A medida que la sombra avanza ella avanza también. Otra vez no sabe si es la voz de su madre la que escucha o es su propia voz advirtiendo a su muñeca. Huye, Jazmín, le dice en susurros, corre. Su nombre se debe al olor penetrante que despide su cuerpecito. Otra vez entra al laberinto. Otra vez escucha que su madre entre gritos la requiere.

Ella queda inerte cuando ve que el monstruo encuentra a la muñeca en la cesta de ropa sucia donde está escondida y la levanta con sus garras. La ve acariciar sus cabellos mientras le dice como en un letargo: Jazmín, Jazmín, Jazmín. Ella llora. La muñeca vierte sus lágrimas. La bestia le abre la boca y la obliga a beber un brebaje encarnado. Siente dolor en su vientre infantil.

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Ella ve cómo la muñeca se resiste cuando la sombra tira de sus articulaciones y le arranca sus piernas que se tiñen de rojo. En lo profundo de sus grandes ojos fijos ve a la bestia enajenada cuando lanza otra vez el cuerpo desnudo de la muñeca inconsciente a la cueva donde la busca su madre.

Un nuevo estremecimiento recorre su espalda. Otra vez siente la repulsión. Huele a cloroformo y a jazmín. Huele a flor amputada.

Da vueltas repetidamente, se hunde en el vacío mientras escucha otra vez el bullicio que sigue sus pasos. La niña trata de alcanzar a su muñeca, pero ella se aleja, va desapareciendo, se difumina ante sus ojos.