SABIDURÍA

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Como buenos acosadores, a todos nos gusta perseguirte. Eres una dama complicada, esquiva, nada facilona. Hay veces que engañas, y cuando uno cree atraparte, te escurres como sardina en tierra.

Tus pretendientes son muchos, aunque pocos brillantes. Rechazas a los más que, ilusos, creen tenerte entre sus manos.

Con sus lenguas presumen y vociferan, escupen falso veneno que les hace ridículos a ojos de entendidos. Otros, más despiertos, saben que eres bien lejano, difícil de alcanzar sin trabajo y esmero.

Tu verdad es inalcanzable.

Gustas de vender humo, y con ello, atraes a verduleros y mercaderes de las letras. Vociferan tus virtudes, más acostumbran a prostituirte y reírse de tus bienes. Muchos son los que te adulan, pocos, realmente, quiénes te buscan y alaban.

Hacen ignorantes prisioneros, creyentes de visitar el cielo cuando en verdad los tienes encarcelados. La ignorancia, como la arena de una playa o el agua de los océanos, es mercancía infinita, barata y devaluada por lo abundante. Es sin embargo, dorada y travestida y disfrazada con falsos oropeles que la hacen parecer escasa, sabia y valiosa.

Muchos ingenuos, entusiasmados por el ansia de tenerte, hipotecan sus horas y sus días, en una persecución inútil en espera del día que nunca llega. Eres una sombra, una mancha etérea dibujada en las imaginaciones, un contorno voluble que uno acaricia en el horizonte.

La mente y sus prisiones.

Justo en los momentos finales, cuando el árbitro acaricia el silbato y la muerte afila la guadaña, un haz de luz se presenta ante nosotros. Es la revelación antes buscada, esa fuente de los anhelos antaño siempre pervertida. ¡La sabiduría! Por fin ante ti, que con goce enfebrecido la agarras. Poco duró el entusiasmo, pues la alegría expira y caduca al instante, como un don de la naturaleza acosado por la misma.

Sabiduría, ¡Qué engaño! Dama ramera que arrastras a los locos por el lodo. Madre de todos los desaprovechados y compañera de boca de aquellos ignorantes.