Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 14
Nuevo Mes al Sagrado Corazón de Jesús
Décimo cuarto año de la vida de Jesús
La oración que puede rezarse con utilidad todos los días antes y después de la meditación se presenta ahora en este otro link.
Vida de recogimiento del Corazón de Jesús
1. Imagina a Jesús, puestos los ojos en María, y atento a la menor señal de su santa Madre para ejecutar sus mandatos. ¡Cuántos jóvenes se creen ya a esta edad dispensados de obedecer a sus padres!
2. Dios mío, concédeme aquel espíritu de sumisión y de obediencia que animó a Jesús, para poder deciros siempre lo que Samuel: Aquí estoy, pues me habéis llamado (1. Reg. 3); o como vuestro Profeta: A la manera que los ojos del siervo están fijos en su Señor, así los nuestros lo están en el Señor Dios nuestro (Salmo 122).
I. Obediencia de Jesús entera y universal.
“Suprimid la voluntad propia, dice san Bernardo, y habréis cerrado las puertas del infierno.” “Jamás, dice san Francisco de Sales, se condenó un obediente verdadero"”. “*Yo, concluye santa Teresa, estaba perdida sino hubiese obedecido.”
¡Oh! ¡Cuán alta y cuán importante lección nos ha dado nuestro Señor Jesucristo, haciéndose para enseñanza nuestra, súbdito obediente! (Luc. 2). Estudia hoy esa lección, que tan perfectamente se enseña en la escuela del Corazón de Jesús, y que puede suplir toda otra. La obediencia del Salvador fue cumplida y entera. No en vano tomó la forma de esclavo (Phil. 2); no en vano lleva el nombre de siervo: siervo mío eres tú, porque en tí me glorificaré (Is. 49). En efecto: Jesús llenó sinceramente los deberes de tal, sacrificándolo todo a la obediencia: “Mi alimento, dijo, es cumplir la voluntad del que me ha enviado”.
Mas no es bastante para el Hijo de Dios obedecer a su Padre celestial; también quiso someterse a María y a José. ¡Oh! Pesad bien aquellas palabras: "Estaba sujeto a ellos". De ambos recibía el impulso y la dirección; puesto enteramente en sus manos, se hallaba preparado siempre a emprender y ejecutar lo que le mandasen, y del modo que se lo mandasen. ¿Alcanzamos a comprender toda la extensión de semejante obediencia? ¿La practicamos?
El siervo no es dueño de su persona; lo es su amo. Por eso pertenece a Dios tu cuerpo y tu alma, tus sentidos y tus potencias; tus fuerzas y tu talento; tu salud, tu libertad, tu vida (I. Cor. 6). De nada de esto puedes hacer uso sino según Su voluntad santísima, manifestada en Sus mandamientos, en los de la Iglesia, en los de tus superiores y en las reglas que profesas... Quizá miras con disgusto todo lo que parece coartar tu libertad; pero reflexiona que nada te es más útil, porque la obediencia es la guía de la voluntad, para que no yerre: el que obedece, puede estar seguro de que obra bien. Demos gracias a Dios, porque ha cercado nuestra flaqueza con este poderoso socorro: amemos la obediencia.
¡Ah! contempla al Corazón de Jesús. En medio de ese mar agitado del mundo, dueño Jesús de sus pensamientos y deseos, de sus sentidos y de todas sus acciones, libre e independiente de cuanto le rodea, lo dispone y dirige todo en el más perfecto recogimiento. Cerrados sus ojos a la vanidad y sometidos al imperio del alma, no se abren sino por orden de esta; no habla sino cuando es preciso, y de la manera que conviene; no da oídos sino a lo que debe escuchar, y su atención no se ocupa, sino en lo que debe ocuparse. ¡Oh divino recogimiento! ¡Oh silencio admirable de Jesús practicado en el seno de su Madre; continuado en su infancia, no interrumpido en su vida oculta, prolongado basta su vida pública y perpetuado en su vida eucarística hasta el fin de los siglos!
