Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 10
Nuevo Mes al Sagrado Corazón de Jesús
Décimo año de la vida de Jesús
La oración que puede rezarse con utilidad todos los días antes y después de la meditación se presenta ahora en este otro link.
Pureza del Corazón de Jesús
1. Imagina a Jesús en la edad de diez años adornado de las gracias de una inocencia divina, y del amable candor que es un reflejo de ella. ¡Cuántos niños a esta edad tienen el corazón manchado con el vicio de la impureza! 2. Pide el amor a la castidad y la gracia de conservar en toda su pureza la vestidura de la inocencia de que fuisteis revestido en los sacramentos. |
---|
I. Jesús posee esta pureza en toda su perfección
Pureza del Corazón de Jesús en medio de la corrupción del mundo
Triste es el espectáculo que nos ofrece la tierra después del pecado del primer hombre. Apenas habían pasado algunas generaciones cuando según el sagrado texto Toda carne había corrompido su camino, en términos que las aguas del diluvio instrumento de la justicia divina tuvieron que lavar la tierra de los crímenes con que estaba manchada. “Se han corrompido, dice el profeta Rey, y se han hecho abominables en sus deseos; no hay quien obre bien, ni uno siquiera” (Salmo 13). ¡Oh Dios! ¿Tendréis que arrepentiros de haber creado al hombre? ¿En quién descansarán vuestros purísimos ojos, que no tengan que contemplar la iniquidad? En vuestro Hijo solamente, cuyo corazón, imagen perfecta de la santidad divina, es el único que puede complaceros. Ese corazón es el espejo sin mancha en quien se refleja la divinidad.
No se aproximen a ese santuario, vicios abominables, que infestan la naturaleza humana, porque no podrán empañar con vuestro aliento ponzoñoso al Corazón de Jesús, siendo como es santo con la santidad de un Dios.
El Corazón de Jesús es lirio entre espinas, es la flor preciosa, cuyo aroma debe embalsamar todo el universo. ¡Oh Dios! la tierra ha dado su fruto; mirad a Jesús y olvidad nuestros extravíos. Contemplad su corazón, y perdonad la corrupción del nuestro.
El Corazón de Jesús nos pertenece, y nosotros os lo ofrecemos, para que halléis en él con que indemnizaros, del asqueroso espectáculo que ofrece el mundo, y de los horribles estragos que produce todavía el más vergonzoso de los vicios..
II. .Jesús es de ella el mejor modelo
El Corazón de Jesús es el modelo de la pureza, que debemos practicar
Colocado como la luz en las tinieblas, protesta en alta voz, contra los desórdenes a que se entregan los hombres esclavos de sus pasiones. El Corazón de Jesús es la escuela de la pureza; en él brilla con todo su esplendor, y sin cesar recuerda al hombre la santidad a que es llamado. Esta es la escuela donde se formaron las vírgenes, y aun la misma Reina de las vírgenes, que sintió la dulce influencia de Jesús aun antes de haberle recibido en su casto seno. Ven, generación privilegiada, y colócate alrededor del cordero a quien has de seguir eternamente donde quiera que se dirija. Ven en pos de María, para formar con ella la brillante comitiva de su Hijo: Siguen al cordero donde quiera que vaya porque son vírgenes. (Apoc. 14)
¡Quién me diera oír en la celestial Jerusalém aquel dulce y admirable cántico que sólo a vosotras les es dado cantar! ¡Oh cuánta es la hermosura de un corazón casto! El mismo Espíritu Santo, parece agotar las expresiones para encarecerla, Inmortal, dice, es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres (Sap. 4). Alma cristiana, ¿No te sientes enamorada de su atractivo? ¿Sabes estimarla en su justo valor? ¿Sabes conservarla y defenderla contra los numerosos enemigos que la combaten? ¡Ah! decía S. Pablo, nosotros llevamos este tesoro en vasos bien frágiles (II. Cor. 4). Vela pues, sabiendo que así como no hay virtud más hermosa, tampoco hay otra más delicada; un soplo basta para marchitarla, una palabra, una mirada, un pensamiento la puede destruir.
III. Jesús debe ser para nosotros una fuente de pureza
El Corazón de Jesús es fuente de pureza
Uniéndose el Hijo de Dios a la naturaleza humana, vino a purificarla destilando, por decirlo así, en nuestras venas el antídoto destinado a destruir el veneno del pecado. Jesús es el que enseña a los hombres el valor de la pureza y el que les enseña a practicarla con perfección. El que se sienta capaz de esta resolución, tómela, dice el Señor (Math. 19).
Y como si esto no fuese bastante, ha querido el Salvador oponer al mal un remedio mucho más eficaz, en el sacramento de su amor. ¡Oh Jesús mío, y qué bondad es la vuestra, en unir vuestra carne virginal a nuestra carne de pecado, vuestro corazón purísimo, al nuestro, lleno de manchas! ¿Escogéis para morada vuestra un templo profanado tantas veces por el ídolo de la impureza? ¿Habéis olvidado vuestro horror al pecado? ¡Cuán bueno sois, Dios mío y Salvador mío! Yo os presento mi corazón, y mi cuerpo, santificadme; purificad mi imaginación, mis ojos, mis pensamientos, mis afectos y deseos. Alma de Cristo, santifícadme; Agua del costado de Cristo, lavadme. Vos sois la fuente de toda bondad, y de toda belleza; "Vos sois el trigo de los escogidos, y el vino que engendra vírgenes" (Zach. 9).
