El amor...

Eran momentos de soledad donde al atardecer salía frente a la casa a ver, solo a ver…
Una noche de tantas, asomada en la puerta de la cerca, debajo de la luz eléctrica, vi su altura, sus hermosos cabellos rubios y su imponente personalidad…
Me fui acercando y le estiré mi mano, dijo que percibía la mía muy suave… y me encantó su tono de voz…
Hice conciencia del sujeto, de caminar masculino, de mirada de mar… no, de esmeraldas… y dejé que me envolviera en su gentil trajinar…
Muchas noches de frescura, cigarrillos y solo hablar, fueron acompañando cada día nuestro andar… No hubo citas, no hubo amor, no hubo un comenzar…
Fuimos añadidos a nuestras vidas de pronto, una noche no estábamos y otras, muchas otras, existíamos mutuamente…
Así pasa, recuerdo la primera vez que entró en mí, caminábamos por las calles brillantes, frescas, me tomó de la mano, apretó mi cintura, dobló su cara por la altura y besó mi boca… Me empujó hacia un árbol que estaba esperándonos en la obscuridad, metió su mano por mi falda, acarició mis nalgas, tocó mi centro vital…
Recuerdo que en el mundo solo existía ese lugar, ese pedazo que tengo entre las piernas, sentía, sentía, sentía, con su tocar… Bajó mis pantaletas y la ocultó en un lugar, se sentó en un tronco caído, bajó su cremallera y lo sacó, duro, palpitante, chorreando, sediento… Me puso de espaldas, y no dejaba de tocar, ese botón brincaba de manera muy especial y mientras frotaba con ágil voluntad, al sentarme sentí inundado mi lugar, de algo inmenso que me hizo temblar….
Frotaba y penetraba, frotaba y penetraba y yo subía y bajaba y me sentaba, respiraba, Dios!, como me tocaba¡… cómo me hizo explotar… esa combinación tan perfecta, que por primera vez yo solía experimentar…
Nos levantamos, volvimos a caminar al sendero iluminado, como si nada pasara, solo mis piernas temblaban y un tibio líquido bajaba por mis muslos, como huella bendita de su orgasmo final…
Recuerdo… que así fue el comienzo de un amor tan real…
María Leonor González Sánchez