Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 0
Nuevo Mes al Sagrado Corazón de Jesús - día 0
Meditación para el último día del mes de María
- Representa a María madre de Dios, llevando en sus castas entrañas el Salvador del mundo.
- Ruégale que te enseñe la manera de honrar el sagrado Corazón de Jesús, y que se digne bendecir este mes que vas a consagrar a esta dulce devoción.
I. María vive en Jesús
Hijo de María, durante el mes que acaba de trascurrir, has pagado a la Señora el tributo de sus homenajes y de su amor. Regocíjate: la bienaventurada Madre del Salvador te introducirá a la presencia de su Hijo, y en el santuario de su corazón. María te enseñará con su ejemplo esta devoción, la más dulce y la más justa, obteniéndola para ti con su poderosa intercesión. En el Corazón de Jesús, María Santísima halló una fuente de vida y un tesoro inmenso de gracias. Si la presencia de Jesús bastó para santificar a san Juan Bautista, y si el otro Juan, el discípulo querido, solamente por haber estado reclinado algunos instantes en el pecho de su Maestro, vino a ser el apóstol de la caridad, ¿qué diremos de María que durante nueve meses no tuvo, por decirlo así, otro corazón que el Corazón de Jesucristo?...
Del corazón de la Madre procede la sangre que da vida al de su Hijo; del corazón del Hijo sale la gracia que santifica a la Madre. Estos dos admirables instrumentos están acordes: un mismo impulso los pone en movimiento, y les hace obrar en consonancia. Tienen, el mismo espíritu, los mismos deseos, los mismos afectos, y por decirlo así, la misma vida. ¿No es éste el objeto que te propones en la devoción al sagrado Corazón de Jesús? Aprende pues de María esta divina lección. Pon particular estudio en conformarte con Jesucristo; busca en él tu vida, tu fuerza y tu santidad, a fin de poder decir con el apóstol, y mejor aun con María. Vivo yo: no, yo no vivo; es Jesús quien vive en mí (Gal. II). — Mi amado es para mí, y yo para él. (Cant. c. II).
II. Jesús vive en María
Por medio de su augusta Madre viene el Salvador a nosotros; y por medio de la misma Señora quiere Jesús que vayamos a Él. En los nueve meses que estuvo encerrado en este templo vivo, reconcentró allí el Sol de justicia sus ardores, de manera que la luz que debía disipar las tinieblas, no brilló casi mas que para María. ¡Oh hombres! parece decirnos ya Jesucristo, ahi está vuestra madre; es la mía, mas yo os la cedo: honradla, pues, y amadla, y ya que os he confiado a su ternura maternal, contad con su amor, tened confianza en vuestra madre.
Jesús desea también reposar en vuestro corazón, buscando en él reparación de los ultrajes que recibe fuera... Jesús lo desea; ¿se lo negarás?... ¡Oh! no, Señor: por muy dichoso me tendré si puedo satisfaceros... Para poder hacerlo mejor, me uniré a vuestra augusta Madre, y os ofreceré sus virtudes y su amor para suplir lo que me falte.
III. La vida de Jesús en María como la vida de María en Jesús, no alcanza a comprenderla el mundo:
¡Mundo insensato! tú halagas a tus servidores, exaltas al vicio, coronas las pasiones y glorificas al pecado, sin tener para la virtud otra cosa que menosprecio... Apártate de mí, yo desprecio tus elogios, me río de tus fueros y arrogancias. ¡Oh Verbo hecho carne! ¡Oh Reina de los cielos y de la tierra, recibid mis homenajes! ¡Oh alma mía; no te detengas en la sola apariencia: aprende a apreciar a Jesús y a su corazón; penetra en el interior de ese santuario, y contempla sus divinas bellezas.
Esforcémonos durante todo el mes que vamos a santificar, en vivir la verdadera vida, que es vida fé, vida interior, vida de unión con Dios, vida de piadoso recogimiento. ¡Oh Jesús, que vivís en María, venid a vivir en vuestros siervos!...
Lectura
Imitación de Cristo, libro II, capitulo 1
El reino de Dios dentro de vosotros está, dice el Señor. Conviértete a Dios de todo corazón y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma reposo. Aprende a menospreciar las cosas exteriores y date a las interiores, y verás que viene a ti el reino de Dios. Pues el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo, lo cual no se da a los malos. Si le preparas digna morada en tu interior, Jesucristo vendrá a ti y de mostrará su consolación. Toda su gloria y hermosura es en lo interior, y allí se complace. Su continua visitación es con el hombre interior; con él habla dulcemente, es grata su consolación, tiene mucha paz, y admirable familiaridad.
Sé, pues, alma fiel, y prepara tu corazón a este Esposo, para que quiera venirse a ti y morar contigo; porque él dice así; Si alguno me ama, guardará mi palabra, vendremos a él, y moraremos en él. Da pues lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la entrada. Si a Cristo tuvieres, estarás rico y te bastará. Él será tu proveedor y fiel procurador en todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente y desfallecen en breve; pero Jesucristo permanece para siempre, y está firme hasta el fin.
No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea provechoso y bien querido, ni se ha de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario. Los que hoy están a tu favor, mañana te pueden contradecir, y al contrario; muchas veces se vuelven como el viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea él tu temor y tu amor. Él responderá por ti y lo hará como mejor convenga. No tienes aquí ciudad de morada; donde quiera que fueses serás extraño y peregrino, y no tendrás jamás reposo hasta que estés íntimamente unido con Cristo.
¿Qué miras aquí, no siendo éste el lugar de tu descanso? En el cielo ha de ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre. Todas las cosas pasan, y tú con ellas. Guarda, no te apegues a cosa alguna, porque no seas preso y perezcas. En el Altísimo esté tu pensamiento; y tu oración diríjase sin cesar a Cristo. Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en su pasión, y mora muy gustoso en sus sacratísimas llagas. Porque si te llegas devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesucristo, gran consuelo sentirás en la tribulación, no harás mucho caso de los desprecios de los hombres y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes.
Si una vez entrases perfectamente en lo interior de Jesucristo, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu provecho o daño propio, antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo. El amador de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de afectos desordenados, se puede volver fácilmente a Dios y elevarse sobre sí mismo en espíritu, y gozarse en él con suavidad.
Aquél que aprecia todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio, y enseñado más por Dios que por los hombres. El que sabe vivir interiormente y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos. El hombre interior presto se recoge; porque nunca se derrama del todo a las cosas exteriores, no le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación tomada en tiempo necesario; sino que como suceden las cosas, se conforma a ellas. El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de lo que perversamente obran los mundanos. Tanto se estorba uno y se distrae, cuanto atrae a sí las cosas del mundo.
Si fueres recto y puro de pasiones, todo te sucederá bien y con provecho. Por eso te descontentan muchas cosas a cada paso, y te turban, porque aún no estás muerto a ti perfectamente, ni apartado del todo de lo terreno. No hay cosa que tanto mancille y embarace al corazón del hombre, como el amor desordenado a las criaturas. Si desprecias las consolaciones exteriores, podrás contemplar las cosas celestiales y muchas veces gozarte interiormente.