Noruega
Ese día hacía mucho frío y ambos estábamos temblando demasiado. Era una temporada difícil, económicamente hablando, y yo la estaba pasando muy mal, pero aún así Noruega no se apartó de mi lado. Íbamos en metro hacia la casa de sus padres, los cuales nunca me habían dado su aprobación. El frío resultaba ser un poco insoportable.
— Ya quiero llegar a casa y preparar café —dijo Noruega.
— Yo quiero llegar y esconderme, pues tu padre no me quiere mucho que digamos —le dije sonriendo.
— Sí te quiere, tonto. De no ser así, ni siquiera te dejaría entrar a la casa, pero por alguna razón te quiere.
— Cómo me gustaría creerlo. Tus padres no me quieren porque has cambiado tu personalidad gracias a mí.
— No he cambiado por nadie, es más, ni siquiera he cambiado mi forma de ser.
— Sí lo has hecho, pues ahora no te maquillas.
— Dijiste que te gustaba más sin ir maquillada —dijo bajando la cabeza.
— De hecho —le dije mientras levantaba su barbilla con mi mano— me gustas cuando acabas de despertar, cuando sueles formar un alboroto porque mis cosas están regadas por el suelo, cuando llego tarde y te pones malcriada, cuando estás durmiendo y te mueves como si estuvieses en una guerra, e incluso, me gustas cuando no dices nada y tus miradas son las que hablan.