Mis ojos no podían creer lo que observaba, ante mí se extendía un hermoso bosque, hadas volaban sobre mí y pequeños insectos de colores brillantes que nunca había visto se posaban sobre las plantas. Comencé a caminar muy despacio, pero de repente escuché gritos me asusté, pero sin pensarlo corrí hasta el lugar de donde provenían, llegué a un río y vi que una niña trababa de mantenerse a flote, pero se estaba ahogando, miré a mi alrededor y tomé una rama larga y se la alcancé a la niña, quién la tomó y pudo llegar a la orilla.

La niña me dijo que se llamaba Andrea, me agradeció por salvarla y cuando se recuperó me invitó a jugar, con ella pude conocer cada rincón de ese mundo maravilloso al que había llegado a través de una pequeña puerta en el sótano de mi casa. Andrea me pidió que no le contara a nadie como llegar al sitio y que la visitara cuando quisiera, por lo que todas las noches iba y teníamos muchas aventuras, pero mi favorita era volar sobre imponentes caballos con gigantes alas que nos llevaban muy alto, casi podíamos tocar el cielo.

Con el pasar del tiempo fuimos creciendo y cada vez tenía más responsabilidades en el colegio, nuevos amigos con quién salir de paseo, otros intereses. Cada vez iba menos a visitar a Andrea, hasta que un día la puerta desapareció, ya no era ese pequeño niño con una gran imaginación y deseos de jugar.

La puerta se abriría sólo nuevamente para aquellos niños que sueñan con tener aventuras en un mundo fantástico...