Imagina a Jesucristo presenciando la idolatría de los egipcios y aunque niño deplorando en el secreto de su corazón los desórdenes de los hombres. 2. Pídele que te dé a gustar la amargura que inundó su corazón. |
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Las penas de Jesús fueron a medida:
I. De su amor para con su Padre
La primera causa de los tormentos del Corazón de Jesús fue su infinito amor al eterno Padre el deseo ardiente que le animaba de procurar Su gloria y el extremo horror que le inspiraba el pecado considerando que combate a Dios en todas sus perfecciones.
No me admiro al oírle asegurar que la pena que sentía al ver los pecados de los hombres lo ha marchitado. Me han hecho desfallecer, dice también por boca de su profeta, los pecadores que han abandonado vuestra ley (Salmo 118). La pena, al igual que el amor del que nacía, no tuvo límites; fue continua y no cesó de pesar sobre el tierno Corazón de Jesús llenando de amargura todos los instantes de su vida mortal.
¡Ah! si tú amaras a Dios con un amor más sincero comprenderías mejor el exceso de la pena que experimentó Jesucristo, y participando de ella exclamarías con Él: Dios mío, los crímenes de los que te ultrajan han caído sobre mí (Salmo 68). ¿Ni cómo podría yo permanecer insensible a las ofensas que se hacen a mi Padre, a mi Rey, a mi Bienhechor a mi Dios? Si el pecado es el mayor mal que puede existir, el único mal verdadero, ¿no debe causarme el mayor, el único pesar?
II. De su amor para con los hombres
La segunda causa de los tormentos del Corazón de Jesús fue su amor a los hombres; el deseo que tenia de su salvación y de su bienaventuranza. ¿Quieres saber en qué consiste el amar a sus hermanos? Oye a Moisés: Dios mío, este pueblo ha cometido el mayor de los crímenes, lo confieso; sin embargo, o perdonadle esta falta o borradme del libro que Vos mismo habéis escrito (Ex. 32). Oye a san Pablo: Digo verdad en Jesucristo; no miento: mi corazón está poseído de una gran tristeza y de un dolor continuo, deseando ser anatema por mis hermanos (Rom. 9).
¡Gran Dios! ¡qué caridad tan ardiente!... Juzga ahora por esto cuál debió ser la pena de Jesús, verdadero Padre, amigo, hermano, salvador de los hombres; de Jesús que conocía infinitamente mejor que nadie el deplorable estado de la humanidad y la espantosa desdicha que la esperaba; de Jesús que amaba a los humanos infinitamente más de lo que pudieron amarlos Moisés y san Pablo... ¡Oh! ¡cuán imperfecta es mi caridad si la comparo con la de esos modelos! Aprendamos a avivarla en la escuela del Corazón de Jesús.
II. Del poco fruto de Su Sacrificio
La tercera causa de las penas y tormentos del Corazón de Jesús fue el conocimiento que tenia del corto número de hombres que se aprovecharía de la gracia de su redención. ¿Qué fruto dará mi pasión? ¿De qué me habrá servido el derramar mi sangre? (salmo 29) exclama Jesucristo. ¿No veis esa multitud de infelices que muere en las tinieblas de la idolatría?¿No ves naciones enteras que siguen como un vil rebaño el camino del error precipitándose al fin en los abismos del infierno? ¡Ah! cuán dulce me sería comprar su felicidad eterna con los dolores de mi pasión: ¡cuán sensible me es ver lo infructuosa que ha sido la sangre que he derramado por ellos! ¿No observáis como abusa de las gracias tanta multitud de cristianos? Blasfemias, sacrilegios en todas partes; indiferencia de parte de unos, desprecio y odio de la Religión en otros; violación de mis leyes sacrosantas. ¡Ah ! si a lo menos esos cristianos hiciesen algo para aprovecharse de la sangre que he derramado por ellos! ¿No veis la ingratitud de los mismos a quienes ha colmado de tan señaladas gracias?
Lo que más siento, decía el Salvador a la V. Margarita M. Alacoque, es que he de sufrir esto, aun de corazones que me están consagrados. Si mis enemigos me maldijesen lo llevaría con paciencia, pero ¡¡tú que juntamente conmigo tomabas el alimento de mi sagrada Mesa!!... (salmo 54). Mira, sino se dirigen a tí semejantes quejas, si has contribuido a los tormentos de Jesús; y si por ventura no contristas aun ahora su amoroso corazón.
