Cuentos de Mariq: Mi ángel esclavo (Sexta entrega)

No tengo idea de cuánto tiempo estuve andando ni que distancia cubrí. En cualquier caso no me tropecé con nadie, ni un alma. La tierra esta sombría, silenciosa, apenas el clamor de alguna chicharra rompe con la monotonía. Absorta en mis pensamientos, divagando, hablando con nadie en la soledad de la montaña, escucho un ruido breve, lejano, es como si alguien estuviese peleando. Arrastrándome como una lagartija cubro la distancia hasta un claro y me escondo detrás de unas rocas. Desde allí contemplo un campamento en el que hay varias hogueras y unas cabañas rudimentarias hechas de adobe y hojas de palmeras. Cautelosamente comencé a acercarme tropezando con algunos cadáveres horriblemente mutilados. Me deslizo a rastras hasta estar lo suficientemente cerca para descubrir horrorizada de que se trataba todo aquello.

Ya está oscureciendo y decido acercarme mas amparada por la oscuridad, pasando por encima de otros cadáveres, siendo uno de ellos el de una mujer desfigurada. Es una mantuana que aún conserva su vestido de armadores con amplios encajes todo manchado de sangre, sus lindos piececitos los calza unos primorosos botines. Es apenas una niña remilgona que la sorprendió la guerra y le robó su inocencia. Superando el asco la reviso y entre los plieges de su hermoso vestido encuentro escondido un bolsito y dentro de el unas monedas de oro y plata, que yo tomo y me las escondo en mi pelo enmarañado, desgarro su vestido y me ato una cinta bien ajustada alrededor de las monedas. La dejé en manos de las moscas y gusanos que se están dando un festín.

De pronto la luna hace su aparición, está tan brillante y lucida como la luna de aquella noche en que mate a Bonifacio. Tan abstraída mirando una danza macabra que no siento unos pasos que se aproximan. Unas poderosas manos me agarran por el cuello, al principio pensé en mi angel esclavo, pero al voltear veo a un musculoso esclavo que alzándome me zarandea como una muñeca de trapo. Me susurra al oído obscenidades al tiempo que desgarra mi vestido. Comienzo a suplicarle: Hace días que no como nada, he recorrido muchos caminos sin encontrar algo que llevarme a la boca, si piensas en violarme al menos dame algo de beber. Le señalo mis pies hinchados con llagas purulentas. Sintiéndome cada vez más miserable comienzo a llorar. El parece conmovido por un momento y asiéndome por un brazo me arrastra hasta el campamento y me dice que me siente y espere.

A unos pasos de mí, un grupo de esclavos están afanados en un ritual que no comprendo. Un alarido agónico me hizo entender de qué se trata. No sé si el grito que salió de mi garganta era por lo que acababa de ver o por lo que le estaban haciendo a un blanco que tenían de rehén. Otra vez casi lance un grito al sentir por segunda vez que me toman del cuello y me obligan a ver a un lujurioso esclavo que está violándolo, con tal saña, que su cuerpecito tiembla tan violentamente que pareciera se fuera a quebrar en mil pedazos, es un imberbe, casi un niño. Su rostro, desfigurado por el dolor, no deja de mirarme suplicando que lo libere del suplicio. El esclavo ahíto de placer, violentamente lo tumba sobre una piedra y tomando una afilada estaca se la introduce por el ano con tal fuerza que le salió limpiamente por la boca. Solo un chillido se escuchó. Otro esclavo hizo algo aún más repugnante, lo volteo y lo abrió para sacarle las tripas y cortarle la cabeza para luego colgarlo en dos estacas sobre unas brazas ardientes, esa sería nuestra comida. Horrorizada pude ver que en algunas chozas había otros blancos amarrados y amordazados esperando su turno de ser comidos.

De cuando en cuando, le dan vuelta al cadáver para que se cocine bien. El olor a carne chamuscada satura el ambiente y nos sentimos contentos, al fin comeríamos hasta hartarnos. Ya está lista la comida, grita una de las esclavas, y todos nos abalanzamos a agarrar, desgarrar, destazar, para luego devorar la carne blanda y jugosa. Nunca antes había probado carne humana, pero en honor a la verdad es muy rica, de una suavidad como la seda y más viniendo de un niño. Comí hasta que me dolió la barriga y no me importó de donde venía. He descubierto con alegría que nada me importa mucho, esta guerra se ha vuelto tan salvaje e inhumana que si te pones remilgoso pereces sin remedio. El hambre recorre la tierra como una sombra venenosa que te roba la dignidad, la caridad, la compasión, anula la empatía por el otro, que se pierde bajo el flagelo de la guerra.

Este cuento es de mi autoría: @mariqyes

http://epoca2.lajiribilla.cu/2007/n333_09/333_01.html

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