La subversión necesaria (o un poco de aliento en un mundo enloquecido)
Aunque parezca caos o bochinche desatado, nuestra sociedad está ceñida a un orden, tal vez confuso, pero es un orden. Que cada quien hace lo que le da la gana y dice lo que le parece, son vapores de la apariencia. Sólo se cumple un dejar hacer: el de la tranquilidad del manicomio de pacientes dopados; el de cada loco con su tema, pero sin tocar las llagas. Ya es bastante para quienes porfiamos con “la reacción vital de no dejarse engañar, de tratar de ver qué pasa... para no caer en el sida mental” (Baudrillard).
Ese orden nuestro de cada día, es el orden excluyente, el de la minoría que goza de cuantiosos beneficios económicos que le procura su ambición ilimitada -mientras a su alrededor los miserables se despedazan entre sí-, cuya religiosidad la resume el avariento de El sueño del Juicio Final de Quevedo: el tal avariento después de leer el primero de los mandamientos- amar a Dios sobre todas las cosas- “dijo que él sólo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas”. Y a pesar de vivir consagrados a la “diosa economía” nos preciamos de vivir en democracia, sólo porque el voto autoriza dictaduras civiles, los demagogos discursean, es fácil ejercer el derecho a la indigencia y a algunos todavía no nos han metido en cintura con bombas e invasiones, aunque sobran quienes así lo desean. La disidencia quedó para la respuesta violenta de otros fundamentalistas y el espíritu polémico para regodearse con los besos de lengua entre divas; el afán de lucro ha convertido en negocio cualquier insurrección, en malacrianza toda rebeldía y en bagatela toda palabra. Si democracia y revolución son palabras embalsamadas, a flor de labios, para justificar arbitrariedades, ¿entonces no es necesario reinventar la subversión?, ¿darle un carácter urgente y positivo, a despecho de su desprestigio y del olor a pólvora que ella obliga a suponer?
Entendamos subversión como trastornar, como alterar (cambiar la esencia o forma de una cosa) y no como quemar cauchos o autobuses o tirar piedras a las vidrieras o propiciar batallas desiguales con poderosos ejércitos, ni menos como preferir tiranos locales a invasores que prometen la redención democrática del libre mercado y la supuesta libertad de expresión. Pienso en otra subversión (al menos tengo derecho a imaginarla), cuyo primer paso sería librarnos de cualquier mesianismo y ventilar las perversiones de “este mundo orwelliano versión soft en que hoy todos vivimos, donde el mercado, el poder militar y las finanzas reinan y gobiernan más y mejor que nunca” (Antonio Pasquali).
La subversión necesaria debe tener en cuenta que de seguir como vamos, también los seres humanos, por obra y gracia de la manipulación genética, seremos “hechos” a la medida de las exigencias del mercado; la subversión necesaria debe enfrentar a la tiranía y a la certísima amenaza de que unos pocos, definitivamente, lleven al mundo de la mano de su locura conquistadora, que torna la existencia en un frenesí de adolescentes enfermizos que sólo saben jugar al Monopolio. ¿Será imposible a estas alturas intentar el examen imparcial de nuestros actos, en vez de continuar la desenfrenada aventura técnica-científica que, desprendida de la ética, poco o nada repara en la salud del planeta y en los estragos a la vida misma que apenas provocan rictus de desprecio en las lujosas oficina de las grandes corporaciones?
La subversión necesaria trascendería los golpes de pecho de cumbres y foros sobre la pobreza o el ambiente, pues ni en esas reuniones de hipócritas se ignoran las causas de los males y sus soluciones urgentes. Si no aspiramos a la cordura, a la abolición del poder enajenado y del delirio mercantilista, ¿podremos decir que estamos en camino al bienestar universal, superando largamente el reino de la necesidad? De ninguna manera es un secreto que, como dice el doctor Robert en La isla de Aldous Huxley: “Armamentos, deuda universal y obsolescencia planificada: esos son los tres pilares de la prosperidad de Occidente. Si se suprimiese la guerra, la miseria y los usureros, ustedes se derrumbarían”. Y por ese despeñadero caemos y caemos como en el efecto cinematográfico de una pesadilla; caída que no detienen ni las voces de alerta que llegan de todos lados, ni las alarmas de los ecologistas, ni los anuarios estadísticos desmaquillados. Tal vez bastaría con reflexionar en los siguientes términos: “¿Dónde radica, pues, el mal? En el sistema. Pero con esto no se dice nada. Después de todo, sólo es el fruto de la psique humana, de los deseos humanos... El sistema está en nosotros, no es algo externo. Pues bien...Sólo podemos culparnos a nosotros mismos y no hay nada que cambiar salvo dentro de nosotros” (D. H. Lawrence).
