LA POESÍA EN LOS TIEMPOS DEL BIG DATA

Quizá es que estoy pelín desconectado del ambiente, pero creo que hoy ser poeta es algo raro. No imposible ni extravagante, pero sí raro. Es más bien cosa del siglo XIX, con cafés bohemios, olor a absenta y tifus en las ciudades. En los tiempos post-asbesto, de ciudades asépticas y desinfectadas, la poesía aparece desterrada con alegría. La ciudad se purga de sus sombras, como el cloro purifica las piscinas públicas.

No hay belleza en los gráficos.

Hoy la economía lo gobierna todo. Los datos son la nueva religión y uno debe adorarlos. Un buen gráfico, sea circular o de barras, es la explicación incontestable a todos los problemas de la vida. Sus conclusiones no admiten discusión y nada escapa a su superficie. Todo está medido, regulado y controlado.

La belleza sustituida por ciborgs.

En este contexto, nada irracional queda flotando en el aire. Las conclusiones deben estar atadas y bien atadas, sin dejar resquicio a la duda. La literatura, en este ambiente, sangra por los cuatro costados, pues donde no hay duda, belleza ni imaginación, no pueden eclosionar los huevos de la creación.

Los misterios se han disuelto en la ciencia. En los cielos, no vemos más que cumulonimbos y un conjunto de reacciones fabricantes de lluvia. La ciencia al rescate del hombre. Dispuesta a dar cuchillo a la incertidumbre. No serían hoy posibles, las leyendas de los males, ni los enormes imaginarios que pueblan nuestra historia y construyen la cultura.

Resumiendo: no hay poesía en la asepsia. No hay misticismo en las neveras inteligentes. El mundo, desprovisto de misterios e ideales, yace muerto en el pragmatismo nihilista. Se apaga la llama de los héroes y se oscurece el pasillo de la leyenda. No hay nada que ver aquí.