¡Oh! ¡Cuán poco se comprende ese recogimiento! ¡Cuán poco se gusta! ¡Cuán raro es que se practique este silencio aun por almas devotas! ¡Cuán pocos son los que a la sombra del altar solitario, o en el secreto de su corazón, aciertan a desprenderse de los objetos sensibles, a olvidarse de sí mismos, a prescindir de las criaturas, y a contentarse con solo Dios! ¿Qué me sucede a mí en este punto? ¿Hasta cuándo andarás quebrantada por los deleites, hija vagabunda? (Jer. 31)
II. Obediencia de Jesús continua
La obediencia de Jesús fue constante y continua. Su corazón estuvo siempre dispuesto a obedecer. “Yo, dice, *siempre ejecuto lo que es agradable a mi Padre" (Luc. 8). Observarle a su entrada en el mundo: ¿Cuál fue el primer grito de su amor? "Dios mío, vengo a hacer vuestra voluntad; vuestra ley está grabada en medio de mi corazón" ¿Y qué es lo que ejecuta lodos los instantes de su vida? Escuchadle: El Hijo nada puede hacer por sí mismo, nos dice, sin que lo haya visto hacer a su Padre; porque cuanto obra el Padre celestial, eso obra igualmente el Hijo. ¿Puede imaginarse, dependencia mayor, sumisión más entera, y más perfecta? Por eso a punto de terminar la grande obra de la redención de los hombres, exclamó: "Padre mío, he dado fin a la empresa que me habíais confiado" (Jo. 17). Todo está cumplido. ¡Oh sublime palabra! ¡Feliz aquel que puede repetirla al fin de cada día! ¡Dichoso tú, si puedes decir esto mismo al fin de tu vida!
¿Eres tú, como Jesucristo, obediente en todo, siempre sumiso? ¿Estás pronto siempre a recibir el impulso de los superiores que tienen autoridad sobre tí, cualesquiera que por otra parte sean, personalmente considerados? ¿Te hallas dispuesto siempre, a hacer, o a dejar de hacer las cosas según se le prevengan? ¿Te reconoces indiferente para todo, y satisfecho, con tal que obedezcas bajo el concepto de que ejecutas la voluntad de Dios? Examínate con detenimiento acerca de este punto tan importante.
III. Obediencia de Jesús perfecta
Si obedece, es por amor y con amor; si se somete a las criaturas, es porque descubre en ellas a Dios; si se sacrifica en fin todo entero a la obediencia (Phil. 2) es por la gloria de su Padre, y por la salud (salvación) de sus hermanos. En su obediencia no tiene parte alguna la necesidad; únicamente el amor tiene por principio, por regla y por fin; y en las llamas de la caridad es donde se consumad holocausto. Mas ¡oh! ¡Cuántos hay que obedecen como viles esclavos, porque no ceden sino a la fuerza, y a la necesidad, condenando interiormente lo que ejecutan en el exterior! ¡Cuántos en quienes el juicio y la voluntad se halla en contradicción con lo que Dios quiere y enseña! ¡Cuántos que ven únicamente una criatura en la persona que les manda! ¡Oh! ¡Cuán baja y defectuosa es una obediencia semejante! En rigor ni aun obediencia puede llamarse, supuesto que no tiene de esta virtud más que la apariencia. Por eso carece de su excelencia, de su mérito, y de su recompensa. Y así debe ser; por cuanto, más que obediencia, es hipocresía, o como dice san Bernardo, un velo que encubre a la malicia.
¿Tienes que echarte en cara algo de esto respecto de tu obediencia? ¿Estás seguro de que no participan en ella la rutina, los respetos humanos, el deseo de complacer a tus superiores, el temor de la reprensión o del castigo, o finalmente algún otro motivo natural? Si fue ra así, no obedecerías ciertamente a Dios sino a tus pasiones, a tus inclinaciones. ¿Y cómo habías de esperar entonces recompensa del Señor habiéndola recibido ya de los hombres? Pero sí: pues no has recibido todavía el castigo que merecen tu flojedad y tus respetos humanos.
¡Oh Dios mío! No permitais que pierda yo el mérito de la obediencia que os debo y que no puedo rendir a criatura alguna sino en consideración a Vos y por amor vuestro. No, Dios y Señor mío; no es al hombre sino a Vos a quien obedezco; por esto encuentro en la obediencia mi más dulce consuelo, mi verdadera grandeza, mi fuerza y mi confianza.
Lectura
Imitación de Cristo, libro III, capítulo 13 disponible en este link
Fuentes:
Jesús recibe cáliz en Getsemaní.
Texto: Nuevo Mes del Sagrado Corazón de Jesús o las principales virtudes de este adorable corazón, consideradas en treinta y tres meditaciones correspondientes a los treinta y tres años de la vida del Divino Salvador. Traducido libremente de la obra del P. Gautrelet, de la Compañía de Jesús. (con menores adaptaciones)