Se me puede acusar de repetir y exagerar visiones desesperadas de otros, entresacadas de sus numerosos y mejores argumentos, pero ello no me desautoriza. Más bien me da la seguridad de que las objeciones a nuestro modus vivendi no son nuevas y cuentan con el soporte de genios cultivados, cuya lista, si no es muy larga, al menos delata una honda preocupación y un espíritu que sobrevive con sus pasiones razonadas; ellas me auxilian para destacar los asuntos que hoy más que nunca debemos tratar en las escuelas, en los liceos, en las universidades, en las organizaciones vecinales y en cualquier foro lejano a la manipulación politiquera y al reforzamiento de los valores de la globalización unidimensional. Prefiero cometer la ingenuidad de empeñarme en repetir:
Cuantas más restricciones y prohibiciones haya,
más pobre será el pueblo.
Cuantas más armas,
más confusión.
Cuanta más industria,
más objetos inútiles.
Cuantas más leyes y reglamentos,
más bandidos y ladrones. (Lao-Tsé)
Sabemos por demás que las constituciones nacionales y la Declaración Universal de Derechos Humanos (y otras profesiones de buena voluntad, como la Carta Democrática Interamericana) son el traje del rey desnudo. La verdad política de nuestros días resulta fielmente retratada con una sentencia popular: A Dios rogando y con el mazo dando. Más nos valdría aceptar como algunos venezolanos de mediados del siglo pasado que, según refiere Briceño Iragorry en Mensaje sin destino, por dar clases de Derecho Constitucional se llamaban a sí mismos profesores de Mitología. Nos toca saber que entre la parquedad anglosajona y la verbosidad de algunos líderes latinoamericanos la diferencia es poca en cuanto a gobernar se refiere, si caemos en cuenta de que es el mismo talante con discursos distintos. Las formas de gobierno que conocemos, aunque se inspiren en libros sagrados o profanos y sean talismanes contra el mal (representado por los no creyentes, los otros, los enemigos), se fundamentan en el afán de tener y dominar como el niño mimado que no reconoce otras reglas de juego y otros caprichos que no sean los suyos. Habrá muchos vericuetos y diversas complejidades, pero el corazón humano es el mismo en todas partes.
Ese es el orden actual y tiene que ser subvertido. Que la ciencia no sea instrumento del poder ni el arte quede rezagado, abstraído en sus complacencias, y que se echen a un lado las buenas intenciones (no reconocen irónicamente los cristianos que de buenas intenciones está lleno el camino al Cielo). Urge el verbo estremecedor, no la información filtrada y matizada; urge comprender que por patriotismo o por consolidar una aldea global corta de miras y falta de espíritu incesantemente destruimos.
¿Será demasiado necio comenzar la subversión necesaria diciendo de corazón “que no hay nada que pueda darle sentido a la vida, excepto la vida misma” (J. R. Guillent Pérez)?
Siempre habrá subvertidos porque la naturaleza humana es subvertida. Millones de horas se han dedicado a tratar de controlarla y aún así, siembre brota, siempre corre, aunque después sea reducida por la fuerza bruta. Creo que la subversión debe liberarse de las ataduras de la ideología, y solo guiarse por la anteposición a la tiranía, venga esta de donde venga, bien de gobiernos o dictadores, bien de las corporaciones económicas. Las personas comunes tendemos a sucumbir a la tentación de seguir al líder, de aspirar, de enajenarnos y alienarnos. Muy buen artículo, soy nuevo en esta red y poco a poco voy encontrando las lecturas que ando buscando. Ya le sigo! Saludos cordiales.
Gracias, @luis.ruiz, por tus palabras y por tu apoyo. Sé bienvenido a esta comunidad de Steemit y seguro que estaremos compartiendo en este espacio. También te sigo. Saludos.
Pocas veces se tiene la oportunidad de leer tan placentero artículo reflexivo. Es un texto pulcro de principio a fin, con ideas y citas claras. La perspectiva es bastante frontal a los asuntos, y cenital en ocasiones para relativizar. Si bien el sueño de la vida parece mostrarse en una dualidad constante a donde sea que miremos, es de sabios saber mirar con distancia a ambos lados, sin apegos. Los despiertos sabrán diferenciar así el camino unificador a estás corrientes. Ascender y expandirnos como espirales. Que el verbo se materialice con cada acción a la vez.
Agradezco, @celfmagazine, su apoyo y sus puntuales opiniones sobre mi publicación. Que siga siendo fructífero nuestro intercambio de ideas y pareceres. Reciban un cordial saludo.
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Hola amigo, tuve la oportunidad de leer tú artículo cuando estaba curando para Celf y me pareció excelente. Quería felicitarte personalmente y darte mi voto. Estaré siguiendo tu trabajo para seguir leyendo más. Muchas gracias.
Gracias, @albertotang, por tus palabras y por tu apoyo. Estaremos en contacto en esta comunidad. Saludos.