Dragón

in #spanish5 years ago


La superficie rugosa de la cascara se resquebrajó poco a poco. Fisuras se formaron por todo el cuerpo ovalado del huevo. Este se movió. Lo que sea que había en su interior, luchaba para salir, para nacer. Algunos pedazos se cayeron, finalmente algo asomó su puntiagudo hocico, hizo un extrañó sonido al contraer los músculos de su garganta. No tardó en sacar la cabeza y abrir los ojos, para así encontrar el rostro de quien sería su cuidador…

–––

La noche era fría y silenciosa. La luna no poseía su distinguido color pálido, su tono era ligeramente azulado, y brillaba con intensidad, bañando todo el hemisferio sur en una lúgubre y tenue luz.

El mercader golpeaba nerviosamente la punta de su zapato en el suelo lodoso. La humedad de la noche tapaba sus fosas nasales, haciéndole respirar torpemente por la boca. Se abrazó aún más los brazos debajo de la túnica de piel de bisonte. Una única antorcha iluminaba este corto callejón.

Al otro extremo, frente a él, detectó movimiento. Una figura negra apareció y comenzó a acercarse. El mercader se llevó rápidamente la mano al cinturón, esta se cerró como una tenaza alrededor del pomo de una daga. Se había olvidado de respirar por la boca, hasta que tuvo que agarrar una gran bocanada de aire. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, la luz de la antorcha proyectó sombras sobre el rostro de la figura.

El mercader soltó el pomo de la daga.

–¡Llegas tarde! –le reclamó al hombre. Se relamió los gordos labios, saboreándose un poco el vino añejo que bebió antes de salir.

El hombre le dio una mirada neutral y dura. El mercader tragó grueso, casi arrepintiéndose. Notó que la túnica negra del hombre estaba abierta, dejando ver un puño cerrado alrededor del pomo de una espada enfundada.

–Tuve que evitar a algunos guardias. –explicó el hombre– ¿Tienes lo que te pedí?

El mercader volvió a tragar saliva. La mención de los guardias patrullando lo agitó, ahora el vino sabía amargo en su boca.

–Sí –abrió una de las bolsas en su cinturón y sacó un trozó de pergamino doblado–. Justo como lo pediste, por escrito –se lo exhibió al hombre–. Aquí podrás encontrar lo que buscas.

El hombre arrancó de un jalón una bolsa de cuero de su cinturón, y se la lanzó al mercader. Este la atrapó en el aire, se escuchó un tintineo metálico. El mercader apretó la bolsa en su mano, sintiendo el peso de las monedas de oro en él. Sonrió con satisfacción y le extendió la mano al hombre. Este se acercó más para agarrar el pergamino.

El hombre se dio media vuelta, salió de la luz de la antorcha, volviendo a convertirse en una figura oscura, hasta que finalmente desapareció al salir del callejón.

–––

Una jarra de cerveza rancia viajó por los aires y le dio a uno de los mercenarios en la cabeza. El sonido producido fue seco. El hombre soltó su espada y se desplomó en el suelo de madera.

Un tumulto de personas estaba reunido, formando un gran círculo alrededor de la pelea. Dos hombres estaban adentro, uno de ellos era otro mercenario que formaba parte del grupo que se hospedaba en la posada. El segundo hombre, un forastero que había llegado hace pocas horas, buscando problemas.

Ambos hombres tenían una espada.

Los otros hombres de la taberna vitoreaban y gritaban, incitando a los hombres a pelear.

El mercenario avanzó, lanzando una estocada hacia el lado izquierdo del forastero, pero este fue más rápido. Paró el golpe y con un solo impulso de su brazo empujó la espada de su oponente hacia arriba, dejándolo indefenso el tiempo suficiente para atravesar su estómago su limpiamente. Este aulló de dolor. El forastero hundió más la hoja en la carne, luego la sacó de un tirón e incrustó la punta de la espada en el rostro del mercenario.

Al retirar su arma, el mercenario cayó al suelo sobre un charco de su propia sangre.

Todos guardaron silencio. El forastero sostenía su espalda firmemente. La hoja goteaba sangre en el suelo. De repente, unos aplausos se escucharon en la boca de la escalera. Todos miraron en esa dirección.

Un hombre vestido de cuero rojo, con una gran espada enfundada estaba parado al principio de los escalones. Mientras descendía por los chirriantes escalenos de madera, continuó aplaudiendo. La luz de las antorchas finalmente iluminó su rostro. El forastero apretó el puño que envolvía el pomo de su arma.

–Eres el hombre más testarudo con el que me he encontrado, ¡en serio! –comentó con una sonrisa arrogante en su rostro– Llevo meses escuchando la noticia de que alguien me estaba buscando, sabía que eras tú –con pasos lentos y meticuloso se fue acercando al centro del círculo–. Vamos, llevo meses esperando esto.

El mercenario desenfundó su espada. Ambos hombres se miraron, caminando en círculos, midiéndose el uno al otro, estudiando los movimientos, buscando posibles puntos débiles. Finalmente, el forastero avanzó un paso y lanzó una estocada, el mercenario la bloqueo y lanzó un puñetazo al rostro del forastero, este lo esquivó dando un paso atrás y lanzó otra estocada.

Las espadas chocaron.

Nadie decía nada, como si un hechicero hubiera enmudecido a todos dentro de la posada-taberna. Solo observaban como ambos hombres se batían a duelo. Ninguno de los espectadores entendía realmente lo que sucedía, no es que les importara mucho. Pero había algo en la ira del forastero que parecía irradiar su propia aura.

El combate pareció bastante parejo, hasta que el forastero logró asestar una patada en el pecho del mercenario. Este se estrelló contra un muro. El forastero se abalanzó contra él, sostuvo el brazo que sostenía su espada y le asestó varios cabezazos. Sangre comenzó a manar de la cabeza de ambos. El mercenario finalmente soltó su espada, el forastero lo agarró y lo lanzó contra el suelo. Se montó sobre él, dándole varios puñetazos en el rostro, hasta que la cara del mercenario estuvo totalmente cubierta de sangre.

Se detuvo, jadeó pesadamente. El mercenario, jadeaba también, tosía, ahogándose en su sangre. El forastero desenfundó una pequeña daga de la parte trasera de su cinturón, se la exhibió al mercenario antes de clavársela en el corazón. Este gruñó de dolor. Todos miraban la brutal escena estupefactos.

El forastero se acercó al oído del mercenario.

–Eso es por mi dragón.

–––

Arriba en la habitación del mercenario, al forastero no le tomó mucho tiempo encontrar lo que estaba buscando. Tampoco le tomó mucho tiempo persuadir al encargado para que le indicara el dormitorio.

El forastero se encontraba mirando una piedra uniforme, un poco más grande que su mano, encontrada entre las cosas del mercenario. La piedra era de un rojo rubí, estaba caliente al tacto y palpitaba. Apenas el forastero puso sus manos en ella, comenzó a palpitar, como si estuviera viva.

El corazón de un dragón nunca moría realmente, mantenía la esencia de la criatura, de forma que ningún dragón moría realmente. Este reconocía el tacto de Roland, el hombre que lo cuido desde que salió del cascarón. Cuando esa noche los emboscaron aquel grupo de mercenarios, la criatura dio su vida para que Roland pudiera sobrevivir.

Ahora, estaban reunidos una vez más.


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