Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 19
Décimo nono año de la vida de Jesús
La oración que puede rezarse con utilidad todos los días antes y después de la meditación se presenta ahora en este otro link.
Vida de deseos del Corazón de Jesús
1. Imagínate al Salvador divino en su habitación de Nazaret, puesto de rodillas con los ojos levantados al cielo, ofreciendo a su Eterno Padre, en el silencio de la noche, sus deseos y súplicas por la salud (salvación) de los hombres. 2. Adorable Corazón de Jesús, comunicadme vuestros sentimientos; Señor, enseñadnos a orar (Luc. 11). |
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I. Jesús deseó la gloria de su Padre
Por Cristo, con Él y en Él a ti Dios Padre se dirige todo el honor y la gloria
Jesús deseó que su Padre celestial fuese glorificado. El deseo viene a ser el grito del amor: por eso el Corazón de Jesús, que no cesó de amar, tampoco cesó de desear. Jesus es con toda propiedad el varón de deséos (Dan. 9). ¿Quién como él pudo decir: "Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre" (Matt. 6) Él solo, que conocía y amaba a Dios, como Dios merece ser conocido y amado, podía desear convenientemente que Dios fuese conocido, amado y adorado de todos los hombres; solo él era capaz de comprender todo el mal que hay en olvidar y ofender a Dios. Por esto desde el primer instante de su encarnación hasta el último aliento de su vida, no cesó de suspirar, de desear, y de rogar ¿y qué otra cosa hace aun en la sagrada Eucaristía? desear y pedir que venga el reino de Dios; su Corazón sagrado es el que comunica a los santos los deseos que los animan, y el amor con que se abrasan; de esta divina hoguera es de donde ellos han tomado el fuego que les consume...
¿Participas de tan santos ardores? ¿Es tu vida, vida de deseos, y oración? ¿Deseas la gloria de Dios, y sientes las ofensas que se le hacen? ¡Ah Dios mío! ¿Qué otra cosa descubro yo en mi corazón, sino deseos inútiles o desordenados? Mi corazón, en efecto, se vuelve sin cesar hacia la tierra, de modo que no le ocupa sino lo que atañe a su reputación, al aprecio de los hombres, a la utilidad material, a los vanos placeres, a bagatelas. Esto es una prueba de que yo no amo otra cosa; porque escrito está, que "donde se halla nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón" (Luc. 12). Pero, Señor, ¿ha de suceder siempre así? No, Dios mío: yo quiero en adelante, desear, y pedir los verdaderos bienes; el Corazón de Jesús será mi norma: El mismo sentimiento haya en vostoros, que hubo también en Jesucristo (Philp. 2).
II. Jesús deseó la salvación de los hombres
Tengo sed
¿Quién puede ponderar lo ardiente, lo sincero, lo constante de este deseo? Presentes a toda hora las inmensas necesidades de los hombres: y amándolos con un amor infinito ¿podía no desear su remedio? ¡Oh! a nadie mejor que a él conviene aquello que se dijo del profeta Jeremías: Éste es el verdadero amante de sus hermanos, y del pueblo de Israel; éste es el que ruega incesantemente por el pueblo y por toda ta ciudad santa (II. Mach. 15). El Corazón de Jesús deseó, y desea aún mi perfección; todavía me dice desde el tabernáculo lo que dijo en lo alto de la cruz: tengo sed. Oh alma mía, ¿has oído esa voz cariñosa de tu Salvador? Y si la has oído ¿te has dado por entendida? ¿Puedes a tu vez decir al Señor con toda verdad "mi alma suspira por Vos, Oh Dios mío, y mi carne, tiene sed de Vos?" (Ps. 62). <
¿Puedes repetir las palabras del real Profeta: "mi alma os desea, oh Dios, fuerte, y vivo?" (Ibid.) ¿Puedes exclamar con él mismo que nada fuera de Dios excita tus deseos; y que nada hay en el cielo ni en la tierra que merezca tu amor? (Ps. 72).
¡Oh Dios mío! tres cosas me asombran, y me confunden: que a pesar de mi indignidad, queráis amarme: que deseeis ser amado de mí, siendo así que nada puedo añadir a vuestra felicidad: y que siendo tal vuestra bondad, yo no os ame aun de lodo corazón. Que no pueda yo decir con vuestro Profeta:"mi alma te deseó durante la noche, y desde el amanecer se dirigió mí corazón hácia ti" (Is. 86). ¡Concedédmelo oh Jesús mío!
III. Los padecimientos que son el medio de alcanzar lo uno y lo otro.
Para glorificar a su Padre, y para salvar a los hombres eran necesarios los padecimientos y muerte de Jesús. Del conocimiento que el Salvador tenía de esta necesidad, nació en él un tercer deseo; el deseo de sacrificarse. "Con un bautismo de sangre he de ser bautizado, decía, ¡oh! ¡y cómo traigo oprimido el corazón, mientras que no lo veo cumplido!" (Luc. 18). Y en otra ocasión añadía: "He deseado ardientemente celebrar esta Pascua con vosotros antes de mi pasión" (Luc. 88). Sabía el Redentor que únicamente por medio de la pasión y de la cruz podía satisfacer a la justicia de su Padre, desarmar su ira, salvar a los hombres, y entrar en su gloria; y por esto suspiraba por la hora de su sacrificio... También tú sabes que sólo por medio de la abnegación, llegaremos a ser perfectos, y podremos trabajar en provecho de nuestros hermanos; y sin embargo, no la queremos practicar... Es decir, que deseamos el fin, y no queremos aplicar los medios; que queremos la victoria, pero escusamos el combate ; que aspiramos a la santidad, sin apartarnos del pecado... ¿No es esta una ilusión? Sondea tu corazón; aplica tus deseos a la práctica, que es la verdadera piedra de toque para conocer su valor. Ve si eres, como Jesús, hombre de oración, si amas de veras a Dios, si procuras, según te lo permite tu estado, la salvación del prójimo, si aspiras positivamente a la perfección. Hay deseos que matan: El deseo perezoso mata (Prov. 21). Estos deseos son los ineficaces. Hay deseos que dan la vida, y elevan el alma a la perfección: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Matth. 5). Si son estos deseos santos los que te animan, y si tal es el hambre y sed saludable que te atormenta, bendice y da gracias al Señor.
Lectura espiritual
Imitación de Cristo, libro IV, capítulo 14 disponible en este link.
Fuentes
Jesús orando.
Santo Sacrificio de la Misa.
Corona de espinas.
Texto: Nuevo Mes del Sagrado Corazón de Jesús o las principales virtudes de este adorable corazón, consideradas en treinta y tres meditaciones correspondientes a los treinta y tres años de la vida del Divino Salvador. Traducido libremente de la obra del P. Gautrelet, de la Compañía de Jesús. (con menores adaptaciones)