Monsi. Historias de las tías. Parte I

in #spanish6 years ago

Tras haber pasado un tiempo que pasa como sólo él sabe hacerlo, como el respirar que no necesita pensamiento, se tomó la decisión, había un comprador para la casa de las tías. En principio, nadie quería venderla, no hacían falta palabras, era como una verdad sobreentendida, con la que todos, estábamos de acuerdo. El tiempo, no es que ponga cada cosa en su lugar, pero nos quita la coraza heróica, y los más cobardes y villanos pero persistentes en su idea, terminan saliéndose con la suya, ya que los demás pues al tener de una u otra manera ocupada la vida, no da lugar a una lucha perpetua contra la voluntad de todos los demás.

El valor de venta, era lo de menos, en la familia, el dinero ahora no era un problema, desde luego, pero cuando se tiene raíz y extracto de pobre, te salen esas villanías, y se subastan hasta las bragas de la difunta, llegado el caso y con el comprador avispado que al tener paciencia, es el que realmente amasa fortuna. Teníamos dos semanas para vaciar la casa de las tías, vaciar la memoria de tantas generaciones, era imposible, se avecinaba un pillaje de maricón el último la verdad.

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La casa de las tías, no era realmente de unas tías solteronas de la familia ni nada de eso, era más bien la casa de mi tía Marian, que llegada a la edad madura, decidió visualizar la verdad soterrada que todos sabían, por lo que me cuenta mi madre, yo en esa época, era una niña de dos años y medio o tres a más contar. Siempre las conocí como las tías, ya se sabe que los niños pequeños, no tienen esa maldad de relacionar chico, chica, simplemente vivían juntas, se portaban bien con nosotros(las meriendas en casa de las tías eran antológicas y siempre te llevabas un regalo, muy cultural, eso sí)

Llegado el día, en la casa, apenas hay nada que me apetezca llevarme, nada me lleva a ellas, solo los olores mismos y la umbría de la casa, y eso, no es trasladable a mi pesar, aun puedo sentir el olor de la paja y a mierda de gallina si afino el olfato y la tarde se aquieta, y el olor a madera de las vigas, el adobe y a trigo, ¿Cómo llevarme el recuerdo, si son olores?

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Revisando distraídamente unas cajas en el patio, encontré bastante a la vista la verdad, una libreta, que al parecer por la familiar escritura que reconocí de tantas veces vista de mi tía Marian, una especie de diario, de relato autobiográfico, con notas como de días sueltos, faltaban hojas, y había grandes saltos temporales, decidí que ese iba a ser mi recuerdo, no dije nada a nadie, no quería dejar más en manos de las aves de rapiña de mis cuñadas, simplemente lo guardé, ya tendría tiempo para leer con tranquilidad.

Han pasado cuatro meses, desde la venta de la casa, la libreta, había permanecido en el olvido los meses del verano, no era material para llevar a la playa a los ojos de los curiosos, sobre todo sobrinos curiosos y que acabase siendo la bandeja de una botella fría de refresco o pisada y enterrada en la arena.

Continuará..

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