Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 1
Nuevo Mes al Sagrado Corazón de Jesús
Oración que puede rezarse con utilidad todos los días antes y después de la meditación
Oh Jesús, amable Salvador mío, que os habéis hecho hombre y habéis pasado treinta y tres años en esta tierra miserable para enseñarnos el camino del cielo: hacedme la gracia de que honre este primer año de vuestra vida, practicando las virtudes de que Vos me dais ejemplo. Enseñadme a imitar vuestro sagrado Corazón. ¡Oh Jesús! ya que sois mi modelo, mi maestro, mi Redentor y mi Padre, dignaos alumbrar mi entendimiento, purificar mi corazón, y fortalecer mi voluntad. Gobernad, dirigid, y santificad todas mis acciones; enseñadme a hacer buen uso de las potencias de mi alma, y de los sentidos de mi cuerpo. ¡Oh buen Jesús! estad siempre presente a mi imaginación; haced que mis labios pronuncien a menudo vuestro adorable nombre; que mi corazón se ocupe sin cesar en vuestro amor; que no desee, ni busque más que vuestra gloria en todas las cosas; que no trabaje ni viva sino por Vos. Esta gracia también os la pido para todos los hombres. ¡Cuán pocos son los que os aman sinceramente!
¡Jesús! ¡Oh buen Jesús! ¡Oh Salvador mío! ¡Mirad el género humano agobiado bajo el peso de sus miserias, o más bien de sus crímenes! ¡Acordaos de los que habéis querido tener por hermanos! ¡Acabad vuestra obra, teniendo piedad de nosotros! Os lo pido amable Redentor mío, mi única esperanza, por los méritos de vuestra santa vida, de vuestra dolorosa pasión, de vuestra preciosa muerte y de vuestra resurrección gloriosa. Os lo pido por el dulce nombre que lleváis, por vuestro sagrado Corazón que tanto nos ha amado, y del que os dignáis hacernos entrega para que nos sirva de asilo y de refugio; y para que sea nuestra fortaleza y esperanza, en estos aciagos días. Os lo pido por la intercesión de vuestra santísima Madre, que lo es también nuestra. Os ofrezco con esta intención, mis obras y trabajos de este día, unidos a vuestras obras y trabajos, y sobre todo al adorable sacrificio del altar que se renueva a cada instante en una u otra parte de la tierra. ¡Oh Jesús! oíd, escuchad a vuestros hijos, tened misericordia de nosotros...
¡Corazón dulcísimo de Jesús! haced que de cada día os ame mas. ¡Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que acudimos a Vos!
Día 01 - Nacimiento de Jesús y primer año de su vida
Excelencia del corazón de Jesús
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan I). El Señor es infinitamente grande y digno de toda alabanza, dice el profeta (Salmo XLVII). Es pequeño y soberanamente digno de nuestro amor, añade San Bernardo.
¿Quién me dará que os posea a Vos que sois mi hermano; que descansáis en el regazo de mi madre? (Cant. VIII)
I. La unión íntima del sagrado Corazón con el Verbo divino es el principio de su excelencia, y del infinito valor de sus acciones.
Pero ¿cuál es la condición esencial de estas impronunciables gracias, y cuál es así mismo, el dichoso efecto de esa unión? Es la sumisión perfecta de este corazón al Verbo del que es, por decirlo así, dócil instrumento. Estando bajo su divina influencia, de Él es de quien recibe la acción. El admirable Corazón sólo ama lo que el Verbo quiere que ame; odia lo que debe odiar; recibe de la Persona divina (a quien está indisolublemente unido) la regla constante y perfecta de todas sus operaciones, de todos sus movimientos y de todos sus actos; de manera que Dios en Jesucristo pertenece al hombre, y el hombre pertenece a Dios (Juan. XVII 1), pueden decirse en cierto modo, una a otra la Divinidad y la Humanidad. ¡Sublime modelo de la unión íntima del alma con su Dios; de la inefable comunicación establecida entre uno y otro; de la consagración generosa que el alma hace de sí misma a Dios y de la liberalidad con que Dios se entrega al alma!
La unión de Jesucristo con nosotros es el principio de nuestro mérito y grandeza.
Nuestra unión con Jesucristo, y nuestra conformidad con su corazón constituyen nuestra verdadera grandeza.
¡Alma cristiana! ¡Alma religiosa! ¿Quieres saber en qué consiste la verdadera grandeza, y en dónde debes buscar la verdadera vida? En tu unión con Jesucristo y con su adorable Corazón. ¿Qué valen todas las grandezas de la tierra? ¿Qué valen todas las alianzas humanas? ¿Qué puede ganar la nada uniéndose a la nada?.... Elevados nosotros en Jesucristo, y por Jesucristo, a la dignidad de hijos de Dios, y participando de su plenitud, es solamente como adquirimos su grandeza y excelencia.
