El misterio de la cabaña (relato original).

Elena y Martín eran una joven pareja con cinco años de casados, pero que durante el último año su matrimonio habían sufrido ciertas bajas: después de someterse a ciertas pruebas médicas, Elena descubrió que nunca podría quedar embarazada y eso la sumergió en una gran depresión por lo que poco a poco se fue encerrando en ella misma y utilizaba su trabajo como medio de distracción para olvidarse de aquellos obstáculos que la vida había decidido imponerle, esto causó que las bases de aquel matrimonio se agrietaran y que aquella pareja fuese distanciada por una gran brecha.

Martín estaba decidido a no lanzar su matrimonio por la borda, amaba a su mujer y tenía la seguridad de que podrían superar todo aquello, así que en uno de sus tantos intentos por rescatar la relación decidió alquilar una bonita cabaña en el pueblo donde vivió toda su niñez. Dado que el pueblo estaba rodeado de bonitas montañas y bosques increíbles, su turismo se basaba en las actividades al aire libre: senderismo, escalada en roca…y ya que realizando actividades de ese tipo fue que la pareja se conoció, Martín vio como una buena idea realizar actividades que a ambos les gustara para así entonces poder recuperar la conexión que durante su época de novios y principio de casados ellos tenían.

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Llegaron a aquel pueblo un Viernes al mediodía para en seguida encontrarse con el dueño de la cabaña para que éste pudiera entregarle las llaves de la misma, conversaron un rato con él y antes de despedirse aquel señor les dio a la joven pareja una indicación bastante clara:

No se vayan a dormir a altas horas de la noche, lo conveniente es que lo hagan antes de la media noche. Apaguen todas las luces y cierren las puertas y ventanas. Estaré de viaje fuera del país durante unos días, así que si tienen algún tipo de incoveniente pueden comunicarse con mi esposa.

El resto de la tarde transcurrió bastante tranquila… la pareja fue a almorzar a un restaurant bastante bonito en el casco histórico del pueblo, recorrieron el pueblo visitando lugares característicos de él y cuando creyeron conveniente decidieron ir a la cabaña a acomodarse y a preparar las cosas para el día siguiente de excursión. Al llegar la noche, ambos se sentía nerviosos e intranquilos, había pasado bastante tiempo en el que no compartían tanto tiempo a solas y el sólo hecho de encontrarse en aquella cabaña alejados de todas las responsabilidades que implicaba la cotidianidad de la vida los hacía caer en un silencio incómodo, de esos que se crean cuando recién conoces a una persona y no sabes de qué hablarle. Esta vez fue Elena la que rompió con aquel silencio y entre palabras, besos, abrazos y risas no forzadas las horas fueron pasando. En medio del momento de pasión que se dio después de sus conversaciones, Elena recordó la extraña indicación del propietario de la casa y entre cada beso acalorado que su marido le brindaba, dijo: “Martín, ¿qué hora es?. Recuerda lo que el Sr. Melendez nos dijo”. Y como si de palabras mágicas se trataran, justo después de Elena hablar las luces de la habitación parpadearon y el terrible sonido de como si hubiesen derribado una puerta, los impresionó. 12:35 marcaba el reloj.

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—¿Qué ha sido eso? –preguntó una asustada Elena. Martín se levantó rápidamente de la cama y corrió a mirar por la ventana, no había señales de que estuviese ocurriendo algo fuera de lo normal en el exterior de la casa. El hombre se vistió rápidamente y le anunció a su mujer que iría a ver que fue aquel ruido. Las luces parpadearon de nuevo. Elena, más asustada que antes corrió a detener a sus esposo, suplicándole que no la dejara sola. Ahora un sonido distinto, que estaban seguros que provenía de la planta baja de la casa los hizo temblar: fue como si todos los vidrios de las ventanas hubiesen sido quebrados, fue como si los platos, vasos y ollas de la cocina los hubiesen lanzado hacia el piso ocasionando un gran estruendo. Martín buscó su pistola en el fondo de la maleta, no había duda de que alguien había irrumpido a la cabaña y fuese quien fuese no iba a permitir que nada malo le pasara a él y a su esposa. Unos fuertes pasos y el sonido de unas cadenas siendo arrastradas por la madera de las escaleras hizo que Martín le quitara el seguro a su arma, mientras que Elena se aferraba con miedo al dorso de Martín.

Las luces parpadearon de nuevo, el reloj se había quedado marcando las 12:35. Silencio total por una pequeña fracción de segundos y de nuevo el sonido de aquellos fuertes pasos acompañado de las cadenas, que se escuchaban cada vez más cerca. Oscuridad total, la luz se había ido por completo y en el momento en que la luz regresó lo hizo acompañada de un fuerte estruendo: la puerta se deprendió de sus bisagras, dejando ver a aquella figura que ocasionaba todo aquel estruendo y paralizando por completo el corazón de los cónyuges.

Los cuerpos fueron encontrados una semana después por un vecino de la zona que vio la puerta de la casa abierta de par en par y el vidrio de una de las ventanas rotas, el automóvil de la pareja seguía estacionado fuera de la casa. La policía realizó múltiples averiguaciones, nada de lo ocurrido tenía sentido comenzando porque para el momento en que fueron a hallados los cuerpos deberían de haberse encontrado en un estado avanzado de descomposición, pero más bien era todo lo contrario: los cuerpos se encontraban en perfectas condiciones y los médicos forenses no podían explicar tal hecho. Aquellos cuerpos eran unas completas estatuas humanas.

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La policía no halló ningún tipo de rastro, nunca se supo como aquella pareja de esposos terminó en esa casa, no había pistas ni huellas de ningún tipo y lo único anormal era un vidrio roto y la puerta de la habitación despojada de sus bisagras, la casa no se encontraba a nombre de ningún propietario y las últimas personas en habitar la cabaña había sido una anciana pareja sin hijos, por lo que al morir ambos la cabaña pasó a ser propiedad del pueblo. El caso terminó de darse por cerrado una noche en la que tres policías se quedaron a cuidar la escena del crimen y a la mañana siguiente para sorpresa de todos fueron encontrados en una terrible situación: uno de ellos estaba muerto, reflejando en su rostro un terror absoluto mientras que su cuerpo se encontraba bajo las mismas condiciones en que fueron encontrados los cuerpos de Elena y Martín; los otros dos policías los encontraron vivos pero uno de ellos había perdido el sentido del habla y la completa movilidad de su cuerpo, mientras que el segundo había perdido la cordura y éste, en sus días posteriores justo cuando el reloj marcaba las 12:35 de la madrugada gritaba desesperadamente.

Nunca nadie podrá saber con exactitud lo que éstas personas vieron en aquella cabaña, los únicos dos testigos con vida quedaron en incapacidad de poder narrar de una forma coherente los hechos. La gente del pueblo comenzó a especular cosas después de lo ocurrido, como que todo se trataba de un ente paranormal oculto en las profundidades del bosque que se encargaba de absorber tu alma matándote por completo o sumergiéndote en un estado de incapacidad. Nunca existirá una persona capaz de explicar el terror que sus ojos puedan presenciar en esa cabaña justo a las 12:35 de la madruga, porque si alguien entra en aquella propiedad lo más probable es que no viva para contarlo.

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