El niño, el mar y yo...
El niño, el mar y yo…
Mientras estaba allí, apareció un niño con un juguete. El juguete era una especie de carrito improvisado, hecho con un envase de jugo, el cual el niño tiraba y hacía andar con un hilo. Al principio el niño estuvo esquivo, luego fue acercándose como lo hacen las olas, o los cangrejos pequeños en medio de la arena. Con su rostro bronceado y su mirada risueña, me preguntó con curiosidad por qué no me metía al mar. Deteniendo mi lectura, le dije que prefería leer y mirar el mar desde lejos. El niño me miró con sorpresa y me dijo que no le tuviera miedo, que más tarde sí porque habría reboso, entonces que aprovechara que el mar estaba en calma.
En la distancia, vi cómo el niño jugaba con su carrito improvisado, contento, feliz. Verlo jugar me hizo ver que a veces nos enfrascamos en nuestras carencias sin darnos cuenta de las abundancias que poseemos. Para el niño, aquel carro era el causante de su alegría y no se detenía a pensar que estaba hecho con materiales de desecho. Igual, sus palabras infantiles encerraban la certeza de que desaprovechamos algunos momentos por miedo, porque nos anticipamos al miedo, porque creemos que tendremos todo el tiempo para disfrutar. Y no. A veces, cuando queremos hacer algo, ya no tenemos tiempo, y la vida pasa de largo entre un miedo y otro, dejándonos varados en cualquier orilla sin mojarnos de vida, secos y agrietados.
En la tarde, cuando volvía a casa sentía en lo más profundo algo parecido a la paz. Pensé que había tenido una sobredosis de mar, de sol, de nubes. Mientras regresaba miraba entre las olas si mi alma flotaba sobre las turbulentas aguas y no, solo miraba la imagen del niño feliz correr con su juguete. Allí, en mitad de la tarde, pensaba que ojalá todos los niños y todas las personas fuesen tan felices como aquel que jugaba como si un Dios bueno, en vez de pies, le hubiese regalado alas.
HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS
*Todas las fotografías fueron tomadas y trabajadas con mi celular Blu C4CO5Ou. Android dua