Poner los cuernos o montar los cachos

in #spanish7 years ago (edited)

    Poner los cuernos o montar cachos es tan viejo como la humanidad. A los fines de estas líneas, me valdré de la segunda expresión, montar los cachos, como suele decirse en Venezuela.   

  ¿De dónde viene eso de montar los cachos? 

  El origen de esa expresión ha sido tema de discusión de académicos y eruditos, tal vez no por pura curiosidad intelectual; pero dejemos las suspicacias para otro momento. No se sabe a ciencia cierta si su origen está en la mitología griega o en la romana.

                                           

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  La versión griega, bastante documentada, es la siguiente: 

  La bella Pasifae, esposa del rey de Creta, Minos, se enamoró del toro que allí adoraban y tuvo con él un hijo, el famoso Minotauro, un ser monstruoso con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Y por eso los cuernos o cachos quedaron como símbolo de la infidelidad en el matrimonio. 

  Otra versión se le atribuye a los vikingos, los rubios y feroces guerreros del norte de Europa, de quienes se dice que se anticiparon a Colón por muchos siglos en llegar a América. Se cuenta que cuando un jefe vikingo se encaprichaba con una mujer casada, podía ejercer el derecho de pernada; vale decir, podía acostarse con ella. Entonces mandaba poner en la puerta de la casa de su elegida unos cuernos de alce o de venado. 

  Una tercera versión cuenta que Andrónico I Comnemo (1118-1185), emperador de Bizancio, era bastante licencioso (puyón, según el diccionario machista de Venezuela) y elegía sus amantes entre las esposas de los  dignatarios de su corte. Como forma de compensación regalaba al esposo cornudo una buena extensión de tierra y como símbolo de su nueva propiedad, el digno beneficiario clavaba unos cachos de ciervo en la puerta de su nueva residencia. Entonces, todo el que pasaba por allí podía saber a qué se debía su reciente prosperidad. 

                           

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El pecado de montar cachos 

  Los cristianos asociaron el Diablo a Pan, dios griego de los pastores y rebaños (Fauno, en Roma), que también tenía cachos, y según la mitología era de una lujuria desenfrenada, para difundir la doctrina de la castidad y se cumpliera el mandamiento que reza “no desearás la mujer de tu prójimo”. 

  Durante la Edad Media, en algunos países europeos se hizo costumbre arrojar cachos en las puertas de aquellas casas en las que, fuese verdad o calumnia, había entrado el pecado de la lujuria y la infidelidad.  

                                

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   Los cachos y el machismo 

  Aunque los cachos sólo adornan a los hombres y llegue a decirse con ironía o cinismo que “un hombre sin cachos es como un jardín sin flores”, estigmatizan a la infidelidad femenina, aunque haya razones de sobra para tal infidelidad, como suele haberlas más de lo que se cree y suelen encubrirse con altanería y, peor aún, con la violencia. Pero esto sería tema para otra publicación y de tono menos agradable.  

                                                    

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 Cierre con una verdad 

  Siempre se dice que el último en enterarse de la infidelidad es quien ostenta los cachos. Y eso se corresponde con la naturaleza, porque en los animales, mientras más grande la cornamenta es rasgo de poder y dominio; pero también es cierto que por más que lo enaltezcan y le luzcan, ningún venado o toro o ciervo puede verse sus cachos.     

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