Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 12
Nuevo Mes al Sagrado Corazón de Jesús
Duodécimo año de la vida de Jesús
La oración que puede rezarse con utilidad todos los días antes y después de la meditación se presenta ahora en este otro link.
Pobreza y riqueza del Corazón de Jesús
1. Imagina al niño Jesús vestido pobremente, y más pobremente albergado en una casita, con María y José. Yo soy pobre, y vivo en trabajos desde mi tierna edad (Salmo 81) 2. Señor, dadme vuestro amor y vuestra gracia, y esto me basta (S. Ignacio). |
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I. Ninguno más pobre que Jesús.
Una de las más funestas enfermedades del hombre después del pecado original, es la codicia y el amor desarreglado a los bienes de la tierra. Porque raíz de todos los males es la avaricia (I Tim. vi). Para convencerse de ello no hay más que dar una ojeada al mundo. El pobre, y el rico, el joven y el anciano, padecen esa enfermedad, sin que ni aun el niño se vea enteramente libre de ella. De donde proviene si no, esa inquietud y agitación continua que se observa en los hombres y en todas las clases de la sociedad? La sed de oro y el deseo de riquezas es por lo regular su principal y casi único motivo. ¡Ciegos e insensatos que buscan el descanso en la vanidad y en la nada! Jesús quiere curar al hombre de esta ceguedad: a este fin santifica la pobreza y la diviniza en cierto modo, eligiéndola como su herencia. Era rico, dice san Pablo y se hizo pobre por nosotros: Entrad en Belén, pasad a Egipto, volved con Jesús a Nazaret, seguidle en sus misiones evangélicas, en una palabra, acompañadle desde el establo a la cruz y siempre le veréis pobre. En su nacimiento fue puesto en un pesebre y envuelto en pobres pañales; en Egipto sufre los rigores de la pobreza; más adelante atiende a su subsistencia con el trabajo de sus manos. De peor condición que las raposas y las aves del cielo, a las cuales no faltan madrigueras y nidos, el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza.
Bien lejos de desear riquezas, las desdeña y anatematiza: declara que son bienaventurados los pobres, y que a ellos le ha enviado su Padre celestial. Esta divina enseñanza se perpetúa en la sagrada Eucaristía donde Jesús ha querido quedarse como un monumento solemne de su admirable pobreza. En efecto, ¿a qué desnudez no se encuentra reducido allí? ¿cuán pobre y miserable no es la casa en que Dios habita? ¡Oh! ¿Qué desapego tan perfecto nos está enseñando el Corazón de Jesús, y qué menosprecio tan profundo de lo que el mundo estima? ¡Dios mío! ¿Son mis sentimientos iguales a los vuestros? ¿Amo yo como Vos la pobreza? ¿Es mi alejamiento de las riquezas y mi horror a ellas tal como Vos me lo enseñáis? ¿No tengo mi corazón apegado a los bienes terrenos? ¿Puedo decir en verdad, mi Dios, Vos sois todo para mí? Dios mío y todo. ¡Ay! Debo confesarlo para confusión mía: yo gusto todavía de habitaciones cómodas, de vestidos, sino preciosos, al menos elegantes, de una mesa delicada y abundante: quiero disfrutar de comodidades, y si consiento en ser pobre, no ha de ser sufriendo la pobreza. Además prefiero las personas ricas y poderosas y siento repugnancia en tratar con los pobres. ¡Ah Señor! Me confundo al veros tan pobremente vestido, tan mal alojado y tan escasamente alimentado, cuando a mí nada me falta... Vuestro ejemplo me condena, pero también me ilumina. ¡Jesús mío! ¡Vos queréis ser el consolador de los miserables, y nos enseñáis a amar, y practicar la pobreza! Del centro de esas iglesias donde moráis, se eleva continuamente vuestra voz para protestar contra el espíritu del mundo, animar al pobre y exaltar a aquellos que por amor vuestro y con el deseo de asemejarse más y más a Vos renuncian a los bienes de la tierra. Bienaventurados los pobres... ay de vosotros, los ricos.
II. Ninguno más rico que Jesús
Tanto como el Corazón de Jesús se muestra desnudo de los bienes de la tierra, otro tanto se muestra rico de los celestiales; y como estos solos son los verdaderos bienes, debemos deducir que el Corazón de Jesús es pobre sólo en la apariencia pues que en realidad es infinitamente rico. Alma cristiana, tú te horrorizas al solo nombre de pobreza, y esta virtud, bien que ennoblecida por el Hijo de Dios, se te presenta con un exterior áspero y terrible. Esto consiste en que no comprendes su valor, y no miras que ella, despojándote de todo, te libra de grandes miserias, e inmensos peligros, dándole en cambio bienes positivos y las más sólidas esperanzas. Así la primera recompensa de la privación que te impones voluntariamente, o de la resignación con que la aceptas es proporcionarte virtudes, perfección, mérito, paz suavísima y santa libertad. ¿Y qué diré de la gloria que le espera, puesto que de los pobres de espíritu es el reino de los cielos? Renuncias a la tierra, pero en cambio se te concede el cielo; sacrificas las creaturas pero ganas poseyendo al Creador; te privas de las bagatelas con que la vanidad del mundo se entretiene, pero adquieres preciosas joyas de virtudes. Dime ¿es esto empobrecer? ¿Tienes que quejarte de quien te ha propuesto tan ventajoso trueque? Mira cuán infinitas son las riquezas del Corazón de Jesús, a pesar de su pobreza exterior. Bien podemos aplicarle lo que de sí mismo decía san Pablo: que no teniendo nada, todo lo posee (II Cor. vi). Así nosotros aunque carezcamos de lo demás, nada nos faltará teniendo a Dios. ¿Me hallo yo en este caso? ¿Es mi corazón, como el Corazón de Jesús, rico de gracias, de virtudes y de méritos? ¿Me hallo a lo menos contento con la pobreza que me asegura la posesión del cielo? Ea, resolvámonos, y digamos con el Apóstol: He abandonado todas las cosas, y las miro como basura, por ganar a Cristo (Philip. iii).
Examina a qué se halla más apegado tu corazón, y corta esas ignominiosas ataduras: sea el Corazón de Jesús tu tesoro y tu riqueza. Mas así como el divino Salvador no solo es rico para sí, sino que enriquece a los demás, de modo que, como dice el Apóstol, en Él somos enriquecidos con toda suerte de bienes (I Cor. i), así debes también compartir con el prójimo tus bienes por medio de la limosna temporal y también espiritual, acordándote que lo que das al pobre, lo recibe el mismo Jesucristo.
Lectura
Imitación de Cristo, libro III, capítulo 34, disponible en este link
Fuentes:
Fotografía de casa de Jesús.
Pintura de Niño Jesús en casa con sus padres.
Imagen de Niño Jesús de Praga.
Texto: Nuevo Mes del Sagrado Corazón de Jesús o las principales virtudes de este adorable corazón, consideradas en treinta y tres meditaciones correspondientes a los treinta y tres años de la vida del Divino Salvador. Traducido libremente de la obra del P. Gautrelet, de la Compañía de Jesús. 1856. (con menores adaptaciones)
Citas bíblicas en latín eliminadas o con el español de la Biblia de Scío.