Gabo y la Guajira: Gabriel García Márquez

in #spanish7 years ago (edited)


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Tras cumplirse tres años de la muerte de García Márquez consideré oportuno recordarlo a travésde un tema poco divulgado: la influencia de la cultura wayuu en algunas de sus obras. Es bien conocida la historia de que con los abuelos del genial Gabo convivieron varios wayuu que hicieron de la vieja casa de Aracataca un bastión de realidades inverosímiles. Mas tarde esa convivencia se convertiría en incentivo para fascinar la mente de los lectores del planeta a través de una envoltura literaria conocida como Realismo Mágico.

La península Guajira se encuentra en la parte más septentrional de Suramérica. Tiene una superficie superior a 20.000 kilómetros cuadrados.Desde el majestuoso Caribe –que la baña de extremo a extremo– sobresale como la cabeza de un dinosaurio. De ese inmenso territorio llano le corresponde a Venezuela una delgada franja, que pasa casi inadvertida sobre el obeso mapa de Colombia.

La península debe su nombre a sus primeros habitantes: los wayúu. Descendientes del grupo Arawac, establecido en la Amazonia y que a lo largo de siglos lograra entrar por el sur de Venezuela para recalar a esta tierra desértica y azotada por los vientos alisios. Por esta condición de su geografía, es una región poco poblada.

La sociedad wayúu es matrilineal y se divide en clanes que se denominan Eirrukú; inspirados en ancestros totémicos.

Uno de los rasgos más estudiado de la cosmovisión wayúu es la concepción de los sueños y la muerte. La primera, no solo puede afectar la conducta de quien sueña sino de todo el grupo. Los sueños o lapú son en la mayoría de las veces mensajes enviados por familiares difuntos (yolüjas) para alertar a algún miembro del clan sobre eventos indeseables.

En Cien años de soledad la muerte ocurre como algo cotidiano. Como el caso del fantasma de Prudencio Aguilar que atormenta a José Arcadio Buendía y se presenta también ante Úrsula Iguarán sin causar en ella ningún signo de terror, al contrario, siente por él compasión. Buendía había dado muerte a Prudencio Aguilar por un problema de honor. Luego se hace frecuente la aparición del fantasma hasta sacar de quicio a José Arcadio, quien toma la determinación de abandonar la Guajira.

“Está bien, Prudencio, le dijo. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos y no regresaremos jamás. Vete Tranquilo”.

¿Un fantasma (o yolujá como se conoce en lengua Guajira) que regresa de ultratumba para desterrar una familia? ¿Eso es posible. Sí. En la cosmovisión wayuu.

En la creencia wayuu la gente muere dos veces. La primera, cuando el alma se separa del cuerpo físico y se produce el entierro. Y la segunda, cuando se exhuman los restos después de que el alma haya permanecido un mínimo de diez años en una especie de lugar iniciático llamado Jepirra, ubicado en los litorales de El Cabo de la Vela (Colombia). En ese tiempo el muerto puede deambular –sin emitir palabras– por cualquier parte de la península sin causar el mínimo pánico en sus allegados. Estos lo llamarán por el seudónimo común de Muliashi,en lugar de su antiguo nombre de pila. El vocablo Muliashi, equivale a Pobrecito. Esa es la razón por la que Úrsula (como una wayuu) adopta una postura serena en lugar de llenarse de pavor ante la aparición del fantasma.

Tras cumplirse ese paso se produce el segundo velorio, que consiste en otra reunión familiar donde los huesos son colocados en un recipiente pequeño, pero de gran consistencia para mantenerlos libre de roedores y de los embates del tiempo. La familia invita a otros miembros o afines para ofrecer ese día –o los días que serán velados los restos– una gran comilona. Luego se vuelven a sepultar para que el alma emprenda el viaje hacia la eternidad, señalado, por la Vía láctea.

