Las Penas de un Soldado.

En unas tierras lejanas, vivía soldado muy fiel; en ese lugar silvestre de cuyo nombre sus familiares y amigos, no querrán acordarse nunca jamás. Era un apartado campamento del ejército patrio, estaban acantonados en las estribaciones de la sierra, con la misión de salvaguardar la tranquilidad de la región. Después de tres meses de adiestramiento y formación miliciana en una tarde soleada con la solemne ceremonia militar, hizo el juramento de bandera de lealtad y respeto a la patria.

Al evento no pudo asistir ningún familiar por lo distante que estaba de su tierra natal, allí se mantenía acampado con la misión de custodiar la vida y honra de sus compatriotas. Lo tenían en ese cuartel casi aislado, sometido a rígidas reglas castrenses, sin derecho a permisos; poco le escribían, por esas razones y la dureza de la disciplina muy triste vivía. De allí casi no salía, era un militar de rangos bajos, carente de relaciones y poder. Dicen que su reclutamiento fue forzoso, flagrante violación a los derechos humanos, igual como lo hace la guerrilla.

Lo capturaron después de una larga persecución: tumbando cercas, volando patios y paredillas por la calles del caño, el Hato, casi llegando a su escondite por los lados de la huerta del viejo Elías, En una noche cualquiera y calurosa; los soldados aparecieron sorpresivamente y rodearon los únicos billares que habían en la recóndita población, frente a la caja agraria y diagonal a la Farmacia Santa Marta (Billares La Casona). En medio de la agónica huida, brincó por encima de la mesa de billar donde Ulisito Peñaloza y Alfonso Mejía, rodeados de un tumulto de apostadores, se enfrentaban en una reñida partida de carambolas: le dio un empellón al recluta que custodiaba la puerta del patio, apresurado corrió en desbandada con otros muchachos. Antes de iniciar la huida, oyó a sus espaldas la voz naufraga y agónica del coime que mientras acomodaba unas bolas de la buchacara, alcanzó a gritar:

---- ¡Pilas que están cogiendo pa el cuartel!

Iban pasando los días, solitarios y melancólicos, el muchacho vivía muy triste, ya tenía más de seis meses en el centro miliciano, no lo dejaban comunicarse con nadie de sus gentes, ni mucho menos ver a una novia que tenía. Cada noche antes de dormirse sacaba debajo del colchón del camarote, la foto de una joven mujer de hermosos y grandes ojos cafés, nariz mediana y el brillante candor de su sonrisa, la joven tenía las cejas pobladas y la piel acanelada. Con devoción le rezaba una oración y le juraba en su mente atribulada amor eterno a la hermosa chica de bellos rasgos latinos.

---Amor mío te juro que te amare toda la vida. ---decía con devoción el joven recluta.

Sin dinero y sin influencias con sus superiores, no le permitían embriagarse como lo deseaba para disipar las penas, anhelaba una fogosa parranda de esas que lo mantuvieran inerme en las profundidades etílicas y sumergirse en el túnel del olvido. Para que le anestesiara el alma y lo fortaleciera para poder enfrentar aquellos malos momentos que día a día le hostigaban las entrañas, removiéndole cada mistura sensorial al recordar los hermoso instantes vividos con su querida novia.

Anhelaba cualquier bebida de licor, quería estar embriagado, pero no podía porque no le daban ron, le tocaba pasar el dolor a palo seco, sin que nadie le escuchara para desahogar las penas y aliviar las amarguras que le flagelan el corazón; tampoco lo dejaban tomar tragos de licor para mitigar la ansiedad. Muy triste vivía en el cuartel sin saber de su novia, en cada anochecer tomaba una vieja guitarra dejada en el cuartel por algún combatiente ya muerto que más nunca volvió. Mientras cantaba verso de amor, al mismo lloraba. Enormes lágrimas salían apresuradas por sus pequeños ojos negros. El miliciano piel morena, cabellos crespos al rape, nariz mediana y músculos discóbolos, recordaba aquellos hermosos tiempos de muchacho cuando solía pasear con sus amigos y su novia por la muralla de su terruño de pescadores. Recordaba las noches de caza con Lucho el pato, por los lados de Pisabarro, el Capao y Caño Piedra.
Ese día jueves de lluvia, lo levantó muy temprano la trompeta anunciando la llegada de la Diana, sorprendido y regocijado escuchó al teniente llamándolo por su apellido.

---Soldado Perez. –Grita el teniente Rojano.

--- Si mi mayor, presente. ---Responde el soldado en posición firme, la mano derecha en la sien pegada al quepis y el rifle en la izquierda apoyado en el suelo.

--- Al romper filas pase por la oficina que le tengo buenas noticias, -–dijo el superior vestido con un uniforme verde oliva y unas insignias brillantes en los hombros.

Al llegar a la oficina del teniente espero por un largo rato, después lo dejaron pasar, cuando entro observó que al superior que estiró la mano para entregarle un pedazo de papel, emocionado se retiró rumbo a su camarote, se sentó en el tiesto militar, con visibles afanes abrió el sobre blanco, al mirar el papel pudo ver que su novia le escribía, diciéndole que el sábado se podía encontrar con él.

---Amor, hable con mis padres y me dieron permiso para ir a visitarte, llego el sábado.

Sus ojos brillaron de emoción imaginándose al amor de su alma entrando al cuartel, por el retraso del correo la chica casi llega junto con la carta, después de leer la misiva de su amada, acudió a donde sus superiores, hablo con el coronel para que le diera el permiso, pero el superior le dijo que ya no podía salir y tenía que preparar el morral porque lo habían traspalado.

---Lo siento muchacho, usted ha sido trasladado para los montes de María en Bolívar. -–le dijo el comandante con el rostro muy serio.

---Pero mi coronel, es solo por un día, yo me incorporo al otro dia. ---Dijo el soldado con la voz quebrantada y suplicante. La respuesta del superior fue tajante e impiadosa y sin dejar una posibilidad de insistencia.

---lo siento soldado Perez…ahora retírese. ---ratificó el coronel con voz parca y sin emociones en el rostro redondo trigueño, nariz fileña y mirada parda profunda.

Quedo tan triste el soldado que ni siquiera insisto, su cuerpo se estremeció mientras sus ojos lloraron. En silencio se retiró a su camarote, debía preparar sus cosas para partir a nuevas tierras asediadas por las guerrillas, en su mente solo estaba la imagen diáfana y excelsa de su amada Margarita. La partida para las montañas Bolivarenses estaba programada para esa misma madrugada, los tres convoyes saldrían a eso de las tres de la mañana, la caravana partiría a esa hora para despistar al enemigo que asedia en la vía sembrando las temerosas minas quiebras patas.

Con la esperanza perdida el muchacho salió entonces, desafiante decidió que no se iría sin ver a su amada, había esperado mucho tiempo por ella y no iba a renunciar a esa posibilidad después de estar esperando por ese momento. Resolvió esperar la noche para volarse del cuartel, con su mente ofuscada hablaba en un monologo inentendible.

---No me iré sin verla…así me cueste la vida, porque yo nací para ese amor. ---Eran las reflexiones melancólicas de aquel muchacho aturdido con el flechazo de cupido.

Era muy duro para él marcharse para otras tierras, dejando a su compañera con la sensación de que más nunca la volvería a ver, sentía un amargo presentimiento que le embargaba de tristeza su sufrido corazón. Mientras meditaba sobre la fatal decisión, recuerda su vida de niñez, las noches de pescas con sus hermanos en el río grande de la Magdalena, actividad que asumió después que los paramilitares acabaron con la vida de su viejo, lo mataron acusado de colaborador de la guerrilla; recuerda las tardes cuando solía jugar con los amigos en el playón de fútbol en san Pedrito y el Hato, aferrado a la esperanza de ser rico.

Irónicamente tenía que partir a integrar al pelotón del ejército nacional que en esas montañas se uniría con los Paracos para luchar contra las guerrillas allí asentadas. Por la tarde se pasó tocando la vieja guitarra entonando versos melancólicos de algunos poetas vallenatos de su región: Gustavo Gutiérrez, Rosendo Romero y Fredy Molina.

La noche empezó a caer muy silenciosa y oscura, el muchacho se echó el morral a sus espaldas y empezó a deslizarse entre los matorrales circundantes del cuartel, sabía que su informe de camuflaje le ayudaría a burlar la guardia que acaba de hacer cambio en las garitas de vigilancia, al deslizarse frente a uno de los puestos ubicado en la parte trasera del batallón, repentinamente el centinela se percata de su deserción y le grita en voz alta:

---Soldado alto ahí, alto…alto. ---Le gritó el centinela en tres ocasiones con el rifle apoyado en el hombro derecho en posición de ejecución.

Pero él cometió la locura de salirse muy temprano, no escuchaba la voz de su compañero de combate, el centinela obligado después de gritarle, tres veces le disparo y el soldado cayo entre la hierba fresca, sangrante con la mirada nublada y ya casi muerto digo.

--El que nació de un cariño, por un amor se murió.