Príncipes & Princesas

in #spanish6 years ago

Una amiga me dijo un día «no existe el príncipe azul».

Me quedé muy intrigado porque ella lo dijo muy convencida. Tras pensarlo unos minutos, le respondí que «el príncipe no existe en su sentido literal pero sí como arquetipo».

Como ocurre con todo arquetipo, se puede sintonizar con él para, de ese modo, fomentar que tienda a ser predominante en la conducta. En este contexto (el de la simbología de los cuentos infantiles), los hombres podemos sintonizar con tres arquetipos. Ninguno es absoluto, todos están presentes. Sin embargo, hay uno que tiene primacía, el que rige sobre los otros, que están presentes pero son inferiores en influencia.

El arquetipo normal (o neutro), es el del “campesino” o “granjero”. Si ese arquetipo toma las riendas de la vida de un hombre, tendrá una existencia relativamente apacible, monótona y apegada a los frutos materiales.

El arquetipo negativo (o inferior) es el del “ogro”. Si ese arquetipo dirige la vida de un hombre, tenderá a la destrucción, tanto de la vida propia como la de quienes le rodeen. No será una vida monótona, desde luego, pero será desgraciada y tormentosa, enfocada únicamente a ejercer su poder personal sobre otros.

El arquetipo positivo (o superior) es el del “príncipe”. No se conforma con el destino del campesino y abandona “la granja”. Es entonces cuando se encuentra con el ogro. En ese momento, puede volver a la granja y seguir con su vida apacible o enfrentarse al ogro, a quien debe vencer si quiere conquistar “el trofeo”, que puede ser un tesoro, un elixir, una espada mágica, etcétera, que en resumidas cuentas y expresado en términos poéticos consiste en lograr ser «capitán de su alma y dueño de su destino».

Un ejemplo del campesino que no se conforma con ese destino lo representa Luke Skywalker (el aprendiz de Jedi, protagonista de la primera película de Star Wars). Abandona la granja de su planeta natal y combate al “reverso tenebroso de la galaxia”. En la versión clásica, el ejemplo del príncipe que mata al ogro lo representa San Jorge matando al dragón.

Lo habitual es que los hombres sintonicemos con una mezcla de “campesino-príncipe” que ni es una cosa ni la otra. Este “arquetipo dual” se extendió a partir de los siglos XV y XVI. (Antes, en las sociedades de la antigüedad y el medievo, el predominante era el campesino-sumiso). Miguel de Cervantes tuvo la genialidad de expresarlo magistralmente en su obra, con la dualidad “Quijote-Sancho”, caballero-campesino, que revela ambas sintonías bastante bien armonizadas y las situaciones divertidas que surgen del contraste entre ambas.

Actualmente, también es bastante frecuente que algunos hombres se queden basculando entre el ogro y el príncipe. Son hombres capaces de lo bueno y de lo malo con mucha intensidad en ambos casos. Es común en la adolescencia. Si persiste en la edad adulta se agudiza y la psiquiatría lo llama “síndrome bipolar”.


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En las mujeres se dan los mismos arquetipos. La “campesina” (o “Cenicienta”), sencilla, obediente, laboriosa, es el arquetipo convencional, el que se espera “tradicionalmente” de una mujer. La “Bruja Malvada”, más refinada y sofisticada, es la destructiva y cizañera. Y “la princesa” es el arquetipo elevado o superior, el que permite desarrollar la plenitud femenina.

Estos arquetipos se encuentran muy bien desarrollados en los personajes femeninos de la película El Diablo se viste de Prada…


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En el caso de las mujeres, la princesa no tiene que “matar a la bruja malvada”, simplemente “desterrarla” una vez ha logrado “alcanzar el trono”.

Así pues, los cuentos que narran la aventura del príncipe que mata al ogro o la princesa que destierra a la bruja están preparando a los niños para esa lucha interior, que es muy real, nada fantasiosa.

Todo niño sabe que es un príncipe y toda niña se siente una princesa. Y eso es muy cierto ya que durante la niñez sólo existe esa posibilidad. Los otros arquetipos aparecen después, en la adolescencia (ogro-bruja) y juventud (campesino-cenicienta).

Por eso, cuando una mujer se refiere a su hijo como mi príncipe o a su hija como mi princesa está expresando una gran verdad.

Estaría bien que en la vida adulta no se perdiera la aplicación práctica de la riqueza simbólica contenida en los cuentos infantiles. Es curioso observar que “adulto” y “adulterar” son términos que comparten la misma raíz semántica. Así pues, el lenguaje nos dice que quizá algo se empieza a adulterar, deteriorar, cuando abandonamos la niñez.

Otro día, quizá explique el simbolismo de la princesa que besa al sapo y lo convierte en príncipe, o el de Blancanieves y su vida con los siete enanitos, que son los siete pecados capitales, a quienes consigue transmutar en siete virtudes...

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Muy interesante. También le invito a visitar mis publicaciones. Saludos!

Gracias! Me pasaré a verlas... :)

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