Siempre Tendremos París - Parte II/II | Mis escritos VIII | Novela

Muy buenos días a todos mis amigos hispanohablantes de Steemit, y un saludo súper especial para los escritores y lectores de vocación, y todos los que han leído la primera parte de ésta corta pero bella novela que tanto amo. Si no lo habéis hecho aún, recomiendo encarecidamente dirigirse aquí para ello.

Agradezco sus comentarios y los leo con mucha felicidad y calidez en el corazón. Sin más, aquí está "Siempre Tendremos París", la segunda parte: 

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“¿Y por qué no se quedaron en el continente?” –Inquirió fugazmente, de una forma un tanto mecánica. Un poco extrañado, respondí.

“Repito: mis ambiciones eran vagas.” –Miré discreto hacia su libreta, la cual inmediatamente ocultó con la intención de que yo no viese sus notas. “Yo sólo quería estar con el amor de mi vida y vivir en grande; brindar con champaña, bailar por las calles, abrirle las puertas y dedicarle canciones.”

“Lo haces sonar un poco a que también te salvó a ti, ese amor de tu vida.” –Señaló, elocuente y con ligereza, esperando una contestación. Aún consciente de esto, me mantuve callado, simplemente pensando en regresar los años, y volver a estar juntos en Francia. “¿Por qué nunca se casaron, entonces?” –Sacándome de mi cabeza, preguntó. Su natural impertinencia era halagadora, y era notable su indignación ante el asunto, casi similar a la mía, en su momento.

“No hubo ocasión, querida. A veces, simplemente no hay ocasión.” –Sólo después de hablar, pude reconocer que no era lo mejor para decirle a una chica de su edad.

“¿Pero qué pasó?” –Insistió, y yo suspiré.

“Tomar parte de las operaciones de Médicos Sin Fronteras implicaba muchos peligros, y además de los pacientes, también sufrían quienes los trataban. Uno de los riesgos más comunes era ser heridos por balas perdidas, por lo general atrapando infecciones que casi siempre resultaban en muertes.” –Dije fríamente, notando la vasta ironía que desbordaba en mis palabras: médicos que iban en misiones casi suicidas a salvar vidas de extraños, pero que no podían tratar bien una herida en la pierna de su colega.   

Inmediatamente tensándose, la chica vio afligida a mis ojos, con obvio arrepentimiento. “Lo siento.” –Susurró, y cerró lentamente su libreta. Comprendí que ella necesitaba ser reconfortada, aún más que yo. Negué con la cabeza, y proseguí a explicar la normalidad del asunto. Mi voz se tranquilizó a medida que hablaba. 

“Cada día le extraño, cada día le pienso, y todavía duele, y odio la emoción, pero nunca podría odiar el sentimiento. La aflicción es parte del amor. No debes sentirte mal por haber traído su recuerdo, pues lo habría hecho yo mismo más tarde.” –Acepté. Hubo otra larga elipsis de sonido.

Dolía, porque nadie se le comparaba. Tenía defectos, pero estos son innatos en el ser humano, la generosidad y la gracia, por otro lado, no lo son. Su amabilidad le daba condición de perfección, y en todos mis años, jamás conocí una persona más perfecta. Realmente tenía una fuerza en su ser que podría acabar con el mundo si eso quisiese, para luego reconstruirlo pieza por pieza en cuestión de segundos.

“Describiría nuestro amor como fugaz, a pesar de los años; aún más, lo compararía con la luna llena, que aunque agradecida con los ojos que le admiran, desaparece de prisa en las noches de pasión.” –Dije. “Y juró que nunca me dejaría, y nunca lo hará.”

Sus labios fueron el cielo, sus cabellos una cascada, sus verdes ojos las estrellas, y sus besos eran el agua, y nuestra relación era natural y fuerte como un tifón. Me sentía unas décadas más joven con sólo imaginar su cuerpo, tan hermoso que parecía que sus genes se habían inspirado en la epopeya de las figuras de Miguel Ángel; y su rostro podría haber sido la musa de los esquemas de perfección de Da Vinci.

Guardaba nuestras fotos de la misma forma que guardaría una fortuna, releía sus cartas una y otra vez como si fuesen mi biblia, e imaginaba que estaba en mis brazos cuando en la madrugada hacía frío. Incluso su olor y su esencia impregnaban mis sentidos a veces, como un fantasma distante que rogaba por mi pronta compañía.

“Al enterarme de su muerte, todo pasó a escala de grises, y la persona con quien había planeado cada futuro segundo de mi vida ya no estaba. Y aún pienso que quizá, de haberle dado un poco menos al mundo, podría haberme dado un poco más a mí.”

“Arrancar una flor no significa quererla, significa ser muy egoísta como para dejar al resto del mundo la contemple, mientras tú la ves morir poco a poco en tus manos.” –Declaró, como enunciando una ley de vida, y continuando antes de que yo pudiese interrumpirle. “¿…Pero cómo no ser, al menos, un poco posesivo luego de descubrir tal tesoro en carne y hueso?” –Preguntó en voz baja, casi para sí misma. Respiré profundo, y me levanté muy lentamente, porque un viejo corazón allí sufría. 

“Lo hablaremos otro día. A tu salud, querida.” –Me despedí, dando un último sorbo a mi té frío, con el mismo gesto y palabras de siempre, evitando pensar en la idea de partir, y después de tantos años volver a París, incluso después de la muerte, sólo para estar con él.

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Así concluye la novela romántica de dos partes titulada "Siempre Tendremos París", por mi persona. Espero que os haya agradado leerla tanto como me ha agradado a mí escribirla. Del mismo modo, espero que, de la manera más positiva posible, hayáis atrapado bien el concepto que me dediqué a exponer en toda la historia. ¡Gracias!

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