Había una vez, en un tiempo lejano, un panzón que estaba enamorado de una chica alta, esbelta y de tez clara. Ella era lo más hermoso que había visto en el pueblo. Sus ojos claros, su cabello castaño y largo, y su blanca sonrisa lo hacían suspirar. ¿De dónde había salido esta mujer? No parecía de este mundo, era lo que siempre pensaba el panzón. Y lo más importante ¿Cómo haría para conquistarla?

Una tarde, mientras el panzón leía un libro poco conocido, se encontró en una de sus páginas la ilustración de una flor preciosa. Era azul, con detalles dorados y de numerosos pétalos. Una idea se apoderó de su mente: tenía que buscar esa flor y regalársela a Amanda, su amada. Pero, ¿dónde y cómo la iba a encontrar?

El panzón tardó un par de días en hallar respuestas, fruto de haber preguntado incansablemente a los habitantes del pueblo y también investigado en algunos libros. Cuando supo el sitio donde podía encontrar la flor, no dudó en ir a buscarla, a pesar de que este era muy peligroso pues para llegar hasta allí tenía que recorrer una larga distancia estando expuesto a las inclemencias del clima, los animales nocturnos y quién sabe qué otras cosas.

Después de unas semanas, el panzón volvió victorioso y con la flor en mano, pero declararse a Amanda era más difícil que atravesar peligrosos caminos. En su intento torpe de decirle lo que sentía, se acercó a ella, tropezando, y le entregó la flor, con la cabeza gacha y sonrojada. Amanda sonrió, pero no la sonrisa usual que él acostumbraba ver, su rostro tenía una expresión despectiva.

— ¿Cómo podría gustarme alguien como tú? —preguntó ella sin dejar de reír—. ¿Ves a ese chico que está allá? Es guapo, alto, fornido. Él sí me merece.

Y, dejándole la flor en la mano, se fue. El panzón se sentó en un banco, sintiéndose triste y despreciado. Comenzó a reflexionar sobre lo que le había pasado: Se había dejado llevar por las apariencias. El aspecto físico de Amanda lo había convencido tanto que olvidó que una persona puede ser hermosa por fuera, pero no tan bonita por dentro. Esta lección más nunca la olvidaría, a partir de ahora estaba dispuesto a acercarse a las personas y conocerlas primero de personalidad, antes que elevar sus cualidades por el aspecto físico que muestran.