Apresúrate a consolarle con tu fidelidad; dulcifica sus penas tomando parte en ellas; tal es el deber de un amigo. Acompáñale finalmente en los sentimientos de que estaba poseído su corazón durante su permanencia en Egipto, que no eran otros que sufrir y rogar por la conversión de los ciegos pecadores.
Lectura
Imitación de Cristo, libro IV, capítulo 4.
Señor Dios mío, anticipa a tu siervo con bendiciones de tu dulzura, porque merezca llegar digna y devotamente a tu magnífico sacramento. Despierta mi corazón en ti y despójame de la pesadumbre del cuerpo; visítame en tu salud para que guste en espíritu tu suavidad, la cual está escondida en este sacramento muy cumplidamente, así como en fuente.
Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio, y esfuérzame para creerlo con firmísima fé. Porque esto, Señor, obra tuya es, y no humano poder. Es sagrada ordenación tuya, y no invención de hombres. No hay, por cierto, ni se puede hallar alguno suficiente por sí para entender cosas tan altas, que aun a la sutileza angélica exceden. Pues yo pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y entender de tan altísimo sacramento?
Señor, en simplicidad de corazón, en buena y firme fé y por tu mandato vengo a ti con esperanza y reverencia, y creo verdaderamente que estás presente aquí en este sacramento, Dios y hombre. Y pues quieres, salvador mío, que yo te reciba y que me ayunte a ti en caridad, suplico a tu clemencia y pido me sea dada una muy especialísima gracia para que todo me derrita en ti y rebose de amor, y que no cure más de otra alguna consolación.
Por cierto, este altísimo y dignísimo sacramento es salud del ánima y del cuerpo, y medicina de toda enfermedad espiritual; con él se curan mis vicios, refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen y disminuyen, dase mayor gracia, la virtud comenzada crece, confírmase la fé, esfuérzase la esperanza, enciéndese la caridad y extiéndese.
De verdad, Señor, muchos bienes has dado y siempre das en este dulcísimo sacramento a los que te aman, cuando te reciben, Dios mío, recibidor de mi ánima, reparador de la humana enfermedad y dador de toda interior consolación: que tú les infundes gran consuelo y fortaleza contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio desprecio los levantas a la esperanza de tu defensión, y con una nueva gracia los recreas y alumbras de dentro; porque los que antes de la comunión se habían sentido congojosos y sin devoción, después, recreados con manjar y beber celestial, se hallan muy mejorados.
Y esto, Señor, haces así con tus escogidos, para que conozcan verdaderamente, y manifiestamente experimenten que no tienen nada de sí, y sientan la bondad y gracia que de ti alcanzan, porque de sí mismos merecen ser fríos, duros, indevotos; mas de ti, Señor, alcanzan ser fervientes, alegres y devotos.
¿Quién llega con humildad a la fuente de la suavidad que no traiga algo de la suavidad?, ¿o quién está cerca de algún gran fuego que no reciba algún calor? Y tú, Señor, fuente eres siempre llena y muy abundosa, fuego que continuo arde y nunca desfallece. Por tanto, si no me es lícito sacar del henchimiento de la fuente, ni beber hasta hartarme, pondré siquiera mi boca al agujero de algún cañito celestial, para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla para refrigerar mi sed, porque no me seque del todo. Y si no puedo del todo ser celestial, ni puedo abrasarme como los serafines, trabajaré a lo menos de darme a la oración y aparejaré mi corazón para buscar siquiera una pequeña centella del divino entendimiento, mediante la humilde comunión de este sacramento que da vida.
Todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo tú benigna y graciosamente por mí, pues tuviste por bien llamar a todos, diciendo: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os recrearé.
Yo, Señor, por cierto, trabajo y estoy atormentado con sudor de mi rostro y con dolor de corazón; cargado estoy de pecados, y combatido de tentaciones, envuelto y agravado, no hay quien me libre y salve sino tú, Señor Dios, Salvador mío. A ti me encomiendo con todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para gloria y honra de tu santo nombre. Tú, Señor, que me aparejaste tu cuerpo y sangre en manjar y en beber, otórgame, Señor, salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la continuación de este tu misterio.