La mañana se ha ido lenta en la casa. El piso suena con cada paso que doy. También los huesos suenan. Hay una cantidad de moscas a mi alrededor que se adhieren a veces a mi piel. Me paseo desnuda por la casa tratando de llamar tu atención y despertar tu hambre dormida. Me miras y bostezas. Te rascas la piel como si un escalofrío te hiciera roncha. Bajas la mirada. Siento que a una de mis mejillas se le cae un pedazo. Está en el suelo. Parte de mi rostro está tirado cerca del mueble donde como pereza duermes.

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Hablo horas como una loca, mientras lees el periódico y tapas tu rostro. Detrás de las hojas de papel, tus ojos descifran la crónica de una mujer estrangulada por su marido con una corbata roja que le regaló ella un día de los enamorados. Y yo sigo hablando ajena a ti y a tus pensamientos que vagan por el guardarropa, donde no hay corbatas ni cinturones.

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Mi voz te trepará todo el día, tratando de inventar un rostro al que estás acostumbrado. Sonámbula soy, una llama de extremo a extremo, y busco entre los rincones de la casa un pájaro que picotee mis senos. Mi cicatriz ancestral ha comenzado a echar una baba espumosa y gris. Soy una suicida que se acerca nuevamente a ti buscando consuelo a la orfandad de mi gruta.

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En la noche sigo en el mismo rincón y con las mismas moscas, mientras tú reposas en el sillón soñando con corbatas rojas sin darte cuenta que desde hace tiempo mi cadáver está tu lado.

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS