De uniforme llevo mi cara que luce diferente frente al espejo
cuando, en mágico histrionismo, dibujo una sonrisa inventada.
El alegre blanco antifaz cubre la depresión salpicada de rojo,
nada que un ajuste en el cincel de mi oficio no disimule.

y yo soy uno de ellos,
el mayor fabricante de felicidad ajena...
me gusta como suena, pero no como se siente...

No obstante, el deber moral
me obliga a esculpir tu ánimo
para que en cada función
te rías, me sonrías
y te olvides del cruel mundo que te lastima,
porque el dulce sonido del aplauso resta
todo lo que suma el bullicio de mi depresión.

Estoy triste, así es, pero es mayor mi responsabilidad con el mundo...
Me tejo, me lijo, me maquillo, me coso y vuelvo a pisar el escenario
¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bien por mí!

Viajo a la par de mis alaridos,
me alimento engullendo cúmulos de soledad,
mientras adopto permanentes máscaras
frente a las luces, cámara, acción.

Ellos solo logran observar mi euforia reinante
cuando drogado de alegría ajena, subo al podio.
Ellos no ven cuán roto y remendado voy rumbo al micrófono
y tú tampoco ves y no me refiero al talento,
sino al sacrificio de esta colección de antifaces
que voy repartiendo al público para contagiarlo
de la energía que luego, en casa, estando solo,
me falta y reemplazo cosiéndome con algún vicio.

¡Bravo, carajo! ¡Bravo! ¡Bien por mí!
Estoy orgulloso de lo que he logrado en ustedes,
que son felices, sonríen, me admiran
pero no ven lo que mis demonios
están haciendo por mí...

_{Imagen de Hanny Naibaho en Unsplash}