El amigo que jamás imaginé
El amigo que jamás imaginé
Julian siempre había mostrado ante el mundo una máscara integra y dura, llena de resentimiento y frialdad. Era buen médico, nadie podría negárselo, pero su apatía hacia cada paciente era marcada. ¿Por qué era así?, nadie podía saberlo. Aunque yo tenía veinte años trabajando de su mano nunca descubrí qué le había quitado la alegría.
Mi nombre es Amber, soy enfermera y desde mis veinticinco años he estado trabajando con Julian, siempre siendo su mano derecha. De cada mérito recibido he sido testigo, pero desde que me presenté en su consultorio hace ya tanto para la entrevista de trabajo, se ha comportado de la misma despreciable manera.
Nunca le conocí familia, no habló jamás de ninguna esposa ni de hijos. Su rutina diaria era muy precisa, cada pregunta de los pacientes las respondía con burla y sarcasmo; en más de una ocasión su despreocupación por la muerte fue marcada. Noté como muchos pacientes se iban desanimados, llorando y con frustración, pero también observé como regresaban porque cada tratamiento que aplicaba, daba resultado.
¿Ironía? No lo creo, simplemente pienso que era alguien que había estudiado muy bien su profesión y la aplicaba, no por interés hacia la vida de los demás, sino por el hecho de que era su trabajo.
Le apasionaba la ciencia, cada nuevo descubrimiento relacionado con la medicina le apasionaba, creo que eran los pocos momentos donde lo veía realmente feliz. En más de una oportunidad sentí como hablaba de las personas como pedazos de carne, piezas para experimentar solamente, pero aun así no se detenía y siempre estaba estudiando.
Hoy se encuentra totalmente solo, solamente yo y algunos colegas vienen a visitarlo, todos por respeto, no porque hayan creado un vínculo con el huraño doctor.
Demacrado, pálido y abatido, se encuentra en su semana número cinco en terapia intensiva. El cáncer que se le diagnosticó hace ya dos meses ha devorado su vitalidad. Aún me reconoce, y su saludo siempre es preguntándome si ha habido algún nuevo descubrimiento que le alegre el día. Soy cordial, creo que le he llegado a tener cariño. Sencillamente es su forma de ser y acaso ¿está mal eso?
Me siento nuevamente a su lado, aunque técnicamente no debería, por ser enfermera me concedo este privilegio, para intentar animar un poco a mi desolado jefe. Pero siendo honesta, no sé cómo animarlo. Me mira y su gesto cambia bajo la mascarilla de oxígeno a una expresión de abatimiento.
-No puedo creer que solamente me quedes tu- su voz suena áspera y marchita, quizás por el tiempo que tiene sin hablar, o posiblemente por el sentimiento de miedo que puede estar creciendo en su pecho. Le consuelo tocando su mano y dedicándole una sonrisa de ánimos.
–Querida Amber, hace tanto tiempo que estoy solo que no entiendo como tú te has mantenido a mi lado. ¿Sabías que hoy una joven enfermera se burló de mí? Me dijo que era un idiota y que por eso moriría de esta manera – una crisis de tos lo interrumpió y vi como por el lado de su mascarilla corría una lágrima.
-Cálmese doctor, no puede hablar tanto, usted mejor que yo sabe cuánto daño le hace eso- mi mano aún se posaba sobre la de él y sentí como doblo la suya buscando apretar la mía.
-Estoy cansado querida Amber, ya quiero irme- su voz atenuada por el ruido del oxígeno entrando a la mascarilla tenía un aire de dolor – ¿Sabías que alguna vez fui feliz?- sus ojos grises me miraban detenidamente, parecían nubes de tormenta intentando hipnotizarme – Pese a que cueste creerlo, es verdad. Fui sumamente feliz. Amé con locura a una hermosa joven cuando apenas estaba en mi residencia. ¡Oh, era hermosa!, sus ojos eran el mar y en ellos me sumergía cada mañana y cada noche, sus brazos eran mi mayor refugio Amber, y como nunca me sentí dichoso y amé la vida. Le pedí matrimonio ¿sabes?, estábamos enamorados, sentí que me amaba con el alma cuando me dijo que tendríamos un bebé.
Las lágrimas formaban dos ríos en sus mejillas, con cuidado solté su mano y tomé unos pañuelos de la mesa que estaba a su lado. Tenía miedo que rechazara mi acción pero aun así me arriesgué, con tacto acerqué el pañuelo a su cara y sequé suavemente.
-¿Sabes que pasó después?- Sentí tensión y miedo, no sabía que responder, temía herir sus sentimientos o simplemente no acertar, así que negué con la cabeza y volví a mi asiento a su lado. -Ambos murieron, en mis brazos y nadie pudo hacer nada para salvarlos, ni a mi amada Kendra ni al pequeño que era mi hijo. Sus últimas palabras fueron: no me olvides; y jamás lo hice, cada semana llevaba flores a sus tumbas, cada semana les contaba todo lo de mis días. Nunca volví a acercarme a nadie por temor a querer, a amar, a valorar a las personas. Perderlos a ellos dos fue lo más doloroso que he vivido, aunque hoy no puedo respirar a causa del cáncer en mis pulmones, el dolor no se compara con el de la ausencia de mi amada durante toda mi vida… Y todos ahora pretenden juzgarme, decir que no siento, ¡ellos son los que no sienten nada!.- un nuevo absceso de tos arrebató el aire nuevamente y durante un momento solo se escuchó su forzosa respiración.
-Debe descansar Julian- dije pasado unos minutos – creo que es hora de que me marche.-
-Sí, voy a dormir Amber, espero verte una vez más – cerro sus ojos y espere a que se durmiera. Con cuidado de no hacer ruido me levante y salí de la sala de terapia, con el corazón congojado. A veces juzgamos a las personas por cómo actúan y terminamos actuando exactamente igual o peor que ellos. ¿Quiénes somos para recalcar en la cara de las personas su defectos? No, no creo que nadie tenga tal derecho.
Volví diariamente durante dos semanas a ver a mi nuevo amigo, cada día hablábamos más de nuestras vidas, yo le conté por primera vez de mi vida privada, de mis hijos y de mi esposo. Lo asombroso es que se interesaba por todo lo que yo le contaba, mostraba alegría ante mis relatos y me expresaba sus momentos gratificantes. Durante esas dos semanas lo vi siendo humano plenamente, un humano que siente y valora la vida. Julian se marchó de este mundo un domingo a las cuatro de la tarde a causa de un paro respiratorio.
Lo asombroso fue lo que me dijo en nuestro último encuentro; antes de marcharme me sonrió y me expresó que no temía morir, que ya era su momento de descansar y se alegraba de haberme conocido y haber sido mi amigo. Actualmente nadie lo recuerda como un buen hombre, pero me siento afortunada de haber conocido el corazón de este gran doctor.
Es frecuente que permitamos que la primera impresión que tenemos de una persona nos marque para juzgarla de por vida, y no intentamos conocer que existe detrás de aquella imagen que es mostrada al mundo.
Antes de criticar y señalar a una persona tomémonos la tarea de conocerla, saber que pasa por su mente y cuales cicatrices marcan su vida.
Primera imagen
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Muchas personas arman un muro ante la sociedad para esconder sus temores, dolores, desdichas y sufrimientos, pero es en este mundo donde debemos de aprender a sanar
Hola, este post ha sido propuesto para ser votado por Cervantes. Saludos.