Un nuevo cumpleaños. Colección "Relatos Cortos" No. 8

El tono musical de su móvil, con sus intransigentes repeticiones, sacó a Julián de los labios de Maty. Su pareja desde hacia una semana. Giró sobre sí mismo, con el malestar que cualquiera se puede imaginar ante semejante evento, para apagarlo, pero...¡era Ángela!, su madre. Hizo un esfuerzo para despabilarse y poder hablar con coherencia. 

- Sí, mamá. Aún medio dormido, pero no te preocupes.

- Gracias, gracias- ante el canturreo del Feliz cumpleaños que llegaba desde el otro lado. 

- Sí, eres la primera en felicitarme. Yo también te quiero. También te extraño.

- Sí, jajajaj, seguiré durmiendo. Te llamaré más tarde. Un beso.

Inoportuna, tu madre -susurró Maty, pegándose nuevamente a él-. Interrumpió la celebración, jajaja.

Julián respondió a las caricias y se dejó ganar por la intensidad del momento, brevemente interrumpido por  la llamada, que había sido inoportuna, pero grata. Pronto llamarían los demás. Maty estaba llenando un vacío en su vida. Amor, no había. Convivencia, desde hacía una semana. Es agradable y caliente - pensó, dejando escapar una risita.

- ¿De qué te ríes? - preguntó Maty, levantado la cara para mirarlo a los ojos.

- De ti. De tus cosquillas. Tus besos locos. Tus... ¡originalidades!

Ahora la carcajada fue de Maty, recordando la expresión con que se había referido a unos jueguitos que  le gustaron.

Ya avanzada la tarde, liberada su mente de los agobios del trabajo, Julián dejó volar su imaginación a su hogar materno. La casi religiosa celebración de los cumpleaños, con la infaltable torta casera aun cuando no hubiese invitados. Fue una época hermosa. Los buenos recuerdos superan a los malos. En su rostro se dibujó una sonrisa. Si ellos supieran cuanto bien me hicieron sus llamadas. Años de indefinición, de sentimientos ahogados, de luchas internas no confesadas. Hablando de cualquier cosa, sus palabras me decían: Aquí estamos.

Julián había emigrado, como muchos otros, de un mundo frustrante, buscando un nuevo espacio. Casi adolescente, sin conocidos, con el dinero contado, pero con un ancla muy firme en los afectos inmensos de un hogar imperfecto, por lo humano. Aun pasando penurias, nunca las contó al otro lado y como hombre fuerte, cuantos sollozos se había tragado. Ahora en su adultez,  en su 28 cumpleaños, auto aceptándose,  estaba comenzando  realmente a vivir, tenía su mundo lleno, con un área vacía. ¿La llenaría Maty?  No lo sabía. Mateo Mendieta era noble y solitario igual que él, pero más alegre y con mayor capacidad para disfrutar la vida.