Conversaciones de Bar: Amores y Posesiones

En una esquina de una calle del centro de alguna ciudad hay un bar, en donde los extraños coinciden para desconocerse un poco más.

Gabriela y Roberto llegaron a horas distintas, y entre tragos y boleros coincidieron, para así terminar explotando sobre amores y otros pasajeros.

En el fondo se cantaba Cuando Ya No Me Quieras, de Tito Rodríguez.

Roberto se fuma un tabaco, mientras que Gabriela toma el décimo octavo shot de Cocuy, para derramar.

Gabriela: Me enamoré de una persona de esas que duele imaginarlas con alguien más.

Roberto: Pero es que al fin y al cabo esa persona no es tan especial, el problema radica en que a todos nos han inculcado esa dependencia entre relaciones que nos hace crear millones de escenarios para sufrir si esa persona no llega a depender tanto de nosotros como nosotros dependemos de ella. ¿Si me entiendes?

Gabriela: Bueno, pero es que tiene que ser así. Las parejas se consolidan en el respeto mutuo.

Roberto: Claro, pero una cosa es respeto y otra posesión. Últimamente todos están diciéndole a sus compañías “Eres mía” o “Mío” según el caso, lo cual es bárbaramente falso. Aquí nadie es de nadie, y nadie debe rendirle cuentas a nadie.

Gabriela: Ese es un simple gesto de cariño.

Roberto: No, es mucho más. Igual afecta. La mejor parte de mi última relación comenzó cuando dejamos de usar adjetivos posesivos, cuando dejamos de vernos como objetos de compañía. Simplemente éramos dos personas libres que decidían compartir el uno con el otro. No existía ningún compromiso balurdo y absurdo.

Gabriela: Entonces ¿qué sentido tiene? Es lo mismo que tener un culo.

Roberto: No me estás entendiendo. Se trata del sentimiento, sumado con la libertad, pues siempre es necesario ese equilibrio.

Gabriela: Pero ¿cómo aseguras la fidelidad de la otra parte? Uno necesita seguridad.

Roberto: Si, pero seguridad en ti mismo. Ese es el problema, vivimos buscando respuestas a nuestras preguntas existenciales en la vida de los demás. No puedes asegurar la fidelidad, y ¿qué carajo importa?

Gabriela: No puede ser que te dé igual que alguien juegue contigo.

Roberto: Aquí nadie juega con nadie, y en tal caso ¿qué carajo importa? Las personas siempre se están haciendo preguntas cuyas respuestas no quieren saber, además todos nos engañamos con lo que más nos parezca. Lo más importante es hacer del momento con esa persona, el mejor momento de tu vida. Aquí nadie pertenece a nadie, así que simplemente toca valorar ese momento que ambos decidieron compartir, que es el mejor regalo que alguien te puede hacer. El verdadero Pare de Sufrir ocurre cuando dejamos de pensar en cosas ajenas como nuestras, cuando nos desprendemos y nos conocemos, cuando dejamos de aferrarnos a convenciones culturales y comenzamos a dudar sobre lo que realmente queremos.

Gabriela: De verdad que eso suena muy interesante, pero es una lástima que yo esté como estoy, porque sé que no lo recordaré mañana.

Roberto: Da igual, en algún momento soñarás con esto, y habrá valido la pena comentarlo.

Gabriela: Sí, seguramente. Cambiando de tema, ¿qué te parecen los tigres de bengala como mascotas?

Y así, nuestros personajes siguieron divagando por una errante conversación durante toda su estadía en el bar. Al día siguiente ambos seguían siendo unos completos desconocidos, y eso estaba bien.