En un pasaje de la novela La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, ambientada en el desierto guajiro, la abuela ordena llevar agua a las tumbas donde reposan los restos de su esposo e hijo, identificados comoAmadises. Al mismo tiempo recuerda a su nieta Eréndira, impedir la entrada de estos a la casa. Según esta instrucción, los muertos tienen corporeidad y pueden desandar en las noches por cualquier parte de la casona como gente común, a diferencia de los de la cultura occidental, que son representados por sábanas blancas que vuelan y hacen correr a todo el mundo.

Tras el incendio de la mansión, la abuela recoge los huesos de sus seres queridos y los lleva de un sitio a otro en un cajón, como pertenencias domésticas. Así los conducirá, hasta devolverlos al lugar donde nacieron y darles sepulturas en el cementerio ancestral. Esta es una práctica muy arraigada en la Guajira que Gabo recogió en algún momento para darle un tono mágico a sus relatos.

En el plano real, Gerald Martin escritor británico y autor del libro Una vida, que narra la biografía de Gabo, destaca en un capítulo, otro pasaje que reafirma la enraizada costumbre wayuu en la familia del Premio Nobel colombiano: “La primera noche que pasó en la nueva casa, GarcíaMárquez recuerda tropezar con un saco que contenía los huesos de su abuela, el cual Luisa Santiaga había traído consigo para volverlos a enterrar en su nueva ciudad”. Con esta exposición se puede inferir que el autor inglés quedó tan marcado por la experiencia que vivió tras los pasos de Gabo, que terminó escribiendo otra obra de Realismo Mágico.

Para corroborar esta afirmación de García Márquez: “Es muy difícil encontrar en mis novelas algo que no tenga un anclaje en la realidad”, traigo esta anécdota familiar.

Hace tres años, un suceso conmocionó al pueblo de Villa del Rosario de Perijá. Mi primo David Polanco fue arrollado por un vehículo en el kilómetro 22 de esa arteria vial. Su entierro, poco usual, puso patas arribas a esa apacible y laboriosa comunidad del estado Zulia.

Mi tío (homónimo del muerto) era un octogenario que presentaba un delicado cuadro de salud. Situación que le impedía viajar a la Guajira para los funerales de su hijo. Ante esa adversidad, su mujer, Rosamila Báez, nativa de Guarero, como matrona wayuu asume la dirección de la familia y resuelve enterrar el cuerpo de su hijo en el patio de la casa, tal como hiciera la abuela de Eréndira en la obra referida. Ese acto –insólito para los criollos– movilizó a las autoridades que tenían representación en el municipio, incluyendo la prensa, que no tardó en llamar, vía telefónica, a la persona más calificada para dilucidar el caso: el diputado indígena Arcadio Montiel.

El parlamentario explicó a los medios que esa actitud tomada por la familia Polanco era una reafirmación de su identidad, establecida en la Constitución Nacional, en el Capítulo VIII, De los Derechos de los Pueblo Indígenas; desglosados a su vez en ocho interesantes artículos. La exposición presentada por el parlamentario y profesor universitario obligó a los presentes buscar un ejemplar de la Carta Magna. Cuando consiguieron el apreciado texto, un voluntario se ofreció para recitar en voz alta, los ochos artículos, que llenaron de sensibilidad a cientos de curiosos que se habían arremolinado frente a la granja de los Polanco para indagar un poco sobre este ritual, universalizado en dos grandes novelas de Gabo, pero ignorado aún en algunas partes del estado Zulia; asiento mayoritario de la cultura wayuu.

De modo que Gabo no tuvo que romperse las neuronas para inventar esos maravillosos pasajes insertos en Cien años de soledad y Cándida Eréndira, sino que los transpuso de la Guajira, donde el mundo onírico como el de los muertos, constituyen otros parajes.

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Retrato de mi autoría Titulado "Recordando a Gabo" en honor a Gabriel García Márquez

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Mi querido Gabo, me encanta leer sus historias por Venezuela. Cuando hablaba de Caracas, todo. Saludos.
Te sigo.

Gracias por tu comentario amigo @angelggomz También te comencé a seguir, estaré pendiente de tus posts. Saludos

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