Nieve

in #spanish5 years ago


Muchas son las historias que han sido contadas a las personas a lo largo de los años. Cada generación cuenta una historia a la siguiente. Algunos las catalogan como fantasía y folklore, pero resulta irónico lo mucho que se acercan a la realidad…al menos algunas de ellas.


La montaña se alzaba al cielo, sus picos más altos los ocultaban las nubes. Un manto de nieve cubría la parte de arriba de la gran cadena montañosa, en la parte baja se amontonaban rocas, había caminos ligeramente trazados, transitados solo por una persona. Posiblemente eran las montañas más peligrosas para cualquier escalador.

Octavius se aferró a su bastón, incrustando con fuerza la punta de metal en el terreno resbaloso. Pronto esta herramienta no le sería de utilidad, y solo dependería de su fortaleza.

Otro viaje al pico más alto de esta gigantesca montaña, cubierta por un manto de nieve, la más blanca en toda la Tierra, la más pura, casi mágica. Octavius tenía muy presente en su mente cuantas veces había escalado esta maravilla de la Madre Tierra.

Continuó por el sendero que el mismo trazó mentalmente a lo largo de los años. Fue un largo viaje de dos horas, el sol se alzó en su punto más alto, pero aquí, sus rayos no tenían efecto. El frío era lo único que una persona podía llegar a sentir realmente. Los rayos del sol no eran más que el roce de una brisa breve.

La parte más difícil del viaje comenzó.

El sendero de nieve y hielo había desaparecido, el camino a la cima lo continuaba un enorme muro hecho de hielo y rocas resbaladizas.

Octavius pulsó un botón y su bastón se encogió hasta medir unos treinta centímetros, se quitó la gran mochila y lo guardó. A continuación, sacó dos grandes ganchos de metal, diseñados para escalar. En cada una de sus botas acopló suelas que terminaban en tres grandes puntas. Volvió a ponerse la mochila, probó que las suelas especiales estuvieran bien colocadas al patear las botas contra la nueve. En los extremos opuestos de los ganchos había unas cuerdas de seguridad, con las que envolvió sus muñecas, agarrando fuertemente los mangos.

El ascenso comenzó.

Cien metros. El tap tap de los ganchos al incrustarse en el hielo parecía casi rítmico.

Doscientos metros. El tap tap ya no era perceptible para Octavius.

Trescientos cincuenta… El tap tap ya parecía ser un sonido más de los elementos.

Incluso alguien que hubiera escalado la montaña diez veces la encontraría como todo un desafío, un muro sin fin azotado por fuertes y heladas ventiscas. Al final el agotamiento hubiera y la lucha contra los elementos hubieran acabado con la vida de muchos. Para Octavius ya todo era parte de una rutina, en la cual diez metros eran equivalentes a un parpadeo.

Acostumbraba a pasar sus ascensos sumergido en sus pensamientos.

Siempre pensaba en su vida de antes, cada año se impresionaba de lo mucho que habían cambiado las cosas. Otros, quienes habían vivido mucho más que él, le aseguraron que cuando vives tanto tiempo, el cambio se vuelve aburrido, simplemente te acostumbras. Pero Octavius no dejaba de maravillarse.

Quinientos metros…

El rostro de ella se materializó en sus pensamientos. Pudo sentirla en los copos de nieve que le caían en la ropa.

Sus músculos comenzaban a quejarse otra vez. Se detuvo por unos minutos. Dejó descansar un brazo, luego el brazo. Continuó su ascenso.

Casi dos horas transcurrieron desde que Octavius despegó los pies del suelo. Llegó a la cima. El viento soplaba con aún más fuerza, la visibilidad era escasa. Octavius estaba tirado boca arriba sobre una roca, jadeando, recuperando sus fuerzas. Intentaba no tener la boca tan vierta, a esta altura el viento helado le quemaba la garganta.

De repente, la ventisca paró. Un ojo de tormenta se formó alrededor de la cima. Las nubes la cubrían así que no sería perceptible para ninguna persona abajo.

Octavius se puso de pie y se retiró las gafas. Un gran círculo de nubes y nieve rodeaba toda la cima, el sol brillaba en medio de él. Esta era un terreno plano, compuesto por algunas rocas. Un manto delgado de nieve cubría la superficie. Al otro extremo de donde estaba Octavius, cerca del borde, sobre una roca, estaba ella sentada.

Octavius se acercó. Apreció sus rasgos con cada paso que dio. Una figura esbelta, cubierta por un vestido blanco y azul, hecho de hielo y copos de nieve. Iba descalza. Tenía piel clara, casi tan blanca como la nieve. Ojos azules con una mirada fría, labios pintados de azul, un rostro delicado y hermoso. Un cabello ligeramente azulado, con una corona hecha de hielo y copos de nieve enganchados en sus rizos. Por último, un par de grandes y fuertes alas blancas, hechas de nieve, salían de su espalda, las cuales dejaban caer pequeños copos cada vez que se movían.

Quíone.

Octavius se acercó a ella y le besó delicadamente la mano. Para ser la diosa de la nieve su mano estaba ligeramente fría. Esta le ofreció una amable sonrisa, complacida con verlo nuevamente.

Se sentaron allí en la roca, comieron, charlaron y recordaron juntos algunos momentos de los últimos siglos de su compañía.


Hay muchas historias. Una de ellas, cuenta la vida de un joven teniente griego, cuya hija nació con una enfermedad degenerativa. Esta deseaba ver la nieve antes de descender al Hades. Su padre, se la llevó en un viaje para buscar a Quíone, la última diosa de la nieve viva, y pedirle que hiciera nevar para que así su hija pudiera conocer el invierno. Quíone accedió con una condición, la diosa estaba sola y cansada de hacer el trabajo que una vez era de su padre, Bóreas, si el joven teniente aceptaba el regalo de la inmortalidad, para así visitar a Quíone tres veces al año, ella continuaría trayendo la nieve, no solo mientras su hija viviera, sino hasta el fin de su vida inmortal.

El joven accedió. Lo que en un principio se sintió como una maldición, con el pasó de los siglos se convirtió en un viaje deseado. Así como Quíone se enamoró del joven apenas lo vio, el joven se enamoró de la diosa con el tiempo. Sin embargo, el poder de Quíone tenía sus límites, ella no podía dejar sus dominios, y él no podía vivir en ellos.

Así fue como las tres visitas al año se convirtieron en visitas mensuales, donde ambos compartían un día juntos.


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