¿Podré yo Señor, olvidar jamás la dicha que tengo de ser miembro vuestro? ¿Podré contaminar aun mi cuerpo con el pecado? ¿Quitaré pues yo los miembros de Cristo, y los haré miembros de ramera? (I Cor. 6). ¡No permita Dios que yo le haga una tal injuria! No olvidemos que la modestia es la más segura guarda de la pureza, y que por consiguiente jamás deben abrirse a su contrario las puertas de los sentidos, facilitándole la entrada al corazón.
Recurre a María, si deseas practicar la pureza, acude también a vuestro ángel de guarda tomándole por protector de esta virtud.
Lectura
Imitación de Cristo, Libro IV, Capítulo 2
Que se da al hombre en el Sacramento la gran bondad y caridad de Dios
Señor, confiando en tu bondad y en tu gran misericordia, vengo enfermo al Salvador, hambriento y sediento a la fuente de la vida, pobre al Rey del cielo, siervo al Señor, criatura al Criador, desconsolado a mi piadoso consolador. Mas ¿dónde a mí tanto bien que tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me des a ti mismo? ¿Cómo osa el pecador parecer ante ti? Y ¿cómo tú tienes por bien de venir al pecador? Tú conoces a tu siervo, y sabes que ningún bien hay en el porque merezca que tú le hagas tan grandísima merced. Yo confieso, Señor, mi vileza, y reconozco tu bondad; loo tu piedad, gracias te hago por tu excelentísima caridad.
Por cierto por ti mismo haces todo esto, no por mis merecimientos, mas porque tu bondad me sea más manifiesta y me sea comunicada mayor caridad, y la humildad sea loada más cumplidamente. Y pues así te place, Señor, y así lo mandaste hacer, también me agrada a mí que tú hayas tenido por bien. Plégate, Señor, que no lo impida mi maldad. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús, cuánta reverencia y gracia con perpetua alabanza te son debidas por la comunión de tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ninguno se halla que la pueda explicar!
Mas querría saber: ¿qué pensaré en esta comunión, cuando me quiero llegar a ti, Señor, pues no te puedo honrar debidamente, y deseo recibirte con devoción? ¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré, sino humillarme del todo ante ti y ensalzar tu infinita bondad sobre mí? Despréciome y sujétome a ti en el abismo de mi vileza. Tú eres el Santo de los santos, y yo el más vil de los pecadores, e inclínaste a mí, que no soy digno de alzar los ojos a ti.
Veo, Señor, que tú vienes a mí y quieres estar conmigo, tú me convidas a tu mesa y me quieres dar a comer el manjar celestial, el pan de los ángeles, que no es otra cosa, por cierto, sino tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo y das vida al mundo. He aquí, Señor, de dónde procede este amor y se declara que lo tienes por bien. Esta bondad tuya, Señor, es la causa por que tal amor nos tienes y por que tan gran benignidad nos muestras.
¡Cuán grandes gracias y loores se te deben por tales mercedes! ¡Oh cuán saludable fue tu consejo cuando ordenaste este altísimo sacramento! ¡Cuán suave y alegre convite cuando a ti mismo te diste en manjar! ¡Oh cuán admirable es tu obra, Señor, cuán poderosa tu virtud, cuán inefable tu verdad! Por cierto, tú dijiste, y fue hecho todo el mundo; así esto es hecho porque tú mismo lo mandaste.
Maravillosa cosa y digna de creer, y que vence todo humano entendimiento, que tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido enteramente debajo de la especie de aquel poco de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe. Tú, Señor de todos, que no tienes necesidad de alguno, quisístete morar en nosotros por éste tu sacramento. Conserva mi corazón sin mácula, porque pueda muchas veces con limpia y alegre conciencia celebrar tus misterios y recibirlos para mi perpetua salud, los cuales ordenaste y estableciste, Señor, principalmente para honra tuya y memoria continua de tu pasión.
Alégrate, ánima mía, y da gracias a Dios por tan noble don y tan singularísimo refrigerio como te fue dejado en este valle de lágrimas. Porque cuantas veces te acuerdas de este misterio y recibes el cuerpo de Cristo tantas representas la obra de tu redención y te haces particionera de todos los merecimientos de Jesucristo; porque la caridad de Cristo nunca se apoca, y la grandeza de su misericordia nunca se gasta.
Por eso débeste disponer siempre a esto con nueva devoción de ánima y pensar con atenta consideración este gran misterio de salud. Y así te debe parecer tan grande, tan nuevo y alegre cuando celebras u oyes misa, como si fuese el mismo día en que Cristo descendió y se hizo hombre en el vientre de la Virgen, o aquél en que puesto en la cruz, padeció y murió por la salud de los hombres.