Acerca de la tolerancia en Venezuela

in #spanish7 years ago

  I 

Sin ánimo ni credenciales de filólogo, considero conveniente echarle un vistazo a las distintas acepciones del verbo tolerar. Dice el Diccionario de la Real Academia: 1 Sufrir, llevar con paciencia. 2 Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente. 3 Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina. 4 Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. 

También vale la pena tener en cuenta lo que de tolerar registra la Enciclopedia del idioma de Martín Alonso, que “explica el significado y evolución de cada palabra y cada acepción por siglos, con la autoridad de más de mil quinientos autores medievales, renacentistas, modernos y contemporáneos”: 1 s. XVI al XX. Sufrir, llevar con paciencia. Góngora: Obr., III-236. 2 s. XVIII al XX. Disimular algunas cosas que no son lícitas, sin consentirlas expresamente. Fdez. Moratín: Obr., IV-255. 3 s. XIX y XX Soportar, llevar, aguantar. Unamuno: Ensayos, 1942 ( y siguen las referencias a otros autores). 

Vistas esas acepciones, cabe preguntar: ¿cómo nosotros entendemos la tolerancia o qué creemos que es la tolerancia? A excepción de la tercera del Diccionario de la Real Academia, todas las demás son el tema de estas líneas y se impone desgranarlas en relación con la vida política venezolana, para mantenernos en fronteras más modestas y reflexionar sobre una realidad, si bien no conocida del todo, al menos más familiar.


                          

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II

Si la tolerancia es sufrir, llevar con paciencia, sin duda que en Venezuela hay bastante dicho y por decir. Salvo algunos períodos de bonanza locuaz, nos hemos acostumbrado a soportar los gobiernos, los partidos, el dictador o la clase dirigente. Si no me equivoco, las dos primera décadas de la democracia puntofijista venezolana (1958-1978) fueron, en esta acepción, intolerables sólo para una minoría. Pero de pronto, como caen las estructuras de bases débiles, en las décadas siguientes se hizo intolerable para la mayoría porque una minoría se hizo intolerante en cuanto a aceptar que la democracia es para todos y no sólo para ella, privilegiada y única beneficiaria de sus libertades y su laxitud. Por más acomodos, reacomodos y golpes de pecho, el mal llegó y se hizo poco o no se hizo nada para acabarlo. Se acentuaron las desigualdades de toda índole, que era una forma de intolerancia de quienes ejercían el poder: desantedieron reclamos, peticiones y protestas, en nombre de una democracia sólo de vitrina, de pura exhibición y apariencia. Al consolidarse los “cogollos” y dejar que la democracia se limitara al sufragio, con su muy cuestionable limitación de apartar los cargos de elección para quienes conformaban esos “cogollos”, poco quedaba por defender o empeñarse en mantener, al menos para la mayoría que sufría o llevaba con paciencia un sistema político cada vez más injusto y negado a los cambios institucionales y a la ampliación de las oportunidades para los ciudadanos. 

¿Y ahora qué? Los revolucionarios bolivarianos, a pesar de sus prédicas a favor de la participación, no han tardado en repetir la elección a dedo de sus candidatos en franca contradicción con lo que esperan las bases de sus partidos. No son pocas las entidades federales donde la militancia bolivariana siente el peso de una minoría intolerante, guiada por las más cuestionables conveniencias. Además, la revolución bolivariana ya no la toleran muchos venezolanos (en el sentido de sufrir, llevar con paciencia): una buena parte se le opone abiertamente y otra considera que no ha hecho buen gobierno, pero tampoco quiere nada con la oposición que ha cambiado de nombre como el camaleón su apariencia, también minada por la intolerancia. 

Pero, a mi juicio, la primera muestra de intolerancia de la revolución bolivariana (algunos juzgarán que son otras y más evidentes) fue la que han padecido y padecen muchos ciudadanos que habiendo cumplido los requisitos legales y económicos para ser beneficiarios de los planes de vivienda instrumentados por una institución del Estado, cuando les tocaba recibir su vivienda se encontraron con que no le había sido asignada por la única razón de haber firmado para la revocación del mandato del presidente Chávez. Lo que ha venido después es el camino del más razonado, calculado y realizado ejercicio de la intolerancia (incluida, con frecuencia, la homofobia), coronado con una aberración jurídica y moral como lo es el Carnet de la Patria, cuyo verdadero propósito es la consolidación del partido único, como en Cuba, y un mayor control de la población con lo que suele llamarse el bozal de arepa. 


                                       

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  Dice la segunda acepción del DRAE: “Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”.  Como me sobran los ejemplos, voy a prescindir de ellos. En Venezuela los tenemos, más que petróleo, para regalar. Una secular tradición de ese azote llamado corrupción administrativa, sumada a la muy venezolana costumbre de hacernos los pendejos, da para escribir una enciclopedia venezolana de esta forma de tolerancia. 

 Permitir lo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente, nos ha convertido en una sociedad de cómplices, aunque es justo reconocer que a veces se trata de una complicidad forzada. En todo caso, ni el actual gobierno ni los precedentes se salvan de esta tolerancia que saquea y ha saqueado el erario, y ha convertido la justicia en una señora que hace mucho botó la balanza y anda con la mano extendida y una venda transparente cubriéndole los ojos. Permitir lo ilícito, o al menos lo inconveniente para la mayoría, primero quebrantó la misión fundamental de nuestras instituciones y, al paso de los años, de tanto dejarse correr la arruga, terminó por provocarle la degeneración que hoy ostentan, y la ha llevado al gradó máximo de la descomposición y el descaro.   

La revolución bolivariana será “bonita”, según la definió su líder y artífice, pero es harto intolerante con los disidentes y de sobra tolerante con los funcionarios corruptos, mientras sigan siendo cómplices de los desmanes del gobierno, y ha obligado a mucha gente a practicar la tolerancia, como sufrir o llevar con paciencia, aunque a algunos los ha desmadrado su ambiciosa impaciencia.  


                                                       

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