Había tratado de no caer en la tentación. Pero Olga se volvía cada vez más insoportable: que si tú no me haces caso, que si tú ya no me quieres, que si ya no eres como antes. Cada vez que salía del trabajo, el lugar al que menos pensaba ir era a la casa. Encontrarme con Olga y su bata sucia, su olor a orines pegado al cabello, a la piel, su cara grasienta y rojiza. Ir a la casa se me antojaba un sacrificio, era como quedar sepultado debajo de un montón de excremento.

Pero también estaba lo otro, lo peor. Desde que Olga se había metido en el Frente Bolivariano de Mujeres Esposas de Chávez, mi vida era más miserable. Escuchar que todos los días llamaban para la casa para comunicarle de reuniones, ofrendas, encuentros de las Esposas de Chávez, me hacía explotar el hígado y el cerebro.

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Olga se daba cuenta de mi malestar cada vez que se ponía a hablar de las actividades que hacían, de los nuevos cantos que se aprendían; sin embargo me hacía partícipe de los nuevos proyectos del gobierno como si quisiera en el fondo provocarme un infarto o que me estallara la cabeza.

-Te cuento que estamos en la Misión Parto Feliz -dijo una de esas noches de cansancio.

-¿De qué se trata eso? ¿De partir de este país feliz? –dije obstinado tratando de que mi mujer tratara de abortar aquel tema.

-Por supuesto que no –dijo, y ahí estaba de nuevo la mirada de esposa frenética.

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-Estamos organizándonos para asistir a las mujeres embarazadas en sus casas. Los hospitales están convertidos en una mierda y los médicos no sirven, dijo con un tono de desespero que yo conocía muy bien. Tuve que hacerme el wili para no soltarle a la cara que los hospitales y los médicos no servían justamente por culpa de su esposo, el otro, no yo. Pero preferí callar.

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-¿Yo te conté que el curso de inducción lo va a dictar Alejandra? Como tú sabes, ella tiene 11 muchachos y nos ha convencido que es la más experimentada en eso de parir. La idea es que podamos todas dar a luz en nuestras casas asistidas por una comadrona, como lo hacían nuestras abuelitas. Nosotras las mujeres estamos hechas para parir, nuestro cuerpo es igual al de las hembras de los animales. ¿Dónde tú has visto que a una perra se le haga cesárea? Esas son cosas que los médicos han inventado para sacarle dinero a los seguros –expresó con amargura y fue por ello que no le restregué las interminables horas que pasó ella en el quirófano sólo porque Sebastián venía de pie y no de cabeza.

-Ya verás que ahora sí nuestras mujeres parirán como debe ser: ¡FELICES!

-¡Bingo!i Si antes eran infelices y tenían hijos a cada rato, no me quiero imaginar cuando parir sea una fiesta. Ahí sí parecerán unas perras. Después que dije aquello inmediatamente me arrepintí al ver que todo el semblante de Olga había cambiado.

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-Tú eres un escuálido. Eso es lo que pasa. Tú eres de esos que creen que estamos viviendo mal porque nuestro presidente lo está haciendo mal. Ayer mismo lo oí del ministro que la gente cree que estamos comiendo mal, que nos estamos enfermando porque no comemos. Y lo dijo el ministro: ahora es cuando estamos comiendo bien. Antes comíamos arroz, pasta, carne. Y eso era colesterol puro, pero ahora, gracias a Dios y a nuestro comandante, estamos comiendo sanito. Cuándo íbamos a comer yuca sancochada, ñame, ocumo, ser alimentados por la madre tierra. Cuándo nos íbamos a comer un huevo solamente. Nosotros estábamos comiendo mal, acostumbrados a comer queso, jamón, mantequilla, mayonesa, salsa, arepa. El ministro lo decía: antes no estábamos gordos, lo que estábamos era lleno de grasa. En cambio ahora, ahora somos flacos pero saludables.

Aquella fue la primera noche que me dieron ganas de matar a Olga, de salir corriendo de aquella casa y no regresar jamás. Aquella fue la primera noche que escondí un cuchillo debajo de la almohada, que empecé a hacer la maleta a escondidas, que me dije: no más.

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Pero hoy llegó Olga muy contenta con la nueva noticia del grupo. Ayer el actual presidente, el hijo de Chávez, anunció que todas las mujeres de la Misión Esposas de Chávez van a tener un bono de cinco millones de bolívares mensuales.

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-Y por eso he venido aquí, señor, porque no he podido dejar de pasar la oportunidad. Si mi esposa es la esposa de Chávez y el presidente es el hijo, creo que yo vendría siendo como el padrastro del presidente de Venezuela. Entonces no sé si podrá inventar una misión o un bono para nosotros y seguir siendo así el país más feliz del mundo.

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