Miembros somos de su cuerpo, formando parte de su carne y de sus huesos. Yo soy el tronco y vosotros las ramas, dice (Juan XV). ¡Oh preciosa alianza! ¡Oh divino parentesco!... . En él, por él y con él debemos amar nosotros. El Corazón de Jesús es, respecto de lodos los cristianos, lo que el corazón del hombre a los miembros. Del corazón sale la sangre, y con la sangre la vida que se reparte por todo el cuerpo, siendo el corazón en donde se forma la sangre, se renueva y se purifica para llevar a todos los otros miembros del cuerpo la vida, el calor, la fuerza y el vigor.
Mas no olvidemos que este efecto no puede subsistir si nosotros no nos ponemos bajo su influencia; si no permanecemos dependientes de su acción; si no consentimos en recibir el impulso que él quiere comunicarnos y no procuramos conformar en todo nuestros pensamientos, nuestras intenciones, nuestros afectos, en una palabra, nuestros sentimientos todos, con los sentimientos que a él mismo le animan (Filip. II).
Lectura
Imitación de Cristo, libro IV, capitulo 4
Señor Dios mío, anticipa a tu siervo con bendiciones de tu dulzura, porque merezca llegar digna y devotamente a tu magnífico sacramento. Despierta mi corazón en ti y despójame de la pesadumbre del cuerpo; visítame en tu salud para que guste en espíritu tu suavidad, la cual está escondida en este sacramento muy cumplidamente, así como en fuente.
Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio, y esfuérzame para creerlo con firmísima fé. Porque esto, Señor, obra tuya es, y no humano poder. Es sagrada ordenación tuya, y no invención de hombres. No hay, por cierto, ni se puede hallar alguno suficiente por sí para entender cosas tan altas, que aun a la sutileza angélica exceden. Pues yo pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué podré escudriñar y entender de tan altísimo sacramento?
Señor, en simplicidad de corazón, en buena y firme fé y por tu mandato vengo a ti con esperanza y reverencia, y creo verdaderamente que estás presente en este sacramento, Dios y hombre. Y pues quieres, salvador mío, que yo te reciba y que me ayunte a Ti en caridad, suplico a tu clemencia y demando me sea dada una muy especialísima gracia para que todo me derrita en Ti y rebose de amor, y que no cure más de otra alguna consolación.
Por cierto, este altísimo y dignísimo sacramento es salud del ánima y del cuerpo, y medicina de toda enfermedad espiritual; con él se curan mis vicios, refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen y disminuyen, dase mayor gracia, la virtud comenzada crece, confírmase la fé, esfuérzase la esperanza, enciéndese la caridad y extiéndese.
De verdad, Señor, muchos bienes has dado y siempre das en este dulcísimo sacramento a los que te aman, cuando te reciben, Dios mío, recibidor de mi ánima, reparador de la humana enfermedad y dador de toda interior consolación: que tú les infundes gran consuelo y fortaleza contra diversas tribulaciones, y de lo profundo de su propio desprecio los levantas a la esperanza de tu defensión, y con una nueva gracia los recreas y alumbras de dentro; porque los que antes de la comunión se habían sentido congojosos y sin devoción, después, recreados con manjar y beber celestial, se hallan muy mejorados.
Y esto, Señor, haces así con tus escogidos, porque conozcan verdaderamente, y manifiestamente experimenten que no tienen nada de sí, y sientan la bondad y gracia que de ti alcanzan, porque de sí mismos merecen ser fríos, duros, indevotos; mas de ti, Señor, alcanzan ser fervientes, alegres y devotos.
¿Quién llega con humildad a la fuente de la suavidad que no traiga algo de la suavidad? ¿O quién está cerca de algún gran fuego que no reciba algún calor? Y tú, Señor, fuente eres siempre llena y muy abundosa, fuego que continuo arde y nunca desfallece. Por tanto, si no me es lícito sacar del henchimiento de la fuente, ni beber hasta hartarme, pondré siquiera mi boca al agujero de algún cañito celestial, para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla para refrigerar mi sed, porque no me seque del todo. Y si no puedo del todo ser celestial, ni puedo abrasarme como los serafines, trabajaré a lo menos de darme a la oración y aparejaré mi corazón para buscar siquiera una pequeña centella del divino entendimiento, mediante la humilde comunión de este sacramento que da vida.
Todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador santísimo, súplelo tú benigna y graciosamente por mí, pues tuviste por bien llamar a todos, diciendo: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os recrearé.
Yo, Señor, por cierto, trabajo y estoy atormentado con sudor de mi rostro y con dolor de corazón; cargado estoy de pecados, y combatido de tentaciones, envuelto y agravado, no hay quien me libre y salve sino tú, Señor Dios, Salvador mío. A ti me encomiendo con todas mis cosas, para que me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para gloria y honra de tu santo nombre. Tú, Señor, que me aparejaste tu cuerpo y sangre en manjar y en beber, otórgame, Señor, salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la continuación de este tu misterio.