UNA HORMIGA EN LA TIERRA

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Un día relajado. El tiempo abundante, elástico…listo para ser derrochado. Un niño camina y se sienta sobre el grijo.Un camino precario, rural, calenturiento. Por sus piedras se deslizan luciones y culebras, alguna que otra rata. Siempre animales no muy ofensivos, listos para atacar sin grandes peligros.

De pronto, los ojos se cruzan con la tierra. Es una tierra húmeda, esponjosa, mullida, trillada por las manos de mil lluvias. Su tacto es pegajoso. La suciedad, queda asida a las manos como la vergüenza pegada al alma. Entre sus trazos, diminutos seres van asomando la raíz y el hocico.

Vemos algunos tallos, exiguos, diminutos, troncos de los que nacerá vida y embriones de donde saldrán frutos. Su color es amarillento, pues debe pasar sed quién alimenta al tallo.

Si aguzamos más la vista, aparece algún que otro invertebrado. Seres miserables, minúsculos y tal vez ridículos. Los niños gustan de aplastarlos, pues la inocencia nunca es obstáculo para la crueldad y la malicia. ¿Qué pensarán los insectos? Seas miriápodo o saltamontes, la vida parece simple, aburrida…dominada por la inercia.

Nunca preside la mesa la dignidad.

Poco a poco, sus cuerpecillos van horadando la tierra, transformando el ambiente, enriqueciendo el suelo. Como en una gran fábrica, los pequeños trabajadores mantienen viva la producción. El mundo es esa fábrica. Con sus comensales y camareros.

La humedad tiene algo de mística. Como una lapa, se pega a los bronquios, haciendo acoso del acto de respirar. Sin embargo, una vez esquivados sus desagradables lametones, transporta a un mundo de pureza, alejado de los hornos de asfalto y las pasiones humanas. Rica en melancolía, ávida de relajación.

Por supuesto, para tales éxtasis es precisa una buena dosis de soledades.

Otra tierra, otra vida. A veces la tierra es seca, pobre en agua, y por aquí pululan pequeños lagartos de sangre fría. Entre los grijos, vemos correr huidizas a las lagartijas, pequeñas algunas, nacidas de sus cascarones, y rápidas otras, premiadas con la agilidad del espabilado. La aridez no da al cuerpo paz, sino dureza. Su sol, monarca poderoso, preside los amarillentos lugares, recordando al labriego que el mundo no es tierra para la paz sino para la labor continua.

Los pensamientos, simples y profundos.

Un matorral, seco y destartalado, hizo caso omiso de los consejos del ambiente. ¿Su destino? Yacer arisco y lóbrego, devorado por los pájaros y siempre solitario, en mitad del ambiente.

La soledad va copando los pequeños desiertos. Un remanso de paz, también de histeria. El agua, dormilona ella, se ausenta perezosa de estas tierras, gustando de otros rincones más amistosos.

En todos ellos hay, hormigas en la tierra.